domingo, julio 29, 2012


Tendría que sentarme y pensar en ello, organizar una especie de discurso y obligarme a cierto cartesianismo. Es un tema muy cercano para mí, muy irritante, la primera reacción de tertulia de bar no sirve, es necesario sintaxis y elaboración para decir algo que sirva.
Hablo de esto, claro. 
La presión de los ultras va consiguiendo sus objetivos. Los que gobiernan saben que éste es el mejor momento para dejar el asunto colgando en el aire, cuando los agobios comunes se dirigen a otro lugar: Detrás de ellos está el aliento de millones de neos, para quienes el aborto es una batalla a muerte, y estarían dispuestos a dar la vida y el voto a quien lo prohibiera para siempre. En paralelo, se desarman las ayudas a la dependencia y se favorece la proliferación de nuevos dependientes a los que sólo atenderán la caridad y el amor cristiano. Es una llamada al sufrimiento, al dolor. Es el deseo de entorpecer, atrofiar la vida, en coherencia con el desprecio a la vida que ellos sienten. La vida natural es un estorbo, los cuerpos para ellos siempre son obstáculos, deformidades, no hay diferencia entre nacer sano o condenado a la silla porque la vida biológica es una condena que sólo conduce a la vida espiritual, eterna, benigna. Es el camino, muchachos, y debéis desear que durante el camino haya tanto sufrimiento como sea posible. El sufrimiento es proporcional a la recompensa. Bienaventurados los que sufren. Asco de vida de aquí, grande la vida de allá. Angelitos son los nacen con la espina dorsal machacada y se van al cielo sin padecer el pecado, sin ver con ojos verdaderos a Christina Hendricks.


 Debería hacer eso: buscar fuentes, estudiar este asunto que tanto me desquicia, organizar un discurso.

Pero tengo la rodilla rota, duele tanto, no hay nada de Paul Newman ni James Stewart en ello, duele y punto, y a mí el sufrimiento no me sirve de nada, no acumulo bonus ni puntos para ningún canje.
Sólo quiero que acabe esta convalecencia, y leer y escribir novelas y que rueden pronto la sexta de Mad Men, la única secta en la creo.

lunes, julio 23, 2012

Va, una RESEÑA para quien piensa que soy un retro que no sabe nada de lo que ocurre:


“Atento siempre a las novedades editoriales, y en especial a los miembros de mi generación, hoy termino la lectura de Dos días de septiembre, primera novela de un debutante del sur llamado C. Bonald.
Siendo consecuente con la pauta habitual de la literatura contemporánea, el joven Bonald demuestra un cierto desprecio por la trama en favor del retrato de costumbres, la excelencia léxica y, en ocasiones, el lirismo. Se percibe, además, un intento flaco por defender una tesis social que viene a decir lo mismo que todas las tesis de las novelas sociales de siempre: aquello de la lucha de clases y Baroja y blablá.
La novela, con un cronotopo que nos lleva a la campiña de Jerez de la Frontera durante los años sesenta (vendimia, tensión entre señoritos juerguistas y jornaleros sufridos), se fortalece en las descripciones de ambientes y sobre todo en el trabajo que el autor desarrolla sobre el idioma. Pero C. Bonald cae en la misma tacha que la mayoría de escritores primerizos: desde la primera página se percibe su deseo de demostrar cuán grande, cuán talentoso y leído es él mismo, olvidando que el lector, ese par de manos que sujeta el libro, sigue ahí.
Habrá que seguirle la pista a este C. Bonald que demuestra poseer la destreza lingüística que se exige en el oficio, y también la habilidad para recrear un espacio social y mítico que, si logra explotarlo y vivificarlo, podría ser el marco perfecto para otras novelas más ambiciosas.”

Ya. Lista para publicarse en Camp de l´Arpa. Qué pereza da la literatura contemporánea.

miércoles, julio 18, 2012


La errata es un mal inevitable y pequeñito como una gripe de otoño. No hace mucho daño, no dice nada malo de ti, pero entorpece y afea. La errata es un castigo; por más que leas mil veces el mismo párrafo, si la errata quiere aparecerá. Tú escribes “corrió detrás ellos” leyendo la preposición que falta, corriges las pruebas y tu cabeza completa el hueco, no percibe la ausencia. Llega el corrector y te dice eh, falta la prep. y con un poco de suerte eso pasa antes del texto definitivo, una semana antes de la impresión, has estado a punto.
Pero otras veces el corrector también lee en modo automático deseando terminar con esa novela grandilocuente, entregar de una vez el archivo, cobrar la corrección y olvidarse de ti, y entonces la prep. se queda guardada en la caja de todas las preps., y ya no hay remedio, la errata aparece en la página 72 de tu flamante novela: “corrió detrás ellos”.
No sufras: puede que el lector también lea en modo automático, y si no es así puede que ni siquiera te atribuya la culpa, sino que piense con ingenuidad que es cosa de la imprenta o del ordenador o quién sabe. La errata te exonera del error, porque enseguida se ve que no es cojera sino tropiezo.
El error, sin embargo, te humilla: queda escrito para siempre, es el argumento definitivo que utilizarán todos aquellos que no te quieren bien. El error no es una prep. ausente sino un mal uso continuado de todas las preps., como Baroja.
Baroja desparramaba las preps. sin importarle donde cayera cada una; y no era un uso estilístico: era un mal uso que a Baroja le importaba un cuerno porque tenía cosas ligeramente más importantes en las que pensar, como por ejemplo la lucha de clases.
El error es decir “una moto de 49 cc.” cuando son de 45, o decir “las praderas de Posidonia del Cabo de San Vicente” cuando el libro de ciencias de 3º dice que sólo crecen en el Mediterráneo.
Sufro por esos errores, no importa que las nuevas ediciones los corrijan porque siempre estarán ahí, en la princeps, cuando los siglos pasen y tú evidentemente yagas en un epígrafe de los libros
de texto, que dirán “grandísimo escritor con poquísimos lectores”. Eso dirán, seguro.
Errata no sé si intencionada y entonces tan poética en La mano invisible, de Isaac Rosa: “todos comnten errores con más frecuencia.”
Error continuado, el manual dice que el verbo advertir rige preposición cuando significa alertar, me escandalizo con los usos queístas de El Lector de Julio Verne, de Almudena Grandes.
Y rápidamente organizo mi discurso destructor: qué vergüenza, qué infamia, qué error de bachiller que no supo ver la autora (¡dos veces en cuarenta páginas!) ni los amigos de la autora cuando leyeron el original ni el editor ni los correctores ni nadie, nadie, ni siquiera el Poeta. El primer lector es siempre la persona que duerme contigo.
Pienso en otros queísmos célebres, pienso en “antes que (sic) te derribe, olmo, / el hacha del leñador”, pienso en Reinaldo Arenas. Qué desconsuelo.
Pero entonces.
¡Entonces soy yo, es mi culpa, son mis ojos! Qué soberbia, ¿cómo pudiste pensar que una escritora de cientos de miles de ejemplares cometiera un error así? Ella verificó el uso, entró en el debate, escribió todas esas páginas para que sirvieran de modelo concluyente: no es un queísmo, es tu propia estupidez, lector de El lector de Julio Verne.
Me siento tan abatido. Con las reglas gramaticales arbitrarias pasa lo mismo que con las provisiones de los bancos: que no sirven de nada y generan desconfianza aunque pretendan lo contrario.

domingo, julio 01, 2012

Mientras todo eso ocurre, la playa está vacía.
A veces se escuchan gritos, como si algo sucediera en alguna parte.
Pero no hay más que la arena arrasada de plásticos, pañales y mondaduras después del domingo, y un mar de poniente sin nadie que dice adónde fue todo el mundo, por qué esta tregua, este engaño.