Hace unos años solía reunirme con un grupo de chicos aficionados a la literatura, eran muy jóvenes, leíamos poemas y relatos, recuerdo que una vez leímos Hombre preso que mira a su hijo, y para que lo entendieran tuve que hablarles de dictadura, de Pinochet, de la triple A, fantasmas muy extraños que ellos recibían, también, como literatura lejana, qué medieval sonaba eso de cárceles, torturas, confesiones, resistencia, Escuela de Mecánica, Garaje Olimpo, se les encendían los ojos, participaban levemente de la épica clandestina, pensaban qué tiempos tan vulgares los nuestros, sin combate, sin represión, sin reuniones secretas.
Lejos de esa planicie, la literatura ahora podrá al fin nutrirse de argumentos, como el indulto a los policías torturadores, el expolio oficial, la emigración, el engaño continuado, este miedo y esta cólera, las ganas de algo suceda, la urgencia jacobina que se derrite enseguida. ¿Cómo era el verso?: “los dioses inventan infortunios para que los poetas…” algo así.
viernes, noviembre 30, 2012
lunes, noviembre 26, 2012
Era en Trópico de Cáncer, hubo un tiempo en el que me sabía la cita de memoria, ahora sólo recuerdo algo así: “Permanecería quieto como Atlas, los pies sobre el lomo de un elefante y el elefante sobre el lomo de una tortuga; preguntarse sobre qué descansaba la tortuga sería perder el juicio.”
No encuentro la frase exacta. Miller hablaba de la inestabilidad, el equilibrio de cargar con 240 páginas sobre tus hombros y cruzar las cataratas del Niágara sobre un cable de funambulista. Una novela como una sima. Bien por el poema preciso y el relato de orfebrería, bonitas piezas de artesano, si la figurilla se resquebraja no pasa nada; la novela, en cambio, es corazón abierto, espejo de lupa.
Vigilo mi soberbia. Después del cinismo, la soberbia es el segundo enemigo temido. Hablo de mí y dejo que otros hablen de mí durante demasiado tiempo. El jueves vinieron todos, me enternecieron, nos abrazamos, ¿cuántos fuimos?, no había sillas, ¿cuántos libros?, preguntaban, me tomaban como excusa para decir lo que no dicen en casa salvo delante del telediario, como Cloe, Democracia fue el centro de reunión, no conocían a Marco ni a Soros ni falta que les hacía, yo les hablé de ellos y ellos se los llevaron a casa buscando una tesis o una certeza que no encontrarán, no me enteré de mucho, necesito leerla otra vez (dirán) y yo pensaré que si necesitas leer una página dos veces es un problema de la página y no de tu lectura.
Pensé: todo resulta demasiado complicado, demasiadas cosas dentro de las 240, ¿no es el error del principiante, epatar por abundancia, inundar las cosas de referencias y otros escudos contra la fragilidad de tu discurso? Buscando erratas para la reimpresión, volví a las 240, ya con la sospecha de ver en el espejo de lupa a un novato escribiendo lo mismo de siempre. Vigilo mi soberbia, en serio, pero de nuevo Henry Miller:
“Supongo que era el peor libro que jamás haya escrito un hombre. Era un volumen colosal y defectuoso del principio al fin. Pero era mi primer libro y estaba enamorado de él. Si hubiera tenido dinero, como Gide, lo habría publicado a mis expensas. Si hubiese tenido tanto valor como Whitman, habría ido vendiéndolo de puerta en puerta. Todas las personas a las que se lo enseñé dijeron que era espantoso. Me recomendaron que renunciara a la idea de escribir. Tenía que aprender, como Balzac, que hay que escribir volúmenes antes de firmar con el propio nombre. Tenía que aprender, y no tardé en hacerlo, que hay que abandonar todo y no hacer otra cosa que escribir, que tienes que escribir y escribir y escribir, aun cuando todo el mundo te aconseje lo contrario, aun cuando nadie crea en ti. Quizá lo hagas precisamente porque nadie cree en ti. […] Hoy, cuando pienso en las circunstancias en las que escribí el libro, cuando pienso en la abrumadora cantidad de material a que intenté dar forma, cuando pienso en lo que intenté realizar, me doy palmaditas en la espalda, me pongo un diez.”
Cada libro es el primer libro, cada página es la de un principiante.
No encuentro la frase exacta. Miller hablaba de la inestabilidad, el equilibrio de cargar con 240 páginas sobre tus hombros y cruzar las cataratas del Niágara sobre un cable de funambulista. Una novela como una sima. Bien por el poema preciso y el relato de orfebrería, bonitas piezas de artesano, si la figurilla se resquebraja no pasa nada; la novela, en cambio, es corazón abierto, espejo de lupa.
Vigilo mi soberbia. Después del cinismo, la soberbia es el segundo enemigo temido. Hablo de mí y dejo que otros hablen de mí durante demasiado tiempo. El jueves vinieron todos, me enternecieron, nos abrazamos, ¿cuántos fuimos?, no había sillas, ¿cuántos libros?, preguntaban, me tomaban como excusa para decir lo que no dicen en casa salvo delante del telediario, como Cloe, Democracia fue el centro de reunión, no conocían a Marco ni a Soros ni falta que les hacía, yo les hablé de ellos y ellos se los llevaron a casa buscando una tesis o una certeza que no encontrarán, no me enteré de mucho, necesito leerla otra vez (dirán) y yo pensaré que si necesitas leer una página dos veces es un problema de la página y no de tu lectura.
Pensé: todo resulta demasiado complicado, demasiadas cosas dentro de las 240, ¿no es el error del principiante, epatar por abundancia, inundar las cosas de referencias y otros escudos contra la fragilidad de tu discurso? Buscando erratas para la reimpresión, volví a las 240, ya con la sospecha de ver en el espejo de lupa a un novato escribiendo lo mismo de siempre. Vigilo mi soberbia, en serio, pero de nuevo Henry Miller:
“Supongo que era el peor libro que jamás haya escrito un hombre. Era un volumen colosal y defectuoso del principio al fin. Pero era mi primer libro y estaba enamorado de él. Si hubiera tenido dinero, como Gide, lo habría publicado a mis expensas. Si hubiese tenido tanto valor como Whitman, habría ido vendiéndolo de puerta en puerta. Todas las personas a las que se lo enseñé dijeron que era espantoso. Me recomendaron que renunciara a la idea de escribir. Tenía que aprender, como Balzac, que hay que escribir volúmenes antes de firmar con el propio nombre. Tenía que aprender, y no tardé en hacerlo, que hay que abandonar todo y no hacer otra cosa que escribir, que tienes que escribir y escribir y escribir, aun cuando todo el mundo te aconseje lo contrario, aun cuando nadie crea en ti. Quizá lo hagas precisamente porque nadie cree en ti. […] Hoy, cuando pienso en las circunstancias en las que escribí el libro, cuando pienso en la abrumadora cantidad de material a que intenté dar forma, cuando pienso en lo que intenté realizar, me doy palmaditas en la espalda, me pongo un diez.”
Cada libro es el primer libro, cada página es la de un principiante.
lunes, noviembre 19, 2012
Después de explicar/justificar la novela durante semanas y de
recibir a cambio el rostro huraño de lectores que buscaban el entusiasmo
delicuescente de Lecu y Magui (II vol.), alcanzo dos conclusiones: 1) que la
novela no se entiende; 2) que todo lo yo veía tan claro y tan consecuente y cómico es una filfa para mi solo gusto y disfrute, como una comida de domingo; igual que el punto y
coma, o bien sobra el aparatejo formal (me dicen), o bien lo que sobra es lo
que se dice, si es que se dice algo; es decir, que bien por el punto o bien por
la coma, pero no las dos cosas juntas, imbécil. Ay mísero de mí, ay infelice.
viernes, noviembre 16, 2012
lunes, noviembre 12, 2012
Inédito: Kareem Abdul Jabbar, la Nación del Islam, Wilt Chamberlain y Bruce Lee, todo junto.
Un relato.
Un relato.
domingo, noviembre 11, 2012
En la Sexta, Dedocracia; en Página 2, Democracia: homonimia resistente que a Marco, en su mundo de acrílicos, le importaría bien poco. Marco, muchacho desideologizado, el chico que cumplió todas las órdenes, todo lo pactado en el convenio entre el ciudadano y el cosmos.
viernes, noviembre 09, 2012
No me resisto a copiar este chiste/anécdota de Diego Vaya:
Fui a una librería rural y pregunté si tenían Democracia. El vendedor me respondió: "Depende, cada cuatro años a lo mejor...". Salí abatido y sin tu libro.
Fui a una librería rural y pregunté si tenían Democracia. El vendedor me respondió: "Depende, cada cuatro años a lo mejor...". Salí abatido y sin tu libro.
domingo, noviembre 04, 2012
Y tampoco aplaude el folio. Ni el cuaderno. Ni el personaje. Es una soledad rara, casi intelectual. Por eso evito el pensamiento de hacia dónde, aunque no signifique escribir para uno ni para vos, silencio. En cierto sentido, de un modo que no sabría explicar, todo esto tiene que ver con la honestidad.
(pescado acá a instancias del auch de Senabre)
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