martes, noviembre 29, 2011
lunes, noviembre 28, 2011
Tengo el libro en casa y hago lo que no debería: leerlo -a pedazos- y esta vez casi no cambiaría demasiadas comas y casi no encuentro cacofonías (alguna sí). Con Nada es crucial no me atreví porque habría vuelto a ponerlo todo patas arriba, paren las máquinas.
Estoy mejor de eso, a la ultracorrección me refiero, se me tiene que pasar la ansiedad, se me irá pasando, pero cuando leo cualquier otra cosa no dejo de pensar aquí no, será por lo de profesor o por lo de esquizoide: ninguna frase de ninguna (casi) novela que leo me parece buena frase. No quiero decir “hermosa frase”, sino “frase correcta”. Es feo este síndrome, me hace mal. Pero me curo, me voy a curar, y seré bueno y diré me gustó mucho lo que escribiste, y no hará falta fingir siquiera.
Por eso Ensimismada... puede ser un pedazo de carne que cualquiera (pocos, diminuto poco) mastique y devuelva al plato con cara de disgusto, y yo nada diré porque soy lo mismo, haría lo mismo si no me quisiera lo justo para seguir de pie, sobre el escritorio, escribiendo.
Es fabuloso hacer esto. Disculpen la ingenuidad y el entusiasmo, hoy. Mañana ya volveré a enfadarme.
lunes, noviembre 21, 2011
Cuentos: algunos son novelas encogidas con personajes raros y redichos que dicen versos en voz alta y piensan que ellos mismos son un verso y no un cuento, qué se creen, engreídos.
Luegos hay chicas que se reflejan en el caparazón de las tortuguitas del terrario, otras que juegan a ser Gulliver con un harén de mujeres diminutas.
Y hay más: JRJ, Gil de Biedma, etc., y una porción de cosas que no sabría explicar pero que tendré que hacerlo porque este viernes 25, a las ocho y media, en la librería La Buena Vida de Madrid (Vergara 10) hablaré de todos ellos, a ver qué me sale.
Qué bien si alguien viene.
miércoles, noviembre 16, 2011
Pero no me atreveré a copiar esto que ahora leo en La feria de los discretos, de Baroja (su prosa tan cerda):
"-Y usted... ¿ha matado alguna novia? -preguntó la señora muerta de curiosidad.
-¡Yo! -y Quintín vaciló como quien no quiere confesarlo-. Yo no.
-Ah, sí, sí -exclamó la francesa-. Usted ha matado a alguna novia. En la cara se lo conozco a usted.
-Amiga mía -dijo su marido-, no insistas; los españoles son demasiado hidalgos para contar ciertas cosas."
Y menos aún proyectaré este vídeo humillante que en su tiempo, 91, tanto reconfortaría a los agresores, cuando no existían terminaciones nerviosas que irrigaran el asunto. Para mí 91 es ayer, y todo el mundo (casi) lo veía y se reía, la cena de Navidad sobre la mesa, mazapanes y huevo hilado.
viernes, noviembre 04, 2011
Leí sus novelas anteriores con voracidad, incluso La posibilidad de una isla.
Aprecié mucho su arrogancia y su mal carácter, sus ganas de joder y, detrás, el lúcido discurso tan XXI.
Cuando lees así a un autor consideras que es él quien tiene una deuda contigo.
Y la deuda se salda con la próxima novela.
Si lo siguiente es el silencio, bien, no pasa nada.
Si lo siguiente es esto: bronca.
Lo mismo me pasó al leer El cuerpo de Kureishi. Y todo lo demás de Kureishi.
No pasa con Martin Amis. Sí con Beigbeder. Y confiaba en que no pasaría tampoco con Houellebecq.
El mapa y el territorio no sólo es una mala novela (disculpad el juicio) sino que convierte en peores las novelas anteriores de Houellebecq.
O es culpa mía y de mi pequeña capacidad de lectura.
Como esto no es reseña ni crítica literaria, puedo contar lo que pasa en El mapa y el territorio: un artista pinta un retrato de Michel Houellebecq, a quien repetidamente se llama “el autor de Plataforma”, el artista sufre pero se hace rico, a Michel Houellebecq lo descuartizan, su cabeza aparece sobre un sofá y el resto de su cuerpo está tan cortado en trocitos que cabe en un ataúd infantil. Luego hay una investigación sobre el crimen que no llega a ningún sitio. Fin.
Pero da igual el argumento, superé el de La posibilidad de una isla sin prestarle demasiada atención.
El asunto es que la novela no va de sexo ni de ciencia ni de Lanzarote ni de sectas ni de sociedad consumo ni de nada distinto de Houellebecq.
Las novelas anteriores las leí superando el asco que me produce el autor porque hablaban de un mundo inmenso, extraño, en transformación.
El mapa y el territorio reduce ese universo a un solo contenido: Houellebecq.
Debí sospecharlo desde el principio, en las primas páginas ya se hablaba de dos cosas hacia las que siento un tenso rechazo: el arte (debería decir las artes plásticas, su mundo, etc., pero suena muy escolar) y los escritores que hablan sobre escribir y ser escritores.
Otro ejemplo: Pron y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, donde no se habla de otra cosa que de Pron.
Sólo hay una forma de abordar ese tema: con sentido del humor. Como Nabokov en Ada o el ardor o en casi todas las suyas. Houellebecq tenía sentido del humor en Plataforma, en Las partículas elementales, además de lucidez y mala hostia. Pero aquí no hay una sola sonrisa, aunque pueda hacerte sonreír, quizá, la escena del crimen, el despellejamiento. Qué osado, ¿eh?, el autor se convierte en personaje y se fastidia a sí mismo y se presenta como residuo humano y finalmente se inmola.
El mundo está lleno de cosas.
Hermosas, algunas.
Terribles, otras.
Muchas de ellas, incluso, están más allá del ego de los escritores que hablan de escritores hablando de escritores que finalmente son, ¡vaya!, ellos mismos retratados como escritores. Tal vez la salvación esté en escribir poco, como Kundera. No sé si borrar todo esto y decir sólo "Al fin, después de saltarme muchas páginas, terminé con Houellebecq." Qué liberación.
miércoles, noviembre 02, 2011
Debo arrodillarme ante algún ídolo y ofrecer un sacrificio de acción de gracias, degollar un carnero, libar una botella de vino del supermercado: tengo tanta suerte, tanta, hace unos días recibí la tercera edición de Nada es crucial, ¡tercera!; es decir, la expectativa del fracaso silencioso se ha frustrado tres veces.
Yo no hablo de Ciudad Juárez, cuerpos que se rompen ni filiación ultramasculina por las armas, en mi cabeza no suena Calle 13, me resisto al cinismo, quisiera con toda sinceridad que Liliana me hubiera conmovido, no estoy tan vacío de sentimientos, en el fondo (y en la superficie) soy un moralista con demasiado prejuicio estético, me temo. Liliana se merecía un lector. Supongo que cada apellido de ese índice y cada minúscula editorial americana se merecen algunas docenas.
También esta semana termino de corregir los cuentos de Ensimismada correspondencia, que editará Lengua de Trapo dentro de muy poco, antes de que termine el mes si conseguimos cuadrar las pruebas. Corrijo veloz, procuro ser muy severo conmigo aunque algunas de esas páginas me gustan de veras, el primer cuento y el último son lo mejor que he escrito, creo, pero a veces me parecen demasiado literarios. No sabría explicar esto último.
Haciendo subir mi tensión (140/72), también corrijo el texto definitivo de una novela que aguardará hasta 2012, espero que no muy lejos. Me pregunto si un lector (uno solo) sentirá las mismas ganas que sintió la profesora que, sobre las páginas de economía de El País, dibujó a Lecu y a Magui casi como yo los había imaginado.