Ya es abril, todo comienza de nuevo, el
libro me tiembla en las manos y no lo reconozco, cometo el terrible
error, tan vanidoso, de leer el comienzo, alguna página más, y me
parece ajeno como una extremidad que se te queda dormida y parece la
mano de un muerto, olvidé las cosas que tenía en la cabeza cuando
comencé a escribirlo, las justificaciones, las ideas, los
presupuestos y los motivos, siempre importan los motivos, sin motivo
no hay nada, sin motivo sólo queda el ejercicio de sentarse a
escribir como el que se ejercita con cualquier otra habilidad
artesana o deportiva, y eso ya no sirve, hace tiempo que no sirve, ni
me sirve a mí ni le sirve a nadie, escribir (la gramática y el
tropo, la narratología) es fácil si tienes tiempo y nadaquehacer a
tu disposición, escribir así es muy fácil y yo lo he hecho durante
años, escribir hacia ninguna parte o acaso hacia el final del
documento, no más, sin motivo, quizá porque no hay niños en casa y
prefieres escribir a pensar que pierdes el tiempo sin fruto, y
entonces escribes pensado que es algo noble y fructuoso, cuando no es
así, cuando no es noble, cuando no da fruto, cuando descubres que te
devora y se alimenta de ti, el libro quiero decir, el libro se
alimenta de ti, también lo hacen los niños, dos, y también lo hace
el trabajo, uno, pero doscientos estudiantes, y hoy alguien me enseñó
unas fotos de un tipo que no conozco pero que como el personaje de
una novela, la mía y la primera, lo deja todo y se marcha lejos, a
Panamá, para vivir de lo puede y surfear olas cóncavas como naves de aqueos, y yo veo esas fotos y parecen de mentira porque
el tipo vuela sobre las rampas de agua y el tipo bucea con tortugas,
en serio, con tortugas gigantes y el tipo bucea al lado y se hace
fotos, y yo aquí varado esperando que termine el temporal de
levante, tan fierísimo, y que el viernes se abra un agujero y
aparezca al menos medio metro de cremalleras que me quiten esta
ansiedad porque entro a trabajar a las diez y la pleamar será a las
ocho y ellos, los doscientos, no lo sabrán pero yo les daré clase
otra vez con la sal pegada al cuerpo, la tabla en el coche y el olor del neopreno que sólo
yo percibo después de un baño de primera mañana, privado, no
panameño, sin tortugas ni beldades pero mío y sin libros
repentinos. Después, el lunes tendré que hablar de esos libros,
explicar el motivo, los bolígrafos harán clic. A ver qué se me
ocurre, a ver si recuerdo la causa. Había una, al principio. Había, ya lo recuerdo. Y era una buena causa. De las mejores. Era Reme, y su historia, las cosas que le ocurrieron. Y yo tenía que contarlo.
miércoles, abril 08, 2015
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Bien, bien, pinta bien.
Publicar un comentario