En el museo
Marta Herford los grabados más audaces de Félicien Rops están detrás de una pesada cortina de terciopelo. Así, el visitante pudoroso no tendrá que enfrentar su pupila puritana con la mujer castradora, el hombre que se lame a sí mismo, la crucifixión satánica. El museo es una hermosa cáscara de cristal y acero. Dentro, hay salas elípticas llenas de cuadros estomagantes, un arroyo detrás de una vidriera, un guardarropa sin vigilancia, un piano de cola, una cafetería donde sirven chocolate caliente. Fuera hace un frío que raja.
En casa de Alicia, Cha-Huang sube a ver culebrones en la televisión por cable mientras Dani juega con nosotros en la alfombra, su cuerpecito es un muelle, lo arrojo, salta, rebota y vuelve partiéndose de risa.
Bebemos vino dulce y vemos ponerse el sol.
Dani no para de arrancarme el libro de las manos, no me deja leer e insiste en poner una canción horrible de Mickey Mouse, es fácil imaginar cómo será dentro de unos años, cuando sonríe no tiene ojos.
Supongo que no le interesarán a nadie las notas de este viaje pero:
-todas las casas están abiertas, ventanas y puertas
-dentro de cada casa gris hay un rectángulo de luz
-en la acera crece hielo silvestre, a punto de desnucarme siete veces al día
-la obligación de cada vecino es mantener bien despejada y segura la entrada de su casa (no está bien visto que los invitados se descalabren en las escaleras)
-la tiniebla de las calles favorece el ahorro energético y reduce mis posibilidades de mantener el equilibrio
-los piesnegros de la estación de tren son tan sucios y hostiles como los que ya conocía, pero aquí resultan más graciosos, transportan entre dos una caja de cerveza que, claro, no necesitan enfriar, pobre de quien comparta con ellos el vagón
-romper el sistema no consiste en ser maleducado y antipático
-estoy muy seguro de eso: ROMPER EL SISTEMA NO CONSISTE EN SER ANTIPÁTICO
-también de esto estoy seguro: cuando Clea tiene las mejillas muy rojas está muy bonita (hay muchas formas de enrojecer esas mejillas, algunas más desusadas que otras)
-en un mercadillo de arte veo cuadros más hermosos que los del museo de noséqué
-me estoy haciendo viejo, tal vez
Hablo con ellos de arte, ejem (qué ridículo suena), sentados detrás del cristal protector de la ventisca, con una taza para calentar las manos. Digo muchas tonterías, con un punto dogmático que me asquea. Digo que el arte moderno es una escombrera, un montón de porquería amontonada, mercado para pijos, fraude enorme, pero en medio de esa gran cantidad de mierda carísima a veces reluce un cristal mágico, como si lo hubieran olvidado allí, como si no perteneciera a ese mundo, es decir, igual que en una escombrera. Lo digo pensando en
la exposición de Beuys que me ha dado la misma fatiga que el atracón de fideos chinos de anoche, y pienso ¿será que Beuys me da fatiga sin más, será que no tengo educación ni criterio ni inteligencia ni sensibilidad para construir una frase más ingeniosa y acudo al recurso paleto de negar la categoría ARTE MODERNO? No sé, no sé. Hace un frío que raja el alma ahi fuera.
Me estoy haciendo viejo, sí: yo era MODERNO.
(jajá, ni tú te crees eso, pedazo de clasicote)
Veo una serie de fotografías fascinantes en una sala contigua a la mortandad de Beuys. Pero el carromato de mierda de Beuys me oprime, me obliga a zigzaguear por los pasillos, escapando, quiero volver a la sala de esas fotografías y una de sus horribles cosas se planta delante de mí como una barricada. Ah, nunca hay un helicóptero israelí donde realmente se necesita.
Sr. Comandante, le juro que Beuys tiene un prepucio enorme e infectado, necesita un poco de esa cirugía, y tal vez no esté bien decirlo pero se cuenta que, al caer la tarde, frecuenta algunos lugares donde sólo sirven comida
halal. Sí, B-e-u-y-s, apunte bien.
Es extraño.
J. dice que se están haciendo cosas muy interesantes en el
arte contemporáneo, que es un momento muy creativo y refrescante, distinto, y yo creo a J. porque sé que que tiene las ideas claras y que no habla sólo por escuchar su voz, como yo hago.
Pero también le digo que entonces no entiendo a cuento de qué ese mercadeo y me contengo de hablarle del desesperante vacío que se apretuja dentro de esos artefactos del diseño (Koon), porque ya sé que él dirá que precisamente ese vacío es su contenido y etcétera.
Pienso (más o menos pienso) que hace ya un siglo que se vino a decir que todo se había dicho antes y que, por tanto, de nada servía esforzarse por buscar ningún sentido ni mensaje. Pero un siglo es mucho tiempo. Y por otra parte, creo que esa afirmación es falsa. Hay millones de ideas pendiendo de hilos dorados, como cebos, y basta con tirar de una para que esa idea huérfana te adopte y te pida que construyas para ella algún tipo de receptáculo, que tejas para ella un vestido hermoso o feo o vulgar con el que presentarse al mundo. A mí me falta inteligencia y me sobra pereza para ir recolectando todas las ideas con las que a veces me golpeo a diario, cada año debería escribir diez, cien novelas sobre cien de esas ideas, porque
hace falta estar ciego, tener metidas en los ojos raspaduras de vidrio para no ver la luz que.
Es preciso que alguien lo haga.
Me refiero a escribir.
Escribir, por ejemplo.