martes, noviembre 29, 2011

Ya es mañana, pero me carga barbotear sobre el indulto a Alfredo Sáenz. Cuando acuden a la sinceridad y lo hacen todo tan a las claras (yo te debo tanto, tú a mí cuánto), qué se puede decir sin gasolina.

Por eso cuento esto, su lugar:

En la librería San Pablo de Sevilla exponen El mapa y el territorio en el escaparate.

En la librería San Pablo de Madrid (subiendo Sol, no sé el nombre de la plaza) exponen un peluche de Jesús. Incrédulos, comprobad aquí.

Hace muchos años que Oliviero Toscani señaló a la Iglesia católica como pionera de la mercadotecnia (logos, lemas), no es nada nuevo; pero con esto pasa como con el indulto de arriba: la sinceridad me vence. Cuando no hay engaño ni nada que descubrir, sólo te queda la cara de tonto, ni siquiera el consuelo de creerte un listo que se las sabe todas, a mí no me la coláis.

Sobre lo de Houellebecq: dos posibilidades. La primera, que para completar su catálogo de biografías, catecismos y almanaques santos los libreros paulinos decidan mercadear también con los más vendidos, sin importar lo que haya dentro de las pastas del bestseller, y entonces a qué esperan para la saga Crepúsculo y etc, con su mensaje tan pío y cristiano (ésta es mi sangre, éste es mi cuerpo, blablá). La segunda, que dentro del pensamiento teologal los discursos nihilistas de Houellebecq también cumplan una función; sean, de algún modo, correctos. Teología del escaparate.

lunes, noviembre 28, 2011

Se hizo, ya está, se franqueó la Ensimismada correspondencia y ya se mueve sola hacia algún sitio. Tuve el libro al fin, tan limpio y correcto, cubierta ajustada al contenido, da gusto. Vanidad, para qué negarlo: es hermoso, LdT fabrica bien.
Tengo el libro en casa y hago lo que no debería: leerlo -a pedazos- y esta vez casi no cambiaría demasiadas comas y casi no encuentro cacofonías (alguna sí). Con Nada es crucial no me atreví porque habría vuelto a ponerlo todo patas arriba, paren las máquinas.
Estoy mejor de eso, a la ultracorrección me refiero, se me tiene que pasar la ansiedad, se me irá pasando, pero cuando leo cualquier otra cosa no dejo de pensar aquí no, será por lo de profesor o por lo de esquizoide: ninguna frase de ninguna (casi) novela que leo me parece buena frase. No quiero decir “hermosa frase”, sino “frase correcta”. Es feo este síndrome, me hace mal. Pero me curo, me voy a curar, y seré bueno y diré me gustó mucho lo que escribiste, y no hará falta fingir siquiera.
Por eso Ensimismada... puede ser un pedazo de carne que cualquiera (pocos, diminuto poco) mastique y devuelva al plato con cara de disgusto, y yo nada diré porque soy lo mismo, haría lo mismo si no me quisiera lo justo para seguir de pie, sobre el escritorio, escribiendo.
Es fabuloso hacer esto. Disculpen la ingenuidad y el entusiasmo, hoy. Mañana ya volveré a enfadarme.

lunes, noviembre 21, 2011

Aunque no aparece en los buscadores ni en la bandeja de novedades (cruel batalla) de ninguna librería, ni siquiera en la web de Lengua de Trapo, Ensimismada correspondencia ya existe, embaulada en un almacén con olor a plástico y pegamento reciente.
Cuentos: algunos son novelas encogidas con personajes raros y redichos que dicen versos en voz alta y piensan que ellos mismos son un verso y no un cuento, qué se creen, engreídos.
Luegos hay chicas que se reflejan en el caparazón de las tortuguitas del terrario, otras que juegan a ser Gulliver con un harén de mujeres diminutas.
Y hay más: JRJ, Gil de Biedma, etc., y una porción de cosas que no sabría explicar pero que tendré que hacerlo porque este viernes 25, a las ocho y media, en la librería La Buena Vida de Madrid (Vergara 10) hablaré de todos ellos, a ver qué me sale.
Qué bien si alguien viene.

miércoles, noviembre 16, 2011

La próxima semana, el 25N, se hablará en los telediarios y en los institutos de la violencia machista, si acaso la llovizna electoral lo permite. Ya nos llegaron las directrices, encuestas, papelería, etc. Soy fiel a la causa, desarrollaré cada cosa que me propongan sin mostrar incredulidad, yo también considero que no sólo sirvo para separar oraciones en sintagmas, ni un punto de relativismo me permitiré, ni un gramo (esta vez) de desconfianza hacia la institución, mis alumnos creerán lo que yo diga.
Pero no me atreveré a copiar esto que ahora leo en La feria de los discretos, de Baroja (su prosa tan cerda):

"-Y usted... ¿ha matado alguna novia? -preguntó la señora muerta de curiosidad.
-¡Yo! -y Quintín vaciló como quien no quiere confesarlo-. Yo no.
-Ah, sí, sí -exclamó la francesa-. Usted ha matado a alguna novia. En la cara se lo conozco a usted.
-Amiga mía -dijo su marido-, no insistas; los españoles son demasiado hidalgos para contar ciertas cosas."

Y menos aún proyectaré este vídeo humillante que en su tiempo, 91, tanto reconfortaría a los agresores, cuando no existían terminaciones nerviosas que irrigaran el asunto. Para mí 91 es ayer, y todo el mundo (casi) lo veía y se reía, la cena de Navidad sobre la mesa, mazapanes y huevo hilado.

viernes, noviembre 04, 2011



Al fin, después de saltarme muchas páginas, terminé El mapa y el territorio, de Houellebecq.
Leí sus novelas anteriores con voracidad, incluso La posibilidad de una isla.
Aprecié mucho su arrogancia y su mal carácter, sus ganas de joder y, detrás, el lúcido discurso tan XXI.
Cuando lees así a un autor consideras que es él quien tiene una deuda contigo.
Y la deuda se salda con la próxima novela.
Si lo siguiente es el silencio, bien, no pasa nada.
Si lo siguiente es esto: bronca.
Lo mismo me pasó al leer El cuerpo de Kureishi. Y todo lo demás de Kureishi.
No pasa con Martin Amis. Sí con Beigbeder. Y confiaba en que no pasaría tampoco con Houellebecq.
El mapa y el territorio no sólo es una mala novela (disculpad el juicio) sino que convierte en peores las novelas anteriores de Houellebecq.
O es culpa mía y de mi pequeña capacidad de lectura.
Como esto no es reseña ni crítica literaria, puedo contar lo que pasa en El mapa y el territorio: un artista pinta un retrato de Michel Houellebecq, a quien repetidamente se llama “el autor de Plataforma”, el artista sufre pero se hace rico, a Michel Houellebecq lo descuartizan, su cabeza aparece sobre un sofá y el resto de su cuerpo está tan cortado en trocitos que cabe en un ataúd infantil. Luego hay una investigación sobre el crimen que no llega a ningún sitio. Fin.
Pero da igual el argumento, superé el de La posibilidad de una isla sin prestarle demasiada atención.
El asunto es que la novela no va de sexo ni de ciencia ni de Lanzarote ni de sectas ni de sociedad consumo ni de nada distinto de Houellebecq.
Las novelas anteriores las leí superando el asco que me produce el autor porque hablaban de un mundo inmenso, extraño, en transformación.
El mapa y el territorio reduce ese universo a un solo contenido: Houellebecq.
Debí sospecharlo desde el principio, en las primas páginas ya se hablaba de dos cosas hacia las que siento un tenso rechazo: el arte (debería decir las artes plásticas, su mundo, etc., pero suena muy escolar) y los escritores que hablan sobre escribir y ser escritores.
Otro ejemplo: Pron y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, donde no se habla de otra cosa que de Pron.
Sólo hay una forma de abordar ese tema: con sentido del humor. Como Nabokov en Ada o el ardor o en casi todas las suyas. Houellebecq tenía sentido del humor en Plataforma, en Las partículas elementales, además de lucidez y mala hostia. Pero aquí no hay una sola sonrisa, aunque pueda hacerte sonreír, quizá, la escena del crimen, el despellejamiento. Qué osado, ¿eh?, el autor se convierte en personaje y se fastidia a sí mismo y se presenta como residuo humano y finalmente se inmola.
El mundo está lleno de cosas.
Hermosas, algunas.
Terribles, otras.
Muchas de ellas, incluso, están más allá del ego de los escritores que hablan de escritores hablando de escritores que finalmente son, ¡vaya!, ellos mismos retratados como escritores. Tal vez la salvación esté en escribir poco, como Kundera. No sé si borrar todo esto y decir sólo "Al fin, después de saltarme muchas páginas, terminé con Houellebecq." Qué liberación.

miércoles, noviembre 02, 2011



En el Salón Iberoamericano del Libro compartí mesa con una escritora mexicana, Liliana Pedroza. Cuando le tocó su turno abrió una carpeta de gomas, sacó siete folios y comenzó a leerlos uno tras otro. De vez en cuando levantaba la vista, no mucho. Habló-leyó sobre la triste realidad mexicana, bandas, armas, Ciudad Juárez y mujeres. Después entonó un cuento donde aparecían cadáveres y gaviotas. Intenté escuchar, estar atento, conmoverme. No supe. Miré el programa del Salón, repasé en la contra los emblemas de patrocinadores y patrones, en el índice busqué algún autor que yo conociera sin encontrarlo, alguna editorial, cualquier vínculo; nada. Liliana leía su cuento y yo imaginaba para qué lectores, en qué lugar, cuál sofá y ventana durante qué tarde gris o soleada, quién lee ni siquiera este índice.
Debo arrodillarme ante algún ídolo y ofrecer un sacrificio de acción de gracias, degollar un carnero, libar una botella de vino del supermercado: tengo tanta suerte, tanta, hace unos días recibí la tercera edición de Nada es crucial, ¡tercera!; es decir, la expectativa del fracaso silencioso se ha frustrado tres veces.


Yo no hablo de Ciudad Juárez, cuerpos que se rompen ni filiación ultramasculina por las armas, en mi cabeza no suena Calle 13, me resisto al cinismo, quisiera con toda sinceridad que Liliana me hubiera conmovido, no estoy tan vacío de sentimientos, en el fondo (y en la superficie) soy un moralista con demasiado prejuicio estético, me temo. Liliana se merecía un lector. Supongo que cada apellido de ese índice y cada minúscula editorial americana se merecen algunas docenas.
También esta semana termino de corregir los cuentos de Ensimismada correspondencia, que editará Lengua de Trapo dentro de muy poco, antes de que termine el mes si conseguimos cuadrar las pruebas. Corrijo veloz, procuro ser muy severo conmigo aunque algunas de esas páginas me gustan de veras, el primer cuento y el último son lo mejor que he escrito, creo, pero a veces me parecen demasiado literarios. No sabría explicar esto último.
Haciendo subir mi tensión (140/72), también corrijo el texto definitivo de una novela que aguardará hasta 2012, espero que no muy lejos. Me pregunto si un lector (uno solo) sentirá las mismas ganas que sintió la profesora que, sobre las páginas de economía de El País, dibujó a Lecu y a Magui casi como yo los había imaginado.