domingo, diciembre 31, 2006

dos días de diciembre

El 29 de diciembre una borrasca en el norte nos trajo esto.


Es el rompiente de Tres Piedras. Al fondo, sobre el arrecife, abre una ola profunda y desierta a la que llaman la U.
Cuando llegué, tan temprano, M ya estaba en el agua. Quise parar a hacerle fotos desde el Eduardo. Pero entonces vi esto, partiendo tan noble y firme que guardé la cámara y me lancé. Dos horas de frío y largas derechas para los dos. Los otros pájaros debían de estar aún en la cama, o ateridos en sus furgonetas, calentando café soluble en un infernillo y esperando al sol de invierno.
Mala decisión, porque con la bajada de la marea la ola de Tres Piedras se hace baba y ya no hay modo de cabalgar.

Al día siguiente, sábado, le propuse a M que buscáramos otro pico más alejado, temiendo que llegaran ejércitos de surfistas de la capital, que después de lo del viernes ya estarían avisados.


No eran las diez cuando, al bajar del coche, vi esto. Dentro, claro, sonaba Pink Floyd.

Le dicen Calita. Antes de entrar. Es una ola a la que sólo acuden tabloneros porque los demás prefieren Tres Piedras, más vertical. Los fondos de Calita son un tanto irregulares y suele romper algo fofa, pero larga, abierta, ofreciendo siempre túnel y salida hasta la playa.


¿Ven? Pureza. Mr Inocent me perdonará la resolución. Ya sabe, si me lee, que le debo algo, que ya está entrando en el horno. Paciencia.




Desde aquí no se les ven las caras, pero les aseguro que todos están muertos de la risa.

Terminaba la sesión. El sol del mediodía las vestía de papel de plata, como los arroyitos de los belenes.

Es 31. Me marcho un par de días a otras playas. Les prometo fotos a la vuelta, si la marejada acompaña.


jueves, diciembre 28, 2006

el tiempo en contra

Tenemos el tiempo en contra.
En el dieciséis bastaba con conocer
un puñado de grecolatinos
cuyos tratados y poemas cabían
en un solo estante.
Poseer un manuscrito
con versos en sánscrito
o hablarle de Safo y de Catulo
a una cortesana
parecía una excentricidad.

En el diecisiete era suficiente
con añadir dos o tres anaqueles
al primero, que ya cobijaba nobles polillas,
y dejar bien claro que uno se sabía
de memoria una tirada de Lope
y el argumento de las obras más raras de Corneille.

En el dieciocho tenías que decir
que volvías a leer a Ovidio de cuando en cuando,
sobre todo para descansar
de los compendios de botánica austral
con los que cabeceabas la siesta
antes de redactar una carta
solicitando tu admisión
en el Círculo de Amigos del País.
Desafortunadamente,
tu cámara se iba haciendo cada vez más pequeña
y tuviste que mandar que construyeran
una escalera con ruedas
para acceder a los diccionarios, las gramáticas
y, especialmente, al atlas ilustrado de López Ruano.

En el diecinueve lo primero era hacerle sitio
a la Enciclopedia Británica,
y al lado las monografías,
los estudios filológicos y, maldición,
las antologías poéticas
que algún imbécil ya andaba preparando.
Después fue necesario dedicarse a las novelas,
prolijamente clasificadas por idioma,
autor y fecha de edición,
y cada tanto reunirte
con otros como tú
para que no se te escapara ninguna novedad,
si bien recibías en tu casa
distintos mercurios y gacetillas literarias
que te mantenían sucintamente informado.

Llegó el veinte jodiéndonos
con los primeros manifiestos vanguardistas.
Ya no dabas abasto para formarte juicios
-argumentados juicios, se entiende-
sobre la coherencia intelectual de tal o cual escritor,
de quien se sabía
-el ama de llaves lo había asegurado-
que no cerraba los ojos
sin haber rezado antes un rosario.
Con cierta prudencia debías integrarte
en algún grupo de renovadores integrales,
sin enfadar demasiado a los dueños integristas de las editoriales
y dejando expeditas esas íntegras convicciones
que tan pronto se verían anticuadas.
No bastaba una sola habitación
para darle cabida a tanto polvo
que se acumulaba sobre los lomos
de los libros y de los discos de pizarra
que hacías sonar
para que te inspiraran a escribir
ese poema estilo Kavafis que nunca salía.
En las tabernas bebías duro lo que hubiera
pero la tesis que no acababas
intentaba buscarle una aplicación contemporánea
a las teorías de Castelvietro
sobre el arte de la comedia.
Te indignaba
el convencionalismo moral del teatro,
te seducían las chicas de las salas de fiestas,
recelabas ya un tanto del imperialismo estadounidense
y no dejabas de repetir
que el futuro de la literatura en español
estaba en Hispanoamérica.
No dormías, recibías más revistas
de las que podías desempapelar
y más poemarios lumen de los que podías guillotinar,
te lamentabas de lo pronto que te hacías viejo
y decidías ampliar otra vez el estudio,
aun a riesgo de que la sala de estar
acabara pareciendo un camarote.

En los sesenta la batalla estaba perdida.
Hasta ese momento
te habías resistido al nuevo enemigo
dedicándole un presuntuoso desprecio,
pero la aparición de Cahiers du cinéma
hizo vanas tus renuencias.
Y así, mientras intentabas recopilar discos de jazz,
te esforzaste por aprender a pronunciar
extraños apellidos que, repetidos,
parecían fórmulas mágicas:
Fastbinder, Strongheim, Chabrol,
como si de pronto fuera a materializarse, chof,
un diablillo sobre tu escritorio de madera de haya.
Por fortuna todavía era de mal gusto
decir que el cine norteamericano
era más que una industria.

En los setenta tu biblioteca crecía tanto
como las estanterías que formaban sonrisas
con el peso de los discos de folk.
La aparición de los reproductores de vídeo
en los ochenta hizo que no quedara
un solo hueco libre en las paredes de tu casa,
que, por otra parte, ya no tendrías que pintar cada verano.
En los noventa renunciaste al ordenador personal
pero sólo por un tiempo,
porque después de leer aquel artículo
sobre las bases de datos y los grupos de noticias
entendiste que habría encargar en Crisol
dos o tres manuales de software.
Y luego las colecciones de los periódicos,
los fascículos, los diez mil títulos
que se publican cada año,
la música contemporánea, los festivales de cine,
las exposiciones temporales,
los museos al aire libre, los viajes,
los hoteles con encanto,
el Discovery Channel,
la National Geographic,
el Moma, el Macba, la Tate Modern, el Pompidou,
los congresos, las ediciones anotadas,
las casas colgantes de Cuenca,
la decoración de interiores, la filosofía oriental,
la playa de Bolonia, la adolescencia infinita,
los neocon, el montaje del director, la versión expandida,
las reediciones, el fallo de los jurados, el revisionismo,
la noche temática, el cine animado para adultos.

Tenemos el tiempo en contra.
Ahora que no hay modo de saberlo todo
y que saber un poco de algo de nada sirve,
tal vez sería mejor si desconocieras el origen de cada cosa;
y detenerte, quizá, en asuntos menores y tontos
como, por ejemplo, el niño de cuatro años
que grita en el pasillo para que le dejes entrar.

Pero casi nunca.

viernes, diciembre 22, 2006

en lo más crudo del invierno


Agosto.
Desayuno tardío.
¡Ay-ñoranza!

jueves, diciembre 21, 2006

mensaje en una botella


Mis queridas sonrisas:

Permitidme que os hable llano y patee el estilo en esta entrada, que en realidad es un mensaje de auxilio. Me guardo el pudor para deciros que en mi instituto tengo una simpática bibliotecaria que anda pidiéndome ayuda para alimentar nuestras estanterías, un tanto hambrientas, con esos libros que con quince años te tumban de un golpe, los que te hacen trasnochar, ya no entendemos. Yo exprimo y exprimo pero la lista siempre me queda corta. No se trata de decirles a nuestro chicos qué deben leer (hace tiempo que me di cuenta de que hay que provocar el encuentro, mirar de lejos, no preguntar tantas veces "¿qué te ha parecido?"), sino más bien escogerlos, rotularlos, hacerles un hueco casual entre los diccionarios y los manuales de historia y física y química (aunque no lo crean, todavía estudian los bachilleres la tabla de los elementos, esa cábala).
En definitiva, ¿cuáles os dolieron, cuáles os hicieron olvidar los granos y la antipatía de esa morenita que ni te miraba?
Se agrade cualquier aportación a esta colecta.

Agradecimientos densos a todos.

martes, diciembre 19, 2006

no me digan que si Fonollosa


Necesito una mujer
sobre la que depositar mi cansancio;
alguien que escuche mis historias
y desoiga mis miserias;
una mujer a quien acompañar
y que me acompañe,
sanos camaradas, pulcros amantes sin actas notariales
ni desvelos ni desmesuras.
Lo mismo, en definitiva,
que tantos judeocristianos
desearon infructuosamente durante siglos
mientras contemplaban sus frentes anchas
en el vientre-espejo de unas esposas
a las que no amaban.

Yo no diré jamás
-quiero decir, de nuevo-:
conmigo basta,
soy grande y rudo
como una montaña,
las mujeres son para mí
un juguete luminoso.

A voces confieso mi debilidad
y mis complejos.
Y afirmo que necesito
una mujer a mi lado
porque difícilmente
podría soportarme
a mí solo
durante otros treinta años.

domingo, diciembre 17, 2006

la cuestión social

El viernes, un chico indio de 2ºB no pudo hacer el examen de gramática que amorosamente yo había preparado para ellos porque estuvo recogiendo algodón en la finca de unos aparceros, cerca de Lebrija. Sucede que la trilladora no puede acceder a todos los recovecos del terreno, y es necesario que una cuadrilla vaya detrás para limpiar las varas que deja intactas.

Hace tres meses logró subirse a un mercante en Madrás que lo llevó hasta un puerto de Somalia. Desde allí, caminando y en autobús, llegó a Chad varias semanas después. Quería cruzar a Italia pero el pesquero en el que consiguió enrolarse faenaba enfrente de Marruecos. Desembarcó en Tánger, cruzó la frontera, se coló en un camión de frutas y apareció en Cádiz. La policía lo detuvo y lo dejó en un albergue. Al día siguiente estaba en el instituto, con ropa prestada que le quedaba pequeña, un cuaderno y dos bolígrafos, uno azul y otro rojo.

Apenas tardó un mes en aprender español. Al menos lo suficiente para pedir trabajo y resultar simpático. Es simpático.

Tiene las manos llenas de heridas que no terminan de cerrarse y que, a veces, tenemos que limpiarle con betadine en el recreo.

Si me viene alguna Fallacci o algún Fukuyama con alguna memez parecida a ya no hay lucha de clases, la historia ha muerto o algo así les juro que los meto en la trilladora. Y no me digan, después, condescendientes, que si toda revolución construirá con el tiempo las mismas estatuas que derriba.

viernes, diciembre 15, 2006


Comienzo el poema
con una imagen feroz:
niñas armadas con sexos terribles
como negras ventosas
me circundan.


Decido continuar
con un verso cándido y presuntuoso:
quiero laureles de atleta
y procesiones a mis pies
que reconforten mi ánimo herido.


Y luego tal vez
podría escribir ocho cuartillas
diciendo que persigo
una verdad oculta
cuya existencia
sólo nosotros, los hiperbóreos,
conocemos.

Pero lo cierto es que
en esas ocho medias páginas
no habría una sola idea
distinta de las que albergo
cuando, al terminar el día,
devoro con fruición
un plato de arroz hervido.

Es cierto que cada hombre
es una vana repetición
del anterior.
En estricto orden de antigüedad
se agolpan en la estantería
sus cadáveres.

Pero, diablos,
qué hacer sino decir yo también
que absorbo sus sexos oscuros
que huelen a detergente.

jueves, diciembre 14, 2006

Los malditos


Tan a menudo se nos ofrece el dilema
que nos habituamos a su pastosa incertidumbre,
y, mansos como pájaros heridos,
nos sentamos en el lugar más cálido de la casa
para dejar que se deshagan sus partículas
como el pequeño panoramix
que a veces ponemos debajo
y a veces encima de la lengua.


Si además ocurre que llueve
y caen como plomo fundido
las gotas sobre un alero de uralita,
entonces, vaya,
entonces ya del todo renuncias,
entonces ya humillas la testuz,
ya entregas las llaves de la ciudadela que no defendiste,
ya abates el postigo del baluarte
donde tiembla lo que queda de tus guardianes flacos,
ya dejas que te coman crudo el hígado
quienes decidieron que en nada
se distinguen tus pensamientos
de los de nadie.
Y mejor extraviarlos, pues,
mejor sonreír con ingenuidad
y olvidar cualquier conjetura de grande tamaño
dedicándote a cosas ciertamente arduas
como, por ejemplo, poner cada camisa en una percha
y abrochar todos los botones.

Lo que duele, lo peor,
lo que sabes que no vas a soportar
es que, aunque tu decisión sea firme,
al darles la espalda te parece
que en las estanterías
La montaña mágica, sobre todo-
te escrutan, murmuran, hacen crujir sus hilos dorados
y se burlan de ti, los malditos.

cristales y mordidas



Las dunas, la luz de verano antiguo, el inacabable cristal... Los que acuden por otros motivos tal vez no lo entiendan. Los que de vez en cuando se acercan a tomarse una taza de té conmigo y hablar de insustancias, poliestileno expandido y marejadas, seguro.
Y a ésos no tendré que decirles cuánto, cuánto me muerde esta delicada geometría.
Fragmento de Endless summer (1966). El surfista es Michael Hynson, si no me equivoco. Bajen el audio, que el acentazo del narrador es espantoso.

Y otra nota: como ven, cambié el paraguas. El otro me dio problemas técnicos. Bienvenidos a Mundoazul, que creo que es adecuado, por otra parte.

martes, diciembre 12, 2006

Son aguas estancadas
las voces de otros,
incluso las de quienes
me ofrecen su afecto impecune.
Entre ellas mis palabras
apenas se calzan sandalias de plata,
sino pesadas botas de cuero
que sacudo, llenas de lodo y nieve,
sobre sus juicios banales.

contemplación


Si, como ellos,
pudiera contenerme
en un sobrecito de plástico
que me permitiera ver
el más allá,
mi sola redención,
quizá-entonces
entonces-quizá
las manos y los pies
en los que mi cuerpo termina
me parecerían menos trozos de otro,
menos implantes de otro,
menos cosas eléctricas
que me impiden robar narices de niño,
echar monedas en la cabina,
parar un taxi.

Y si, como ellos,
a partir de mis rodillas
se juntaran mis piernas
en un solo filamento
que sacudiera
e hiciera tracción
en algún líquido;
si, como les pasa a ellos,
llevara una carga explosiva
prendida de sus no-pupilas,
entonces-quizá
quizá-entonces
quedarían expeditos
los labios y las convicciones
de una mujer amable
y, en general,
del mundo que en las avenidas
son trozos de otro,
implantes de otro, narices robadas.

Ahora contemplo
lo que de mí ha quedado,
cómo me contengo dentro de esta bolsa atrapageneraciones,
cómo se hacen pedazos
los mil-cien-noventa de los míos
que boquean en una pecera llena de gel de avena
pidiéndome (soy su dios)
que haga ras-ras
con las tijera de manicura
y los deje aletear
en la cisterna,
esperando-acechando-ajustando
las presillas de los explosivos
por si a la que duerme conmigo
le vienen ganas de algo y se sienta
y expeditas exhibe sus convicciones
y, sobre todo, sus labios.

domingo, diciembre 10, 2006

Lejos quedaron las playas blancas y los estucos del verdeazul. Sólo ruedan bolsas de plástico si es diciembre, ocho grados y sopla tan fuerte y del norte.

El mar es una enredadera de barro donde anidan ratas de tamaño humano.

Pero hay otros lugares y suficiente gasoil y primaveras y otra vez la primera cosecha del año.

Y también hay (pero no les digan que les dije) playas donde nada se mueve si no es a tu antojo.

bolonia ultrajada


Digo que es una farsa.
Que lo inventaron los directores-productores-decoradores
bajo el auspicio de los poetas a-tanto-el verso y de sus películas.
Digo que fueron bien diligentes en su oficio,
que biengastaron sus suelas deambulando sobre las moquetas de sus estudios
para concebir esa idea mágica que vendría a sajarnos la cáscara de los ojos,
igual que las esporas de las flores de espuma
que vuelan y vuelan y se clavan en tus brazos y parecen suaves
y no sabes que lanzan uñas urticantes contra ti.

Ahora la trama es tan parecida a la realidad
que no es otra cosa distinta.
Incluso los gruesos héroes se sintieron conmovidos.
Incluso nosotros, los hiperbóreos, nos dejamos convencer.
Y aunque estaba previsto
que ofreciéramos una débil resistencia,
ni siquiera lo hicimos,
así de bueyes nos convirtieron.

Qué buen ardite, el suyo.
Qué prodigiosa mentira.

Sólo queda esperar que tú entiendas como yo el engaño.
Y que le hagas entender a tu compañero el engaño.
Y que tu compañero lo entienda
y se lo haga entender a un amigo.
Pero ni siquiera.
Supongo que cada palabra que escribo
y tus dedos en los márgenes de esta página
aparecen de igual modo en sus sagaces cálculos.

domingo, diciembre 03, 2006

despedida


Los asuntos mundanos, cualquier dilema,
su humildad fingida, su grandilocuencia:
mis amigos muelen y muelen sus teorías
y las convierten en finas lonchas de nada
con las que fabrican sábanas, bajoplatos, tortas de maíz.
Ignoran que del mismo modo
muelen y muelen mis ideas
en el vaso de las suyas,
obligándome a levantar murallas en torno a la vieja vanidad,
que me esperaba desde hace tanto
con todos sus garfios bien abiertos.

Suenan sus palabras en una habitación vacía
mientras hundo y hundo y hundo
surcos y fosas
e incluso silos de misiles
alrededor de mí,
de nuevo.