lunes, noviembre 24, 2008
No serán muy bellas ni climáticas pero son útiles para lo suyo, yo me entiendo.
Si fuera posible escribir dos páginas cada día, bastaría con un mes para poder descansar y permitirme escribir otras sin orden, tomar notas, apuntar alguna idea.
Pero sé que no voy a escribir mañana ni pasado mañana, y puede que tenga que demorarme una semana hasta que tenga tiempo para releer ese par de páginas y recordar cómo sigue, cómo debe seguir.
Todo es un estorbo.
La historia –los personajes, el asunto, lo que sea- ya está ahí, torpe y arisca, quizá una engañifa, no sé; está, en cualquier caso, sólo tiene que salir, no es un acto de creación sino de propulsión lo que falta. Pero falta.
Virginia Woolf decía que para escribir hace falta una renta de no sé cuántas libras y una habitación propia. Seguro que cuando decía habitación pensaba en un bonito lugar entarimado y orientado al sol, con un buen escritorio y una mecedora y una ventana de dos hojas que da a un bosque de tilos, en la esquina humea un leño; una habitación amplia y despejada que doblaría el tamaño de mi casa.
Virginia Woolf hablaba de lo que falta para escribir, y a mí me angustia todo lo que sobra.
Sobra la televisión, encendida y apagada, espejo negro.
Sobra mi calculado horario de lunes a viernes, con sus rutinas y obligaciones impuestas, madrugar, hacer la compra, cocinar, llenar el depósito, nadar, ir (otra vez) al médico.
Sobran las tres comidas nutritivas y bien elaboradas, la higiene y la colada y lo que decidí no hacer.
Sobran todos mis pensamientos restantes que no se dirigen a la escritura sino a lo que realmente me da la gana.
Sobre esta estúpida psicoterapia.
Sólo necesitaría, en su lugar, un mes. Un mes sin esos excedentes. Así despacharía pronto y limpio este asunto que me ronda, lo dejaría lindo y con lazo por si alguien pica, y podría dedicarme entonces a lo que realmente no me provoca tanta angustia, como los libros que no leo, los amigos a los que no visito, las tardes que no paso al sol, el bebé que aún no existe.
sábado, noviembre 15, 2008
Ni siquiera se percibe bien a esta resolución, pero no es una gran ola; no sube mucho más de la cintura; el recorrido, juzgando las piedras de la orilla, será breve; pero me he quedado colgado de la sensación que se adivina, del trazado, la curva, la pendiente... Uribe, en sus libros y en sus fotografías, provoca esto: alzas la mano y piensas que podrás a tocar el objeto que apenas te muestra, no es tuyo, no te pertenece, y sin embargo el chispazo de realidad relampaguea delante de ti, qué buen escamoteador.
Y yo, mientras, sigo estabulado en este llano azul, hermoso llano azul para un atardecer pero demasiado blando y demasiado vacío y adormilado para el resto.
viernes, noviembre 14, 2008
Basta.
Ahora que viene la planicie del viento del este y en casa todo está frío y mojado, que en la calle suenan las motos zumbantes y en mi cabeza se apelmazan las cosas que no hice, el peso de la persecución rutinaria, esa carga tan visible... ahora basta, es demasiado.
Busca el refugio, construye el refugio, eleva un refugio, empalizada sólida y bien anclada.
Y no muevas un dedo, permanece, aguarda, mantén tu cuerpo seco y caliente, no puede durar mucho.
Leo Las difusas, un relato mágico y hecho de arañazos de Cuatro Veces Fuego (Tropo, muy reciente).
Lara Moreno fabrica los mejores refugios de alta montaña. Son compactos y densos, no permiten que el agua traspase pero en cambio trasvasan tantos ingredientes distintos.
Sus relatos nutren, son la sopa con la que me alimento en estos días del invierno incómodo. Leo Las difusas, y luego Incisiones, y después vuelvo a Primer día y a Amarillo, a Futuro Imperfecto, a Vera y Octavio...