lunes, diciembre 03, 2018
viernes, noviembre 23, 2018
miércoles, noviembre 21, 2018
martes, noviembre 20, 2018
domingo, noviembre 18, 2018
lunes, octubre 29, 2018
Después de diez años, cinco novelas, un libro de relatos y un puñado de lectores, he comprendido que los libros no se escriben ni con el ingenio ni con la gramática, ni siquiera con los dedos. Los libros se escriben con las ojeras. En el trasnoche.
Y me van devorando, igual que mis propios hijos, se alimentan de mí, y lo seguirán haciendo hasta que no quede nada.
Y me van devorando, igual que mis propios hijos, se alimentan de mí, y lo seguirán haciendo hasta que no quede nada.
domingo, octubre 28, 2018
lunes, octubre 22, 2018
martes, octubre 16, 2018
lunes, octubre 08, 2018
Ni alambres ni escenografía, no hay
fichas sobre la mesa ni esquemas organizativos, nada de eso.
La novela se hizo sola, arrancó a
hablar en la primera frase diciendo que escribiría la primera
frase y que la primera frase diría que la primera frase dice.
La novela apareció y yo estuve
pendiente del idioma, no mucho más. Me va a costar hablar de ella
porque no me pertenece; es gramatical, el dilema.
Y ahora tengo que explicarlo todo, y
aunque haya puntos de partida e ideas previas que fueron un primer
motor, lo cierto es que no sé por dónde empezar, y es como si
mañana fuera el día del examen y hoy haces el vago, te desperezas,
abres el libro pero lo dejas al rato.
Una ciudad, la emigración, las
persecuciones raciales, el exilio y la astucia. Y el rencor de clase.
Y lugares donde no deberías estar, no es tu sitio, qué haces aquí.
Y otra vez el rencor de clase. Y la ciudad dando vueltas alrededor de
ti. Pero no hay caso: no sabré qué cara poner cuando me hagan la
terrible pregunta, de qué va todo esto, tu novela, eso de Cabezas
cortadas, de qué dijiste que iba.
viernes, octubre 05, 2018
lunes, octubre 01, 2018
sábado, septiembre 29, 2018
miércoles, septiembre 26, 2018
lunes, septiembre 24, 2018
Hace diez años de la primera edición de Rosas, restos de alas.
Diez.
Cuando me llamó el editor para decirme que quería que esa novela rara y descompuesta apareciera en la colección Blow Up de La Fábrica yo recién estaba saliendo del agua, en un septiembre o un octubre igual de caluroso, los mosquitos me devoraban. había buenas olas, ya era tarde, el arrecife que aparecía en la novela era el mismo, y yo era un chaval, un chaval con su primer libro, no necesitaba mucho más que eso.
Luego llegaron los lectores entusiastas.
Lectores que leyeron con tantas ganas y hablaron y señalaron la rareza.
A esos lectores: aniversario y gracias oceánicas.
Diez.
Cuando me llamó el editor para decirme que quería que esa novela rara y descompuesta apareciera en la colección Blow Up de La Fábrica yo recién estaba saliendo del agua, en un septiembre o un octubre igual de caluroso, los mosquitos me devoraban. había buenas olas, ya era tarde, el arrecife que aparecía en la novela era el mismo, y yo era un chaval, un chaval con su primer libro, no necesitaba mucho más que eso.
Luego llegaron los lectores entusiastas.
Lectores que leyeron con tantas ganas y hablaron y señalaron la rareza.
A esos lectores: aniversario y gracias oceánicas.
domingo, septiembre 16, 2018
jueves, septiembre 13, 2018
martes, septiembre 11, 2018
domingo, septiembre 09, 2018
jueves, septiembre 06, 2018
miércoles, septiembre 05, 2018
martes, septiembre 04, 2018
sábado, septiembre 01, 2018
miércoles, agosto 15, 2018
lunes, julio 23, 2018
Aparecía en Democracia, apenas durante
un par de páginas, un personaje secundario que se llamaba Detlef.
Alemán expatriado en Portugal, un tanto decadente,
sabía algo de carpintería y construía muebles bastos para su casa.
Una casa en un valle lleno de higueras tan cerca del mar que se
escucha el ralentí de la marejada. Un cobertizo, un taller, maderos,
herramientas, una pick up, parterres con flores, un gato. Todo eso
existió, no era novelesco. Pasé muchas noches en una de las
habitaciones de esa casa, escribiendo páginas de Democracia y de Los
libros repentinos, y también sin escribir ninguna cosa, tan sólo
descansando de la paliza del mar y esperando a que amaneciera para la
siguiente sesión de boxeo acuático. Detlef era un anfitrión muy
amable que buscaba cualquier ocasión, a veces indebida, para
conversar contigo en una mezcla de inglés y portugués muy creativa.
Siempre acababa ofreciéndote una cerveza, aunque esperaba a que tú
lo hicieras antes. Y al final, cuando ya te marchabas, te honraba con
un tarro de mermelada de albaricoque, y te insistía en que cada vez
que te sirvieras utilizaras una cuchara limpia para que no se
oxidara.
Detlef era un gran tipo, un verdadero
desastre que andaba en calzoncillos por el monte y escuchaba rock
alemán de los ochenta.
Debió de ser de los primeros
extranjeros en descubrir ese lugar, me lo imagino negociando con los
aldeanos portugueses, que lo observarían desconcertados, y
levantando aquella casa en ruinas que escalaba en la loma. Desde allí
se veía todo el valle, el sol se ponía a la espalda y hacía
brillar los campos de puro verano.
Detlef ha muerto. Me lo dijo una amiga
a quien me encontré volviendo de la playa, feliz y quemado de sol.
Una enfermedad en la sangre, sólo pudo decirme. Viajó a Alemania,
le recetaron alguna cosa que no quiso tomar, tratamientos, pruebas.
Eso no encajaba con Detlef. Volvió a su aldea portuguesa, y murió
allí.
No tiene mucha importancia, pero nunca
le dije que aparecía en la novela. No se lo dije, sin más. Supongo
que por vergüenza o timidez. Ahora pienso que le habría gustado
saberlo. Que se habría sentido aún más excéntrico, distinguido
por sus rarezas.
Y me imagino su casa, su casa
deshabitada, crujiendo como un navío. La pick up, las herramientas.
Todo pudriéndose de sal y de relente.
miércoles, febrero 28, 2018
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