Leo en estado de hipnosis Cleptopía, de Matt Taibbi, cuatrocientas páginas de acumulación de nombres propios como en una peli de gángsters. Como en L.A. Confidential pero con la sensación de que cada párrafo agudiza tu comprensión del mayor enredo en el que jamás hayas metido la nariz: la crisis-estafa financiera, primer motor inmóvil de cuanto sucedió después, ejemplo: que te suban el IRPF en febrero y que debas sentir, además, el alivio de poseer IRPF en lugar de subsidio o cita en Cáritas.
No tendría ningún sentido que yo hiciera una reseña elogiosa sobre Cleptopía. Lo edita LdT y la columna que aparece a la derecha de este blog me deslegitima para decir que es lo mejor que he leído en mucho tiempo. Así que nada de reseñas ni crítica literaria; en cualquier caso, ni yo tengo pasta de crítico ni soy capaz de organizar juicios sobre la calidad de ninguna cosa, ese tipo de sentencias quedó enterrado en la época verborreica de la facultad, hace un millón de años.
Cleptopía ha venido a resolver dos problemas en mi cabeza: el primero qué mierda pasó entre agosto y septiembre de 2008 para que todo se viniera abajo; el segundo por qué al llegar a la página treinta se me caen de las manos todos (casi) los libros desde hace tanto tiempo.
He hablado otras veces de mis problemas con la lectura (¿déficit de atención, TDAH no diagnosticado?). No me considero tan soberbio como para pensar que el problema es el objeto y no el sujeto, así que acabé atribuyéndome la culpa de lo que me pasa. Pero entonces llega esta abrasadora Cleptopía y me desvela durante toda la noche hasta que el GRAN ASUNTO queda, también, desvelado por Matt Taibbi.
El gran asunto. A pesar de ser yanqui (todos nuestros prejuicios lo acompañan en la primera página), Taibbi es un tipo tan cabreado como cualquiera de nosotros; pero además es un tipo que se ha tomado la molestia de tratar de entender qué sucedió realmente dentro del burdel de Wall Street y la FED durante el final de los noventa, cuando se injertó el óvulo que hoy ya es un basilisco crecidito, adolescente y, como todos los adolescentes, mamón.
Se le agradece a Taibbi que haga eso por nosotros, que se enmierde en las CDO, las CDS, las permutas y demás virguerías financieras para que podamos fingir, al menos, que comprendemos un poquito del enredo. El óvulo se injertó, el obstetra era Goldman Sachs y el útero era Alan Greenspan.
Página 108: “Su efecto en la psicología es el aspecto más importante –dice el mánager de un famoso fondo de capital de riesgo-. La creencia consistía en que Greenspan siempre sería el prestamista de último recurso, que siempre tendríamos al Gobierno para rescatarnos.”
“Era todo psicológico. Con que la gente creyera que Greenspan estaba al mando, entonces todo iba a salir bien –dice Wesbury-. Hasta John McCain dijo que el día que Greenspan muriera, apoyaría su cadáver contra una esquina y le pondría unas gafas de sol.”
El Cid, ya.
En cualquier caso, para conocer la tesis que defiende Cleptopía es mejor leer a Isaac Rosa. La mía, mi pequeñita tesis sobre este libro, tiene que ver con la construcción de la metáfora, el valor de la metáfora.
Cleptopía está inundada de metáforas, barroquismo de tropos y simulaciones desde la cubierta, donde dice “fabricantes de burbujas y vampiros financieros”. Burbujas, vampiros, etc. Lo que sucedió, ese ovillo de heces y comisiones, es tan complejo que de un modo inconsciente cualquiera tiene que recurrir a la metáfora para encontrar un discurso comprensible. Metáfora al rescate, séptimo de caballería. Porque, según Taibbi, el factor que hizo el sistema de estafa se mantuviera durante décadas fue la complejidad del propio sistema:
Página 143: “Comprender el detalle de todo el proceso es un ejercicio a mitad de camino entre la locura y el aburrimiento absoluto, pero gracias en parte a esa inaccesible complejidad, la estafa se blindó con una fiabilidad desconcertante y caníbal.”
Enfrentado a esa complejidad, Taibbi sabe que sólo conseguirá amasar la inmensa cantidad de información que posee a través de la figuración del lenguaje, porque la verdadera sustancia del enigma no tiene proporciones humanas.
Y así, sobre las subprimes y la filfa de AIG y Lehman Brothers, se eleva la continuidad de la narrativa (como dice muchas veces el propio Taibbi) y el disolvente de la metáfora. Literatura para procurar entender. Ni siquiera para conseguirlo, sino para acercarse a.
Recuerdo: con veinte años o así quise leer La Ilíada y La Odisea durante un verano, porque ese tipo de hazañas sólo se pueden emprender en verano. Leí con deleite cada falso hexámetro (convertido en prosa en las traducciones horribles de las librerías de saldo), y supongo que debí de enterarme del veinte por ciento de todo aquello. Tomé notas, escribí poemas, fingí poses homéricas en algún relato, con la meticulosidad del universitario fabriqué listas de personajes y glosarios de términos bélicos, qué carajo son las grebas, y vencí al aburrimiento diciéndome que estaba acometiendo una tarea de profunda intelectualidad. Luego cayó en mis manos La guerra de Troya de Robert Graves, que en doscientas páginas y con precisa literatura sintética fabricaba un compendio de todo Homero.zip. La sensación de clarividencia que transmitía Graves es similar a la que ahora proporcionah Taibbi: Graves leía por nosotros a Homero, Taibbi se traga por nosotros decenas de PDF y montañas de informes para llegar a una conclusión bien sencillita y satisfactoria que corrobora nuestras ideas previas (y eso es tan gratificante): la crisis fue cosa de un banda de cabrones que quiso forrarse a nuestra costa, cada punto de nuestro tipo de interés contribuye al pulimentado de sus suelos de mármol.
En otoño de 2010, por razones administrativas, tuve la fortuma de pasar un mes en Londres con el único cometido de ir al cine y al teatro. En el NT se estrenaba The Power of Yes, una rara dramatización de la crisis financiera escrita por David Hare. Para no perderme una línea, compré en la librería del teatro el texto editado por Penguin, y a pesar de mi voluntad y del Collins nunca llegué a comprender qué cosa es leverage ni securizated credit arragements. Como Taibbi, Hare compuso la obra buscando una explicación literaria a todo este asunto. Como cualquiera de nosotros, Hare y Taibbi se enfrentaron al texto no como el entendido que pretende ilustrar a los demás desde su escritorio, sino como el náufrago que necesita resolver la incertidumbre antes que encontrar una escapatoria. Y la metáfora, ¿lo ven?, es el bote salvavidas.
jueves, enero 19, 2012
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1 comentario:
primero, gracias por el soplo sobre quién es el confidente dispuesto a contarnos cómo pasó todo.
Segundo, lo que dices de Graves es magnífico (táchalo, que sé que no te gustan las exageraciones y yo vivo en ella: lo cambias por "muy útil"). ¿No es eso la lectura, o la cultura? Buscamos gente que haya hecho el trabajo duro y arenoso de haberlo leído todo y que sepa transmitir las respuestas a las peeguntas que nos hacemos.
Solo a las que nos hacemos.
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