Al fin, después de saltarme muchas páginas, terminé El mapa y el territorio, de Houellebecq.
Leí sus novelas anteriores con voracidad, incluso La posibilidad de una isla.
Aprecié mucho su arrogancia y su mal carácter, sus ganas de joder y, detrás, el lúcido discurso tan XXI.
Cuando lees así a un autor consideras que es él quien tiene una deuda contigo.
Y la deuda se salda con la próxima novela.
Si lo siguiente es el silencio, bien, no pasa nada.
Si lo siguiente es esto: bronca.
Lo mismo me pasó al leer El cuerpo de Kureishi. Y todo lo demás de Kureishi.
No pasa con Martin Amis. Sí con Beigbeder. Y confiaba en que no pasaría tampoco con Houellebecq.
El mapa y el territorio no sólo es una mala novela (disculpad el juicio) sino que convierte en peores las novelas anteriores de Houellebecq.
O es culpa mía y de mi pequeña capacidad de lectura.
Como esto no es reseña ni crítica literaria, puedo contar lo que pasa en El mapa y el territorio: un artista pinta un retrato de Michel Houellebecq, a quien repetidamente se llama “el autor de Plataforma”, el artista sufre pero se hace rico, a Michel Houellebecq lo descuartizan, su cabeza aparece sobre un sofá y el resto de su cuerpo está tan cortado en trocitos que cabe en un ataúd infantil. Luego hay una investigación sobre el crimen que no llega a ningún sitio. Fin.
Pero da igual el argumento, superé el de La posibilidad de una isla sin prestarle demasiada atención.
El asunto es que la novela no va de sexo ni de ciencia ni de Lanzarote ni de sectas ni de sociedad consumo ni de nada distinto de Houellebecq.
Las novelas anteriores las leí superando el asco que me produce el autor porque hablaban de un mundo inmenso, extraño, en transformación.
El mapa y el territorio reduce ese universo a un solo contenido: Houellebecq.
Debí sospecharlo desde el principio, en las primas páginas ya se hablaba de dos cosas hacia las que siento un tenso rechazo: el arte (debería decir las artes plásticas, su mundo, etc., pero suena muy escolar) y los escritores que hablan sobre escribir y ser escritores.
Otro ejemplo: Pron y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, donde no se habla de otra cosa que de Pron.
Sólo hay una forma de abordar ese tema: con sentido del humor. Como Nabokov en Ada o el ardor o en casi todas las suyas. Houellebecq tenía sentido del humor en Plataforma, en Las partículas elementales, además de lucidez y mala hostia. Pero aquí no hay una sola sonrisa, aunque pueda hacerte sonreír, quizá, la escena del crimen, el despellejamiento. Qué osado, ¿eh?, el autor se convierte en personaje y se fastidia a sí mismo y se presenta como residuo humano y finalmente se inmola.
El mundo está lleno de cosas.
Hermosas, algunas.
Terribles, otras.
Muchas de ellas, incluso, están más allá del ego de los escritores que hablan de escritores hablando de escritores que finalmente son, ¡vaya!, ellos mismos retratados como escritores. Tal vez la salvación esté en escribir poco, como Kundera. No sé si borrar todo esto y decir sólo "Al fin, después de saltarme muchas páginas, terminé con Houellebecq." Qué liberación.
Leí sus novelas anteriores con voracidad, incluso La posibilidad de una isla.
Aprecié mucho su arrogancia y su mal carácter, sus ganas de joder y, detrás, el lúcido discurso tan XXI.
Cuando lees así a un autor consideras que es él quien tiene una deuda contigo.
Y la deuda se salda con la próxima novela.
Si lo siguiente es el silencio, bien, no pasa nada.
Si lo siguiente es esto: bronca.
Lo mismo me pasó al leer El cuerpo de Kureishi. Y todo lo demás de Kureishi.
No pasa con Martin Amis. Sí con Beigbeder. Y confiaba en que no pasaría tampoco con Houellebecq.
El mapa y el territorio no sólo es una mala novela (disculpad el juicio) sino que convierte en peores las novelas anteriores de Houellebecq.
O es culpa mía y de mi pequeña capacidad de lectura.
Como esto no es reseña ni crítica literaria, puedo contar lo que pasa en El mapa y el territorio: un artista pinta un retrato de Michel Houellebecq, a quien repetidamente se llama “el autor de Plataforma”, el artista sufre pero se hace rico, a Michel Houellebecq lo descuartizan, su cabeza aparece sobre un sofá y el resto de su cuerpo está tan cortado en trocitos que cabe en un ataúd infantil. Luego hay una investigación sobre el crimen que no llega a ningún sitio. Fin.
Pero da igual el argumento, superé el de La posibilidad de una isla sin prestarle demasiada atención.
El asunto es que la novela no va de sexo ni de ciencia ni de Lanzarote ni de sectas ni de sociedad consumo ni de nada distinto de Houellebecq.
Las novelas anteriores las leí superando el asco que me produce el autor porque hablaban de un mundo inmenso, extraño, en transformación.
El mapa y el territorio reduce ese universo a un solo contenido: Houellebecq.
Debí sospecharlo desde el principio, en las primas páginas ya se hablaba de dos cosas hacia las que siento un tenso rechazo: el arte (debería decir las artes plásticas, su mundo, etc., pero suena muy escolar) y los escritores que hablan sobre escribir y ser escritores.
Otro ejemplo: Pron y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, donde no se habla de otra cosa que de Pron.
Sólo hay una forma de abordar ese tema: con sentido del humor. Como Nabokov en Ada o el ardor o en casi todas las suyas. Houellebecq tenía sentido del humor en Plataforma, en Las partículas elementales, además de lucidez y mala hostia. Pero aquí no hay una sola sonrisa, aunque pueda hacerte sonreír, quizá, la escena del crimen, el despellejamiento. Qué osado, ¿eh?, el autor se convierte en personaje y se fastidia a sí mismo y se presenta como residuo humano y finalmente se inmola.
El mundo está lleno de cosas.
Hermosas, algunas.
Terribles, otras.
Muchas de ellas, incluso, están más allá del ego de los escritores que hablan de escritores hablando de escritores que finalmente son, ¡vaya!, ellos mismos retratados como escritores. Tal vez la salvación esté en escribir poco, como Kundera. No sé si borrar todo esto y decir sólo "Al fin, después de saltarme muchas páginas, terminé con Houellebecq." Qué liberación.
6 comentarios:
Leímos la misma novela.
Creo que conozco a los dos autores-escritores que mejor han definido la novela, pero desde dos extremos. Uno es usted, eres tú.
Necesito un tercero que deje el hilo de la plomada estable y me ayude a decidir si leerla o no.
¡Bravo por el post!
Desde el no autor/escritor, no soy valor de uso para lamaniadeleer, pero...
Vaya por dios, que hay tres opiniones
y solo somos dos.
Me había leídos dos o tres novelas de H., disfrutando siempre, pero sin que movieran un pelo de mi cuerpo. Un mes después, ni me acordaba del título.
Esta, en cambio, me ha parecido una obra grande y madura. Nadie me había contado tan bien, en modo novela, del adentro para el adentro, lo que ES el siglo XXI: un mercado a cuya mesa de la cena la inmensa mayoría no estamos invitados; ni siquiera a la cena de beneficencia de Nochebuena (por la sencilla razón de que ni se molestan ya en hacerla).
Habla de "las artes", sí, pero para arrastrarlas por el fango: solo son técnicas minuciosas y el mercado, al que solo están invitados unos pocos, elegidos en cupo fijo por el propio mercado, sin que ellos puedan hacer nada por estar ahí: a veces (la mayoría de las veces), están los que practican un bonito baile de claqué a mayor gloria del espectáculo; otras veces, las menos, el mercado "rescata" a un asocial, solitario, como es el caso de Jed, y a veces hasta feo, como es el caso de H.
No me gusta la "solución policial" del asesinato brutal de H., pero sí la parte de novela policial, tan clásica.
Y me gusta que se plante en jarras, ganando amigos, diciendo "esta mierda soy yo". Creo que prevé una soledad cada vez mayor y nos dice "me importa una mierda". Creo que, dentro del tema general, un autor también puede hacer eso.
Física y psicosocialmente, H. se me parece cada vez más a Céline; aunque aquel, claro está, con una cuenta bancaria que seguro es AAA. Eso le importa, aunque sabe que la soledad y el odio, que vierte y que le revierte, le va a dejar cada vez más tocado y hundido.
Hemos leído una novela diferente, lo que no está bien ni está mal, sino todo lo contrario.
Ah, y me dejado algo muy importante, el personaje del padre, que lo perdió todo cuando ganó y es un ser rumiante que pasta donde mejor pueda pastar. Totalmente agotado. Las cenas de nochebuena con su hijo Jed, la única ocasión del año en que se ven, me parecieron una buena representación del dolor, que es la única obsesión y razón de ser de la literatura.
Admito que la lectura que haces me lleva a replantearme algunas de las cosas que he leído, pero si bien en sus anteriores novelas H consiguió hacerme sonreír a pesar de "su presencia", en ésta (salvando el análisis del consumo y etc que mencionas) es "su presencia" lo que me resultó insoportable. A la palabra megalomanía se le queda pequeño el prefijo.
Abrazos.
¿hay libros que no hablen de escribir?; a mí me choca esa aversión a las artes plásticas; sobre todo en gente ligada al mundo de ese otro arte, literario, con vicios y defectos similares;
un saludo
Sí, por suerte, hay libros que hablan de cosas que están más allá de la literatura.
Vicios y defectos similares, sí.
El problema, siempre, es el mercado.
Pero yo ya sé que soy un antiguo.
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