miércoles, agosto 27, 2008


Es verdad lo que decían los teóricos. La literatura es un compuesto, no son palabras singulares sino palabras muy viejas que apoyan su bastón sobre otras palabras jóvenes para seguir camino hacia algún sitio. El problema (uno de ellos) es descubrir cuál es ese sitio, y luego preguntarse si ese sitio tiene verdadera importancia, no vaya a ser que llegues y te lo encuentres atestado de turistas, el suelo embarrado y lleno de mondas de naranjas, sin aparcamiento, abrasadora planicie con tiendas de campaña.

Últimamente ando muy sensible acerca de eso, de lo importante y lo que no, porque pienso que lo que escribo -en lo que me enfango- no tiene nada de importante. Me atasco y busco. Y me pasa que cuando escribo, por ejemplo, sobre árboles siempre encuentro una porción de textos que hablan sobre árboles (aunque yo nunca escribo sobre árboles, pero qué bonito sería decir voy a escribir sobre un árbol, sin más), y pienso ¡pero si sobre árboles ya todo está dicho!

No, no debo seguir por ahí. Debo en cambio renunciar a decir cosas importantes.

Y comenzar a decir cosas pequeñas. Pequeñas cosas.
Porque sabes que hubo esto:

"Ivan Ilich vio que se moría y su desesperación era continua. [...] El silogismo aprendido en la Lógica de Kiezewetter («Cayo es un ser humano, los seres humanos son mortales, por consiguiente Cayo es mortal») le había parecido legítimo únicamente con relación a Cayo, pero de ninguna manera con relación a sí mismo. Que Cayo -ser humano en abstracto- fuese mortal le parecía enteramente justo; pero él no era Cayo, ni era un hombre abstracto, sino un hombre concreto, una criatura distinta de todas las demás: él había sido el pequeño Vanya para su papá y su mamá, para Mitya y Volodya, para sus juguetes, para el cochero y la niñera, y más tarde para Katenka, con todas las alegrías y tristezas y todos los entusiasmos de la infancia, la adolescencia y la juventud. ¿Acaso Cayo sabía algo del olor de la pelota de cuero de rayas que tanto gustaba a Vanya? ¿Acaso Cayo besaba de esa manera la mano de su madre? ¿Acaso el frufrú del vestido de seda de ella le sonaba a Cayo de ese modo? [...]
Cayo era efectivamente mortal y era justo que muriese, pero «en mi caso -se decía-, en el caso de Vanya, de Ivan Ilich, con todas mis ideas y emociones, la cosa es bien distinta. y no es posible que tenga que morirme. Eso sería demasiado horrible».

La muerte de Ivan Ilich
Tolstoi



Y esto:

"Se quedarán mis cosas sin mí desconcertadas.
Seguirá mi tristeza paseando
por rincones de sombra.
En mi amada ventana del sillón y la mesa
seguirán los ocasos cayendo como siempre,
y el chopo del jardín, crecido ante mis ojos,
morirá y volverá como cuando yo estaba.
En penumbra, mis versos hablarán en voz baja.
Se secarán mis libros poco a poco,
oliendo a fruta vieja.
Diminutas reliquias de mi vida
-una flor en un libro, un verso en alguien-
seguirán, como piedras disparadas,
conservando mi fuerza en este mundo
cuando yo me haya ido...
Y os quedaréis vosotras, muchachas..."
JM Valverde
... los versos que siguen son demasiado tristes para un día tan caluroso. Un día tan aplastado y caluroso, en el que me encuentro muy perdido, pero no del modo que quiero.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Escribir cosas importantes? Lo más interesante de la literatura es que te cuenten cosas pequeñas, diminutas. En ellas está la importancia de nuestras minúsculas vidas y no en grandes ideas-teorías-titulares que, al final, no te dicen nada.

Y tú, P, eres muy bueno extrayendo la belleza de lo pequeñito. Si no, por qué rosas y por qué alas. Bueno, ni siquiera alas sino restos.

Y sabes que perderte es necesario para que luego te encuentres con más ganas...

Lara dijo...

Hay que escribir sobre lo grande y lo pequeño. Porque quién decide lo que es grande y lo que es pequeño. Y porque, como cien veces dije, hay que escribir (o no), pero si es que sí, hay que hacerlo, "escribiendo poesía en el país de los imbéciles, escribiendo hasta que cae la noche con un estruendo de los mil demonios, los demonios que han de llevarme al infierno, pero escribiendo". Te lo dice una que apenas ha escrito este verano.

Pero independientemente de la magnitud de las cosas (qué azar psicotrópico y de espejismo), no sé si sabes que esas últimas tres líneas que escribes bajo el poema, donde hablas del calor y de la pérdida, encierran un mundo, todo lo encierran, P.

Así que ya está.

ROSA ALIAGA dijo...

y cómo quieres descubrirte perdido?
La muerte de Ivan..es un libro magnífico!

Anónimo dijo...

Extraviarse es necesario, y una lupa también debe serlo, y formar con esas cosas una colección de insectos.
Y sí, es un libro magnífico que recién descubro, te deja rendido.
besos