lunes, septiembre 21, 2015
Hay en Alemania una porción de profesores y estudiantes de románicas que leyeron Democracia y Los libros repentinos. Hace unos días estuve con ellos, hablando con la lentitud de quien no siente la urgencia de las novedades literarias ni pretende situar ningún título en ninguna escala del mérito. Son hospitalarios, son curiosos, escuchan con atención y se divierten con las anécdotas que les cuento, y me las intercambian por otras de la RDA, llevamos al diván de la terapia a nuestros países y sentimos hacia ambos un poco de pena, igual que hacia un padre o una madre ya mayor a quien se visita los domingos y descubres que en la nevera sigue la misma comida de la semana pasada, que hace meses que nadie limpia la cocina (y tú tampoco lo harás), que no se lavó el pelo (y tú tampoco la llevarás al baño), que sobra tiempo o faltan ganas y fuerzas para que las cosas fueran de otro modo. Cenamos en un apartamento hermoso, un ático en uno de los viejos bloques soviéticos, con cristales abiertos hacia las avenidas del ensanche y los planes quinquenales, como si fuera una película donde nada ocurre en apariencia, pero sí ocurre. Las calles de Berlín en septiembre también son así, suaves e inactivas, siempre es domingo por la mañana aunque lunes o viernes.
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