miércoles, marzo 04, 2009


Tal vez suene raro, pero es así: viví un tiempo en esta ciudad, ahora vuelvo apenas para unos días. Entonces jugaba a ser un inmigrante remilgado que compartía piso con veinte y cama con nadie, trabajaba en el mismo infierno para pagarme la universidad, siempre andaba con sueño y ganas de una ducha y un baño limpio. Ahora, en cambio, tengo un trabajo no del todo esclavizante, una casa (el banco me permite entrar y salir de ella como si yo fuera el dueño) y algunos etcéteras digitales que me hacen sentir distinguido.
Es mejor así, lo otro era un asco, no hay malditismo ni añoranza de mugre.

Pero
Esta ciudad, esta CIUDAD en la que ahora tomo esta nota mientras espero el almuerzo,
esta ciudad es el lugar, el verdadero LUGAR donde ocurre todo. Hay una colección de tópicos todos-reales que resulta difícil esquivar, la música, la incesante rareza, los rostros capturados en el zigzagueo de las calles, la belleza blanca-imposible de la chica japonesa que aguarda delante de nosotros en Chalounge. Ni siquiera es necesario que todo esto ocurra en Birck Lane, aunque sí, especialmente ocurre en Brick Lane.
Después de Revolutionary Road (igual de después de Las horas, entonces) procuro no hacerme algunas preguntas; si decidiera hacerlas -ponerlas por escrito- estaría perdido, no habría escapatoria. Ella quería volar a París para salir de sus vidas-de-baja-intensidad. Yo no sé qué diablos hago volviendo como un memo a la casa en préstamo, al trabajo, a los etcéteras en fila.
Y la terrible, la sensación terrible de vivir con menos latidos, de estabularme en una esquina fea del mundo aun sabiendo que ya casi es primavera y el sol puede tostarme la nariz y mañana habrá hermosas series de poniente sobre la lengua de piedra, claro que hay lugares peores, piensa en los pobrecitos que no tienen qué comer, decía mi madre cuando mareaba la sopa de arroz en el plato.
Es el vano consuelo del ahorcado que dialoga con su corbata.

3 comentarios:

David J. Calzado dijo...

Ahora encorbatados y mañana encorvados. De vez en cuando siento esa sensación oprimiendo la garganta. Entre tanto latido cotidiano todos aguardamos el pálpito que nos devuelva a la vida.

Lara dijo...

Ay qué miedo me dais a veces.
No son para tanto vuestras corbatas.
O quizá sí y es que la mía me aprieta demasiado y no veo bien.
En cualquier caso, si os vais en plan Into The Wild, tened cuidado con las bayas.

Cuenta más de Londres, P.

Pablo Gutiérrez dijo...

... por otra parte no creo haberme puesto una corbata en mi vida, sin que eso signifique mucho ni poco... claro que no son para tanto.
El problema no es la corbata sino el tiempo.
Peor son las bayas, que son indigestísimas.
Allá va la otra baya.