-->
Voy anotando en el margen del cuaderno algunas de las cosas que me
ocurrieron en torno al repentinismo de estos libros, ahora que la
trituradora de la mesa de novedades los hizo pedazos, y ya no existen
casi, salvo en la estantería de ciertas islas de lectores-náufragos.
Cosas curiosas como, por ejemplo,
1) que una reseña partidaria describa
a la protagonista como “una vieja ninfómana”; ninfómana es el
cultismo que sustituye a puta, sustantivo que desde el origen de los
tiempos se utiliza como adjetivo matón para trazar un círculo de
tiza alrededor de las mujeres que se atreven a. De una novela se
realizan tantas lecturas como lectores haya, la novela también es
ejem una democracia, pero una lectura que diga “vieja ninfómana”
no puede ser más opuesta a la intención del ejem autor que la compuso,
porque Reme es una mujer castrada, infibulada, y el cuento de Los
libros repentinos es el relato de su castración. Ninfómana,
ninfa, maniática, histérica, puta.
2) que a una
presentación en el sótano de una biblioteca municipal sólo
acuden seis personas, y entre risas me dicen que tuve suerte, que el
año pasado vino el último premio Anagrama y no hubo nadie. Nadie,
cero, el autor con su libro debajo del brazo. En otras presentaciones
todo es distinto y yo hablo mucho, demasiado como siempre ocurre, y
la gente escucha y luego pregunta, y todo parece correcto pero yo
comienzo a pensar si esto sirve de algo, si no resulta que yo finjo
que escribo y otros fingen que leen.
3) que me preguntan mil veces que por
qué la novela es tan desesperanzadora, y yo me resisto igual que
cuando me afean los finales de mis novelas, y digo que no es cierto,
que Reme vive una hermosa redención durante su peripecia, que Los
libros repentinos es una comedia, una comedia igual que lo era
Democracia, que yo no sé escribir en serio porque no
participo del pacto de la ficción, y por eso se me ven los cables y
el trasfondo del escenario como en Dogville, y en las últimas
páginas siempre la emprendo a martillazos con la cuarta pared,
porque mi vocación era el teatro, yo sigo escribiendo obras de
teatro que en el catálogo de las editoriales se imprimen como
novelas, novelas desesperanzadoras, y yo digo que no es cierto.
4) que me preguntaron por próximas
novelas y mi carrera literaria y yo respondí que pensaba que ya
había escrito más páginas de las que me quedaban por escribir,
queriendo decir que la literatura no es mi profesión y que yo pasaba
por aquí escribiendo como un diablo, sí, con el alma puesta en
esto, sí, pero saboreando el glorioso poema de Gil de Biedma, De
vita beata, y ocurre que cuando lo digo suena a chulería y me
ponen caras extrañas, como si fuera un petulante, también caras de
conmiseración, e incluso hay quien me anima a seguir escribiendo,
como si fuera una flaqueza del corredor de fondo, y esa metáfora
deportiva de la carrera literaria me hace rabiar, aprieto los
dientes, pienso en los niños, en la playa y en las cosas nobles y
sin proceso de destilería que se alejan de la literatura.
5) que me preguntan con fiereza que por
qué lo social y por qué lo ideológico, incluso aquí abajo en un
comentario inquieren eso, ya me llegó el dardo con Democracia,
me dijeron tú que escribes tan bonito cómo te metes con un asunto
tan feo como la economía y crisis, ya son ganas de echarlo todo a
perder, me dijeron, y además es oportunista, me dijeron muchas
veces, y ahora con Los libros repentinos más o menos lo
mismo, que por qué el barrio y el lumpen, que si soy un ingenuo que
aún creo en el compromiso literario, en el intelectual engagée,
y yo respondo a zarpazos diciendo que no existe la literatura
no-social como no existen novelas automatizadas ni robotizadas, que
cualquier novela sostiene un discurso de conformismo o de resistencia
social, todas las novelas prefiguran una lista de enemigos, yo hablé
de los kikos en Nada es crucial,
en las últimas veinte páginas el texto se cruza con una entrevista
a Kiko Argüello, el Sr. Alto y Locuaz, y
ahora hablo del folk cristiano y cofrade, de la impostura, de la
nueva evangelización que comenzó en el 39 y aún perdura en
Andalucía, una evangelización que se desarrolla en dos frentes, el
de las escuelas concertadas y el de las fiestas, procesiones y
romerías, y Los libros repentinos va
de esa miseria y de otras muchas cosas que también son ideología, o
al menos son ideas, y sin la carga ideológica mis novelas serían
nada, no dirían nada, sólo gramática y tropo, y no es eso, no, no
se trata de eso, no puede serlo, la literatura contemplativa no me
sirve, no me mueve de la silla, el mejor poema de Alberto Caeiro es
aquel en el que deja de hablar del luar y del arroyo y cuenta que
"En un medio día de fin de primavera
tuve un sueño como una fotografía.
Vi a Jesucristo descender a la tierra.
Vino por la ladera de un monte
hecho niño de nuevo
a correr y a revolcarse por la hierba
y a arrancar flores para tirarlas luego
y a reírse de modo que lo escuchen desde lejos.
Había huido del cielo..."
tuve un sueño como una fotografía.
Vi a Jesucristo descender a la tierra.
Vino por la ladera de un monte
hecho niño de nuevo
a correr y a revolcarse por la hierba
y a arrancar flores para tirarlas luego
y a reírse de modo que lo escuchen desde lejos.
Había huido del cielo..."
Etcétera.
Este fin de semana estaré en la feria del libro de Madrid, buscando lectores-náufragos.