La errata es un mal inevitable y
pequeñito como una gripe de otoño. No hace mucho daño, no dice
nada malo de ti, pero entorpece y afea. La errata es un castigo; por
más que leas mil veces el mismo párrafo, si la errata quiere
aparecerá. Tú escribes “corrió detrás ellos” leyendo la
preposición que falta, corriges las pruebas y tu cabeza completa el
hueco, no percibe la ausencia. Llega el corrector y te dice eh, falta
la prep. y con un poco de suerte eso pasa antes del texto definitivo,
una semana antes de la impresión, has estado a punto.
Pero otras veces el corrector también
lee en modo automático deseando terminar con esa novela
grandilocuente, entregar de una vez el archivo, cobrar la corrección
y olvidarse de ti, y entonces la prep. se queda guardada en la caja
de todas las preps., y ya no hay remedio, la errata aparece en la
página 72 de tu flamante novela: “corrió detrás ellos”.
No sufras: puede que el lector también
lea en modo automático, y si no es así puede que ni siquiera te
atribuya la culpa, sino que piense con ingenuidad que es cosa de la
imprenta o del ordenador o quién sabe. La errata te exonera del
error, porque enseguida se ve que no es cojera sino tropiezo.
El error, sin embargo, te humilla:
queda escrito para siempre, es el argumento definitivo que utilizarán
todos aquellos que no te quieren bien. El error no es una prep.
ausente sino un mal uso continuado de todas las preps., como Baroja.
Baroja desparramaba las preps. sin
importarle donde cayera cada una; y no era un uso estilístico: era
un mal uso que a Baroja le importaba un cuerno porque tenía cosas
ligeramente más importantes en las que pensar, como por ejemplo la
lucha de clases.
El error es decir “una moto de 49
cc.” cuando son de 45, o decir “las praderas de Posidonia del
Cabo de San Vicente” cuando el libro de ciencias de 3º dice que
sólo crecen en el Mediterráneo.
Sufro por esos errores, no importa que
las nuevas ediciones los corrijan porque siempre estarán ahí, en la
princeps, cuando los siglos pasen y tú evidentemente yagas en un
epígrafe de los libros
de texto, que dirán “grandísimo
escritor con poquísimos lectores”. Eso dirán, seguro.
Errata no sé si intencionada y
entonces tan poética en La mano invisible, de Isaac Rosa:
“todos comnten errores con más frecuencia.”
Error continuado, el manual dice que el
verbo advertir rige preposición cuando significa alertar, me
escandalizo con los usos queístas de El Lector de Julio Verne,
de Almudena Grandes.
Y rápidamente organizo mi discurso
destructor: qué vergüenza, qué infamia, qué error de bachiller
que no supo ver la autora (¡dos veces en cuarenta páginas!) ni los
amigos de la autora cuando leyeron el original ni el editor ni los
correctores ni nadie, nadie, ni siquiera el Poeta. El primer lector
es siempre la persona que duerme contigo.
Pienso en otros queísmos célebres,
pienso en “antes que (sic) te derribe, olmo, / el hacha del
leñador”, pienso en Reinaldo Arenas. Qué desconsuelo.
Pero entonces.
¡Entonces soy yo, es mi culpa, son mis
ojos! Qué soberbia, ¿cómo pudiste pensar que una escritora de
cientos de miles de ejemplares cometiera un error así? Ella verificó
el uso, entró en el debate, escribió todas esas páginas para que
sirvieran de modelo concluyente: no es un queísmo, es tu propia
estupidez, lector de El lector de Julio Verne.
Me siento tan abatido. Con las reglas
gramaticales arbitrarias pasa lo mismo que con las provisiones de los
bancos: que no sirven de nada y generan desconfianza aunque pretendan
lo contrario.
4 comentarios:
Me acabas de dar un disgusto, siempre creí que los editores de libros tenían correctores a los que cualquier fallo de escritor no conseguiría burlar.
Da igual las veces que corrija mis novelas, siempre les encuentro un fallo en que no había reparado. Es angustia, es desespero, es tedio...es eternamente volver a empezar...
La de 'horrores' que no errores, de esos que se repiten con audaz atrevimiento, me han sobresaltado leyendo a escritores de gran fama y prestigio. Horrores que me han llevado a buscar (cual posesa) un lápiz para tachar la palabra indigna y evitar así heridas posteriores.
Espero que lo de la errata no fuera por el comentario en el post anterior (que como bien dices releí varias veces antes de mandar) en el que se me coló el pronombre personal (sigo fielmente tus letras debía figurar) de manera totalmente autónoma y traviesa.
Saludos choqueros.
Nada es crucial pág 62 dice:"Isaias subió a los cielos en un carro de fuego".No fue Isaias, fue Elias, como Helios en la mitología griega.
Pues eso, que soy un imbécil. Y leo y reviso lo mismo mil veces y procuro no confiar en mi memoria y comprobar cada cosa, pero no hay forma. Ahora la pesadilla no es Elías/Isaías Thomas, sino confundir los fondos de deuda garantizados con las obligaciones de deuda. Ay, eso me pasa por no escribir autoficción, donde es imposible confundirse porque quién sabe qué de cada uno.
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