miércoles, noviembre 02, 2011



En el Salón Iberoamericano del Libro compartí mesa con una escritora mexicana, Liliana Pedroza. Cuando le tocó su turno abrió una carpeta de gomas, sacó siete folios y comenzó a leerlos uno tras otro. De vez en cuando levantaba la vista, no mucho. Habló-leyó sobre la triste realidad mexicana, bandas, armas, Ciudad Juárez y mujeres. Después entonó un cuento donde aparecían cadáveres y gaviotas. Intenté escuchar, estar atento, conmoverme. No supe. Miré el programa del Salón, repasé en la contra los emblemas de patrocinadores y patrones, en el índice busqué algún autor que yo conociera sin encontrarlo, alguna editorial, cualquier vínculo; nada. Liliana leía su cuento y yo imaginaba para qué lectores, en qué lugar, cuál sofá y ventana durante qué tarde gris o soleada, quién lee ni siquiera este índice.
Debo arrodillarme ante algún ídolo y ofrecer un sacrificio de acción de gracias, degollar un carnero, libar una botella de vino del supermercado: tengo tanta suerte, tanta, hace unos días recibí la tercera edición de Nada es crucial, ¡tercera!; es decir, la expectativa del fracaso silencioso se ha frustrado tres veces.


Yo no hablo de Ciudad Juárez, cuerpos que se rompen ni filiación ultramasculina por las armas, en mi cabeza no suena Calle 13, me resisto al cinismo, quisiera con toda sinceridad que Liliana me hubiera conmovido, no estoy tan vacío de sentimientos, en el fondo (y en la superficie) soy un moralista con demasiado prejuicio estético, me temo. Liliana se merecía un lector. Supongo que cada apellido de ese índice y cada minúscula editorial americana se merecen algunas docenas.
También esta semana termino de corregir los cuentos de Ensimismada correspondencia, que editará Lengua de Trapo dentro de muy poco, antes de que termine el mes si conseguimos cuadrar las pruebas. Corrijo veloz, procuro ser muy severo conmigo aunque algunas de esas páginas me gustan de veras, el primer cuento y el último son lo mejor que he escrito, creo, pero a veces me parecen demasiado literarios. No sabría explicar esto último.
Haciendo subir mi tensión (140/72), también corrijo el texto definitivo de una novela que aguardará hasta 2012, espero que no muy lejos. Me pregunto si un lector (uno solo) sentirá las mismas ganas que sintió la profesora que, sobre las páginas de economía de El País, dibujó a Lecu y a Magui casi como yo los había imaginado.

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