Días confusos. La tristeza se encajó en mis zapatos. Esas tuercas de la rutina, las otras verdades (las profundas) que finges no ver en otras ocasiones. La peste de las frases nominales que no dejas de formar, sin objeto. En amplios sentidos.
Al salir del trabajo, arranco y conduzco hacia el arrecife. Veo una derecha pequeña que medioabre a cincuenta metros de la orilla. Una furgoneta sin merca se aburre en el aparcamiento. Dos turistas alemanes comen mejillones en escabeche sobre las mesas invisibles del bar Eduardo, sucio y encadenado hasta la primavera.
Tiro unas fotos y remonto sin convicción. El frío araña, enmohece. Medio metro me peina y rebullo como un gato dentro de la casulla de goma.
Y espero, buda de terracota.
Espero.
En la U, a lo lejos, entra la primera serie. Es fácil seguirla con el dedo y verla rebotar contra la lengua de piedra y luego resbalarse, bordear el arrecife y erguirse de nuevo frente a mí.
Salto, trazo dos que ni me llegan a la rodilla, peleo para que una hermana mayor no me cierre encima, me puede una.
Y pronto me dejo vencer, aburrido y helado, a la hora del almuerzo.
Y recuerdo los primeros días del año, estas turquesas.
Días confusos, la tristeza, la inutilidad. La acumulación inane de pensamientos. La fatiga de masticar palabras tontas, como inane, en tontas frases sin objeto.
2 comentarios:
no problemo,ya llegaran esos maravillosos dias k sabemos, siempre nos quedará eso (siempre volveran nuestros mejores recuerdos a nuestros nuevos voluminosos pies)
Vente cuando.
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