
Ayer estrenaban la versión que José Luis Cuerda ha rodado a partir de uno de los cuatro relatos que forman el libro. Sorprendentemente, también la estrenaban aquí, en este páramo en el que Kung Fu Panda es cine de autor. ¡Hacía tanto que no íbamos al cine! ¡Apetecía tanto refugiarse del levante en la mullidita butaca! Y me dije, um, antes de ver la peli démosle un segundo bocado a esos girasoles.
Soy otro, descubro. No ha debido de pasar más de un año desde el primer intento, y soy otro. Lo he leído sin anotar nada, sin arrugar la nariz, sin importarme cosa distinta que la dureza, la realidad, la cabreante realidad que Alberto Méndez clavó en estos cuatro relatos.
Me ablando. Méndez escribe de puta madre después de todo, Méndez escribe bien, muy bien, y construye bien y da bien donde quiere dar, aunque repita mucho “achicoria” y “carbunco” porque en todo relato guerracivilesco deben aparecer cosas como achicoria, carbunco, vicetiple, gasógeno y medias de cristal.

Hoy fuimos a ver la película, blandita película, con recitado de Machado incluido; blandita como yo. Hoy también he sabido que no hay razón para una piedra deje de decir Franco, Caudillo y Libertador de España pero sí la hay para que no diga Asesinados por pensar lo que no se debía cuando no se debía http://www.publico.es/146976/ceuta/retirara/simbolos/franquistas/considerarlos/historia/parte/patrimonio
Y con todo esto, entre ayer y hoy, ando con un cabreo que no me tengo en pie.
Ah, y me he acordado mucho de El vano ayer, de Isaac Rosa, una novela que lamento haber leído porque ya no puedo leerla por primera vez.