domingo, septiembre 30, 2007

Noche de estreno del texto de tanto augurio.
Último objeto de la apoteosis:
una handycam enfoca
un terrario con tortuguitas.
En la pantalla sus figuras caminan
con sabia demora
como actores de kabuki.
Luz de sala y ovación,
los abrigos sobre el respaldo, plas-plas,
las sonrisas de alcance y simpatía,
todo tenía tanto significado.
El joven dramaturgo, conmovido,
se atreve a salir a escena,
trastabilla
y cae,
rompiéndose la crisma
contra el terrario.
La handycam,
olvidada en el suelo,
reproduce sus inertes pupilas,
que se cierran
como pequeños telones
de un teatro esférico y privado.

viernes, septiembre 28, 2007

"La primera impresión al volver a Lúzaro fue un gran asombro al ver lo insignificante de los muelles de la ciudad, del río. ¡Me parecía tan pequeño, tan desierto, tan triste! Me había figurado grande la entrada del puerto; hermoso, el río; anchos, los muelles, y al verlos quedé asombrado; me parecieron de juguete.
-No vale la pena vivir aquí -me dije al llegar.
Y ahora, ¡absurdo cambio de opinión!, me digo muchas veces:
-No vale la pena vivir fuera de aquí.
Hace un mes no quería pensar en quedarme en Lúzaro; me parecía una locura cambiar esas horas de indolencia y ensueño de los días de navegación, por la vida de un pueblecillo triste, aburrido, lleno de preocupaciones y de mezquindades. Ahora me espanta la idea de volver a mi barco, de hundirme en el ajetreo continuo del acontecimiento.
[...]

No sé por qué parecen llenas de magia melancólica las cosas pasadas; no se lo explica uno bien; se recuerda claramente que en aquellos días no era uno feliz, que tenía uno sus inquietudes y sus penas, y, sin embargo, parece que el sol de entonces debía brillar más, y el cielo tener un azul más puro y más espléndido.
Uno quisiera que las personas y las cosas relacionadas con nuestros recuerdos fueran eternas; pero nuestra existencia no representa nada en la corriente tumultuosa de los acontecimientos. Allí teníamos un amigo..., en aquel rincón fuimos felices..., nuestra felicidad o nuestra amistad tienen poca importancia. Siento, al pensar en esto, un profundo terror, como si la vida se me escapara en un momento de desmayo.
La inanidad de las cosas me conturba; la esperanza me falta. "

Baroja- Las inquietudes de Shanti Andía

Le encuentro tantas esquinitas a este libro, alveolos de otras ideas y otros autores, como si ese camelo de que la literatura es un fluido alimentado de voces ajenas fuera a parecerme cierto a estas alturas. A veces parece que leo Woolf y no a Baroja, otras a Conrad, siempre con la sensación de que estuviera traducido, de que pasó el cedazo neutral del no-estilo de los traductores, yo me entiendo.

Y luego las premoniciones, las manotadas de ideas que Baroja y Andía esparcen como mikados sobre el escritorio:

"Las dos chiquillas charlaban haciendo monerías y gestos expresivos. Dolorcitas, a pesar de ser hija de vascongados, era tan aguda y tan redicha como una gaditana.
Después de María Jesús, que solía llegar la primera, venían a la casa otras chicas y chicos de la misma edad. Entonces yo me sumía en el mutismo; ¿para qué hablar, si por cada palabra mía ellos soltaban diez o doce?
Dicen que un nuevo idioma es una nueva alma, y hay algo de verdad en esto; yo comprendía, al oír a aquellos muchachos, que no sólo no sabía el castellano, sino que mi alma era distinta a la suya. Yo me sentía otra cosa, pero no tenía el valor ni la fuerza para creer que mi espíritu, más concentrado y más sobrio, valía tanto como el de ellos, todo expansión, palabras y muecas. Mi humildad me inducía a creerme un salvaje entre civilizados."

Me reconcilio con las vacilaciones de El árbol de la ciencia, manual acerca de como no usar las preposiciones, me puede la primera persona, se me pegan las páginas a las manos. Una porción de años después (1921), Wittgenstein convirtió esta cosa sencilla y certera acerca del idioma en una flamante teoría que le dio siete vueltas al mundo.

Baroja, el pequeño escritor calvo, feo y torpe, que apenas se sabía dos trucos y escribió setenta novelas.

jueves, septiembre 27, 2007

Sosegados mis asuntos, me entretengo con cosas sin importancia ahora que todo es distinto y radiante y nada parece tan severo. En la playa hay apenas un palmo de verde haciendo espuma, soy un niño, juego, busco pececitos, contemplo las ortigas de mar que se inflan como pequeños pulmones a mis pies y rebullen y escapan de mí. Luego vaciamos una botella, hacemos planes, buscamos un vuelo porque no hay péndulo ninguno sobre nosotros. Yo quiero volver a Londres, sentirme enano delante del friso de Asurbanipal, salir en el descanso -cuando sacan los helados- a la terraza del NT y que en la orilla noble brillen luces azules y naranjas. Volver a Londres, un par de años, quizá.
Y escribir.
Cualquier cosa. Pero del otro lado.
Sin esa conjetura-bifurcación que tan cerca estuvo de empujarnos hacia dónde.

miércoles, septiembre 26, 2007





"... no hay indicios de calcinoma in situ." ¡Ah!

lunes, septiembre 24, 2007

Para pensar en otra cosa sirve la playa, ya vacía, y la desembocadura y las dunas. Y el viento en Itaparica. No me gusta hablar de allí puse una chincheta, allí gané una medalla, he conocido tantos lugares, no me gusta. Pero para pensar en otra cosa, vale. Es sólo una historia, al fin y al cabo.

No corría un alma en el manglar. Doblada por el viento y cercada por un muro de arrecife, la playa era una llanura vacía. A la derecha había un bosque sucio. A la izquierda, un club de vacaciones, lejos, detrás de un caño de residuos, de donde venía música en español.
Bahía, enfrente y en la bruma, parecía un anuncio de Bahía.
Hacía calor, paseamos, reímos, leí Herzog, en el tinglado tomamos sopa de cangrejo y cerveza y pescado frito.
Una iglesia, detrás, se caía de tan negra y hueca como estaba.
Nos reíamos, paseamos, veíamos temblar las hojas.
Pero de pronto se puso oscuro allá sobre Bahía, una nube como un pañuelo justo sobre los edificios, y debía de estar lloviendo y dijimos mejor volver por si empeora pero ni nos dio tiempo a llegar al embarcadero, ya se cubrió toda la ensenada que antes parecía un laguito donde mojar los pies y ahora tenía valles y colinas, soplando tan seguido, tan seguido que el barco hundía la cabeza y metía la proa en un valle y sacaba barriga sobre una colina, el barco único y pequeño que llevaba de vuelta.

Subimos a bordo o como se diga porque no había otra, y una vez pasado el rompeolas el mar comenzó a darle manotazos como si le tuviera rabia, al barquito y a nosotros, que si no nos agarrábamos bien fuerte a las guías nos íbamos derechitos al agua, fijo.
La olas limpiaban la cubierta como si baldearan. Al fondo, en la popa o como se diga, unos muchachos se reían a carcajadas, desafiando. Había pocos turistas, y todos estábamos blanquiverdes, pero eso era normal. Peor fue cuando ellos también juntaron la ceja y si no se les fue el color sería por lo evidente pero alguno hubo que comenzó a apretar la mandíbula y a cagarse en la madre de los muchachos de popa que le daban a la cachaza y, yo creo que estaban de despedida de soltero, se hacían los bravucones como piratas, como verdaderos piratas sin camisa y mira que se puso a llover, y pelaba la rasca, pelaba.

Al lado había un niño con cara de niña.
Su papá lo tenía bien cogido de la mano y parecía que eso le quitaba el miedo pero no el frío, que se le metía dentro cada vez que en un bandazo el barco viraba y se bebía medio océano de un trago.
Uno de nosotros, yo no, se quitó la chaqueta y se la puso, y antes de sonreír el niño que parecía una niña miró a su papá como buscando conformidad.
Ya abrigadito, aguantó hasta el final tiritando un poco menos. Los que temblábamos de verdad éramos nosotros porque el camino se estiraba y las andanadas eran cada vez más gruesas, hasta que sin darnos cuenta el barco giro un tanto y entró en el refugio de un brazo de cemento que llevaba derecho hasta el puerto, uf. Al bajarnos, el papá del niño con cara de niña nos estrechó la mano y nos deseó buena suerte. Llovía la de Dios, como si no fuera a para nunca, en Bahía, qué nombre tienen algunos lugares, así, sin determinantes.

Para pensar en otra cosa también podría haber escrito que hoy fui al médico por una tontería y que cuando estábamos en la cola le dije a mi mujer ése no era alumno tuyo, y resulta que sí que era y el grandísimo cabrón, tan chiquitujo, le dio un año que aún se acuerda, pero ahora le habían hecho una cosa horrible, horrible, horrible en las piernas, y mi mujer se acercó a hablar con él y vino descompuesta, con los ojos brillantes.

sábado, septiembre 22, 2007

Antes de entrar las remiro desde el coche, me las aprendo, me pienso los tránsitos que les ajustaré dentro de mi traje de goma. Imagino la primera remada, muevo los pies como si pisara para subir y retroceder, contemplo, me deslizo sobre ellas con los ojos, me las bebo. El mar parte con la misma lisura de aquellos días del invierno calmo. La barra del Pedregal me compensa, me guarece, se esmera conmigo, como si conociera.


Al salir saludo a los perezosos de las furgonetas. El tiempo es un cuaderno nuevo para ellos. Nadie les espera en ninguna parte, y la playa no va a moverse de su sitio. Sonríen, sentados en sus sillas de plástico, rebullen bajo el sol, calientan café soluble en un infernillo y leen periódicos atrasados dejando escapar la primera pleamar. Sólo madrugan si les apetece. A veces duermen cuatro días seguidos. A veces no duermen en dos. Siento un poco de envidia.

[La foto es de Iticoatiara, de nuevo; no tengo un océano así tan cerca]

viernes, septiembre 21, 2007

Es tarde y suena el teléfono. Parece, de nuevo, literatura.
Cuando la gente dice la muerte es el final, definitiva, implacable, a todos nos llega el día olvida que es cierto.
"¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?"
Suena el teléfono y es bien tarde. La literatura sólo es un artefacto.
Pero, ¿a quién pedirle mejoras, razones, ingenios, un plan quinquenal? ¿Qué gobiernos, qué iglesias, qué ciencia?
Mi mujer y yo lloramos pero no lloramos.
Es el miedo ancho. No el lejano y ficticio miedo; es el que va en serio, el duro.
"qué niño idiota
hijo del odio y del dolor
hizo el mundo", tan reciente
El amor no sirve, no es su oficio. Deberíamos, en cambio, buscar distracciones y calmantes. No en vano a ella nada le dicen y, sedada e indiferente a lo suyo, ahora duerme, ella sí. Ya no es. Es la otra que azuza al otro que cada uno esconde. Todos los saben, a todos les pasa, yo también me eduqué en esto y ahora casi lo olvido.
Cuando la gente dice es el destino, ley de vida, no hay nada que hacer también olvida que es cierto.
Pero cuando la gente dice mejor así, ya no sufrirá más, descansa en paz, se fue con los suyos entonces no, entonces rabian y mienten y no saben lo que dicen y son largos enemigos de mis ojos cuando aquí, en mi cuaderno me hace sombra mi mujer que ni siquiera llora y pasan las horas y los dos seguimos desvelados.
La muerte es todas las metáforas, todos los comunes lugares. No hay ficción, es foso y fauce y fuego y lobo que hunde y hunde en ti su boca llena de nada. Ellos estallan y a los vivos se nos queda dentro el miedo,
un miedo que no sé quitarme.

martes, septiembre 18, 2007

"El mar de olas de zinc y espumas
de cal, nos sitia
con su inmensa desolación.
Todo está igual -al norte,
al este, al oeste, cielo y agua-,
gris y duro,
seco y blanco.

¡Nunca un bostezo
mayor ha abierto de este modo el mundo!

Las horas son de igual medida
que todo el mar y todo el cielo
gris y blanco, seco y duro;
cada una es un mar, y gris y seco,
y un cielo, y duro y blanco.

¡No es posible salir de este castillo
abatido del ánimo!

Hacia cualquiera parte -al oeste,
al sur, al este, al norte-,
un mar de zinc y yeso,
un cielo igual que el mar, de yeso y zinc,
-ingastables tesoros de tristeza-,
sin naciente ni ocaso... "

Diario de un poeta reciencasado

lunes, septiembre 17, 2007




Llevo dos semanas tratando de buscar motivos que me crea para creerme, también, que no me gustó.
¿No me gustó?
No persigo narraciones tradicionales ni peripecias, ni me fío de las categorías actanciales más que del verso medido, pero hay algo que me fastidia en este asunto del refinamiento y la parafernalia. La cera, no sé.
Me gusta o no, ¿qué importancia tiene? No hay grados, no hay escaleras.
Después está la simplicidad. La simplicidad me deja vacío pero por otra parte el adjetivo mata. ¿Es adjetiva o sustantiva? Tan llena de florecitas, luego adjetiva; tan pulpa de ideas, luego sustantiva. Pero sustantivo B, sin mucha gana de serlo.
Si encuentro dos planos, dos postales que me agiten suelo ser benevolente y mirar para otro lado cuando la cosa vuelve a la banalidad, pero aquí es distinto. Aquí, como decía ayer el periódico en otro caso muy diferente, el guionista estaba borracho. O hacía apuestas. Apuesto tanto a que me atrevo a llevarme a la chica a una reserva de Dakota, no te atreves, ¿que no?
A lo mejor es que comí algo pasado ese día o me picaban las plantas de los pies o me apetecía más acostarme con mi mujer que estar allí sentado. A lo mejor es eso.
¿Por qué me preocupa, entonces? La simplicidad, pienso de nuevo. Hay algo de bobo, algo de redacción escolar, algo de tan simple que se cae de tonto de baba. A ver, sé simple, le decían a Susanita y ella hacía una pirueta. Y no obstante me gusta Caeiro y lo simple y llano y más aún las redacciones escolares, donde siempre encuentro.
No tengo criterio, en definitiva.
Y necesito uno, creo, o voy a hacerme un lío enorme con todo lo que me rodea últimamente.
Tal vez sea porque al fin y al cabo sigo haciendo juicios, triste cartesiano de mí, y sí que hay grados en mi cabeza e intento distinguir una cosa de otra por el grueso del paño. Como Herzog. Mal camino.

domingo, septiembre 16, 2007

Vórtex

Evito ser reflexivo. No considero, no indago, soy consecuente con mi era. En el planeta de la posmodernidad ninguna acción tiene ningún efecto, todo es inmutable. Nada será alterado en el presente flamante, agostado el pasado, fulminado el futuro. Milenios de causalidad se han ido al cuerno después de la demolición de todas las verdades viejas. En consecuencia, evito los porque, los ya que, los entonces, sabiendo que no hay líneas de fuga y que es azar cada cosa. Que esté aquí, que me envuelvan estos seres, las partículas que me abrigan. Evito pensar en ella. Evito pensar en sus motivos. No pienso. Estoy aquí, permanezco. Soy el guardador de los rebaños. Nada es crucial. Todo fluye.
Igual que en Vórtex. Vórtex era un videojuego del Spectrum que mi madre me compró por las buenas notas. Un botón hacía girar una peonza y con otros dos la empujabas a derecha e izquierda a través de caminitos y puentecitos tridimensionales, como en Tron. Parecía sencillo pero en las rampas la peonza tomaba fuelle y se deslizaba como sobre una pastilla de jabón y con nada se salía del camino y perdías. Lo insólito es que por mucha pericia que adquirieras, de cuando en cuando, la peonza se caía igualmente, sin motivo, aunque el caminito fuera bien liso y tuvieras el pulso de un piloto de combate.

viernes, septiembre 14, 2007

"Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo sapiens. Esta rara y floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones, y otro tanto ignorando concienzudamente las fundamentales. Se muestra orgulloso de poseer el mayor cerebro de todos los primates, pero procura ocultar la circunstancia de que tiene también el mayor pene, y prefiere atribuir injustamente este honor al vigoroso gorila. Es un mono muy parlanchín, sumamente curioso y multitudinario, y ya es hora de que estudiemos su comportamiento básico.
Yo soy zoólogo, y el mono desnudo es un animal. Por consiguiente, éste es un tema adecuado para mi pluma, y me niego a seguir eludiendo su examen por el simple motivo de que algunas de sus normas de comportamiento son bastante complejas.
[...]
¿En qué otros seres predomina la desnudez? [...] Una rápida ojeada sobre la familia de mamíferos vivientes nos muestra que todos ellos permanecen aferrados a su capa velluda y protectora. [...] Circula una ingeniosa teoría que sostiene que, antes de convertirse en cazador, el mono salido de los bosques vivió durante un tiempo en las orillas de los océanos. Se conjetura que se trasladaría a las playas tropicales en busca de comida, y allí encontraría mariscos y otros animales en abundancia que constituirían un alimento más nutritivo que el de las llanuras. Durante este proceso, dicen, perdería su pelo, como otros mamíferos que volvieron al mar. Sólo en la cabeza, que emergía de la superficie del agua, lo conservó para protegerse de los rayos del sol. Más tarde, cuando sus herramientas se hubieron perfeccionado, debió de abandonar las playas y dirigirse a los espacios abiertos como un aprendiz de cazador. "
Adaptación libre de El mono desnudo. Un estudio del animal humano. Morris.


"De buenas a primeras nos dio una andanada de mar. Y yo llamé al patrón. 'José, cierra y echa popita que nos vamos al fondo. La cosa se arregló. Se nos fue el arte al agua pero pudimos salir navegando quince o veinte minutos". Llegó entonces el segundo golpe de mar. Ya el barco estaba lleno de agua. El tercero fue el definitivo. "La tercera ola nos volcó y a mí me pilló debajo del barco. No perdí el conocimiento. Me quedó una burbuja de aire. Dije 'aquí me ahogo', porque apenas sé nadar. Miré a la derecha. Vi la luz del día, cogí aire, me tiré y salí para arriba". Los demás tripulantes estaban a su alrededor tratando de mantenerse a flote. "Los compañeros y el patrón nos tiraron los roscos. Cogí uno. Las olas eran muy grandes. Nos tapaban. Se perdían. Nos ahogábamos todos".

José Crespo, superviviente.

jueves, septiembre 13, 2007

Itacoatiara, julio de 2007

Había que coger un ferry y luego dos horas de autobús atravesando una ciudad inmensa y podrida. Pero, al final, detrás de un cerro, aparecía una playa en herradura que el mar no dejaba de percutir, limpio, frío, verdizaul. Los muchachos se lanzaban dentro de esas bocas gigantes que los sacudían y los tumbaban la mayoría de las veces, devolviéndolos a la orilla medio deshechos pero muertos de la risa. Y entonces ocurría que veías una figura pequeña debajo de una espuma descomunal, y casi temblando la figurita sube y trepa y ya está arriba y comienza a coser puntadas en la intacta, apretada pared que se desmoronaba palmo a palmo como fichas de dominó, de izquierda a derecha.

Los muchachos aplauden, todos lo hacemos, mientras la figura se va haciendo grande, grande y finalmente aterriza muy cerca nuestra y descubrimos que es una niña, casi una niña metida en un traje de goma que le hace holguras.
Su papá sale del agua justo después y le dice con cosas que no entiendo pero con muy mala cara. Vuelven a entrar juntos pero ahora ella se queda cerca de la playa, en un remanso donde las olas no le pasan por encima, un laguito donde pescar patos de plástico. Arruga la nariz, mira al fondo, piensa ya casi me sale.
Yo en cambio pienso que soy un crío de pecho que se enreda con las primeras espumas del rompiente y me falta el aire y me pregunto qué hago aquí, tan lejos de casa.
Luego pienso que pierdo el tiempo, que no muevo un dedo por detenerlo, que me están comiendo el alma la inacción y la inutilidad, verdadero océano en el que me hundo, hundo.
Y al llegar al hostal leo a Shanti Andía, quien me persigue:
Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante interés para ser comunicados a los demás, a no ser que se exageren y se transformen. La sociedad va uniformando la vida, las ideas, las aspiraciones de todos.

miércoles, septiembre 12, 2007

sin cuartel


"...el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantasía y nuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus infinitos cambios, su soledad inmensa nos arrastra a la contemplación.
Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identificarla con la naturaleza.
Queremos comprender al mar, y no le [sic] comprendemos; queremos hallarle una razón, y no se la hallamos.
Es un monstruo, una esfinge incomprensible; muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representación de la constante inquietud. Muchas veces sospechamos si habrá en él escondido algo como una lección; en momentos se figura uno haber descifrado su misterio; en otros, se nos escapa su enseñanza y se pierde en el reflejo de las olas y en el silbido del viento.
Todos, sin saber por qué, suponemos al mar mujer, todos le dotamos de una personalidad instintiva y cambiante, enigmática y pérfida.
En la naturaleza, en los árboles y en las plantas, hay una vaga sombra de justicia y de bondad; en el mar, no: el mar nos sonríe, nos acaricia, nos amenaza, nos aplasta caprichosamente."

Las inquietudes de Shandi Andía
Pío Baroja