Participo en la asamblea escolar,
levanto el dedo, hablo, digo tonterías inflamables, me miran
diciendo no es eso, no se trata de eso. Cuando yo digo Molotov ellos
dicen consenso, no hay que molestar demasiado, busquemos una
estrategia unificada que puede ser aceptada por todos los sectores,
el viejo discurso sindical se abre paso con su imperio de pegatinas,
es una asamblea pero sólo hablan tres personas, y dos de ellas
procuran que nada se exalte ni erice y que nadie sienta estos deseos,
estas ganas de marcharse y renunciar, también, a una batalla tan
pequeñita y perdida de antemano.
Es igual que el 15M: de tan buenos
fuimos bobos; de tan tiernos, pastelitos. Hay que protestar, sí,
pero con aplausos de sordos para que el peatón no se enfade, con
gritos silenciosos glorificando el oxímoron hasta que alcance la
categoría de metáfora.
Y qué hago con este malestar, esta soledad inmensa del
escaparate intacto y la piedra en la mano.
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