Era en Trópico de Cáncer, hubo un tiempo en el que me sabía la cita de memoria, ahora sólo recuerdo algo así: “Permanecería quieto como Atlas, los pies sobre el lomo de un elefante y el elefante sobre el lomo de una tortuga; preguntarse sobre qué descansaba la tortuga sería perder el juicio.”
No encuentro la frase exacta. Miller hablaba de la inestabilidad, el equilibrio de cargar con 240 páginas sobre tus hombros y cruzar las cataratas del Niágara sobre un cable de funambulista. Una novela como una sima. Bien por el poema preciso y el relato de orfebrería, bonitas piezas de artesano, si la figurilla se resquebraja no pasa nada; la novela, en cambio, es corazón abierto, espejo de lupa.
Vigilo mi soberbia. Después del cinismo, la soberbia es el segundo enemigo temido. Hablo de mí y dejo que otros hablen de mí durante demasiado tiempo. El jueves vinieron todos, me enternecieron, nos abrazamos, ¿cuántos fuimos?, no había sillas, ¿cuántos libros?, preguntaban, me tomaban como excusa para decir lo que no dicen en casa salvo delante del telediario, como Cloe, Democracia fue el centro de reunión, no conocían a Marco ni a Soros ni falta que les hacía, yo les hablé de ellos y ellos se los llevaron a casa buscando una tesis o una certeza que no encontrarán, no me enteré de mucho, necesito leerla otra vez (dirán) y yo pensaré que si necesitas leer una página dos veces es un problema de la página y no de tu lectura.
Pensé: todo resulta demasiado complicado, demasiadas cosas dentro de las 240, ¿no es el error del principiante, epatar por abundancia, inundar las cosas de referencias y otros escudos contra la fragilidad de tu discurso? Buscando erratas para la reimpresión, volví a las 240, ya con la sospecha de ver en el espejo de lupa a un novato escribiendo lo mismo de siempre. Vigilo mi soberbia, en serio, pero de nuevo Henry Miller:
“Supongo que era el peor libro que jamás haya escrito un hombre. Era un volumen colosal y defectuoso del principio al fin. Pero era mi primer libro y estaba enamorado de él. Si hubiera tenido dinero, como Gide, lo habría publicado a mis expensas. Si hubiese tenido tanto valor como Whitman, habría ido vendiéndolo de puerta en puerta. Todas las personas a las que se lo enseñé dijeron que era espantoso. Me recomendaron que renunciara a la idea de escribir. Tenía que aprender, como Balzac, que hay que escribir volúmenes antes de firmar con el propio nombre. Tenía que aprender, y no tardé en hacerlo, que hay que abandonar todo y no hacer otra cosa que escribir, que tienes que escribir y escribir y escribir, aun cuando todo el mundo te aconseje lo contrario, aun cuando nadie crea en ti. Quizá lo hagas precisamente porque nadie cree en ti. […] Hoy, cuando pienso en las circunstancias en las que escribí el libro, cuando pienso en la abrumadora cantidad de material a que intenté dar forma, cuando pienso en lo que intenté realizar, me doy palmaditas en la espalda, me pongo un diez.”
Cada libro es el primer libro, cada página es la de un principiante.
lunes, noviembre 26, 2012
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5 comentarios:
Acabo de caer por aquí (leves rasguños) y he dejado unas recomendaciones en una entrada antigua sobre libros apropiados para el sarampión adolescente. No sigas leyendo más y vete a echar un vistazo, hombre.
No me adelante más, por favor, que me lo he pedido para Navidad y tengo ganas de ver si de verdad no se entiende nada, que lo dudo, porque en los tres anteriores le entendí todo sin diccionario ni nada.
Agradecido por las recomendaciones. Lo que me pregunto es cómo diablos llegaste a una entrada de hace tantos AÑOS, seis.
Es que este finde me hablaron de tu fina prosa y me puse a ver entradas atrasadas y me llamó la atención esa. Esta tarde me pongo con Nada es crucial.
Chica lista.
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