jueves, diciembre 23, 2010

Hace algún tiempo, y a raíz de las últimas cosas que sucedieron en Mundolecu y Maguiverso, dije aquí algunas bobadas acerca de la literatura y la edición -asuntos sobre los que, por otra parte, no sé nada que no sea intuitivo porque apenas conozco a un escritor o dos y sólo a los editores que inconscientemente y a riesgo de su patrimonio decidieron darme gáramonds a cambio de derechos de autor.
Aquella vez defendí algo tan simple y bobo como que, después de tanta llantina de obra guardada en el cajón,
escribir es lo realmente difícil
y publicar era fácil.
Por supuesto, una idiotez, porque para nada resulta fácil engañar a un editor para que se zampe lo que tú escribes a la sombra de la lamparita de un escritorio.
Como siempre,
o como casi siempre,
no supe decir entonces lo que realmente quería decir, que venía a ser una cosa parecida a ésta: escribir es como construir pieza a pieza la gran muralla china y publicar como hacer un cubo de rubik. No caben lamentaciones ni obsesiones conspirativas: los dos asuntos son demasiado complejos pero un abismo los separa.
Con Magui y Lecu me pasa lo mismo: no encuentro causa y consecuencia entre el tiempo que pasé junto a ellos y el vendaval que llegó después. En estos días saldrá la segunda edición de Nada es crucial después de que la primera se agotara mucho antes de lo que hubiera sido previsible. Tanta gente habló bien de ella, tantos la trataron con cariño y me llamaron por teléfono que una especie hormigueo eléctrico recorrió las bandejas de novedades de las librerías, donde inesperadamente se posaron los pies de la bella Guima y el pobre chico Musgo, haciéndome olvidar las ronchas que en mi soberbia (lastre, pluma de grúa) me hicieron las primeras críticas.
Y resulta que en la mitad y el centro de todo ese vértigo no me dio tiempo para pensar, tomar una nota, volver a la playa y dejarme peinar el flequillo por ninguna transparencia verde (los temporales destruyen la playa desde septiembre, uno tras otro como titanes). Duermo poco, me siento tan cansado, las ojeras son dos fosas en las que me hundo, adelgazo, apenas me encuentro y sin embargo jamás, jamás, JAMÁS sentí tantas ganas de escribir ni tuve tantas ideas ni tantas imágenes como ahora tengo.
Ahora, justo cuando me falta el instante y la pausa para abrir el cuaderno.
Y me lamento por las páginas que no escribo, por las derivaciones, las estructuras que compongo mientras voy de casa al trabajo o hago rodar a Elena en la alfombra, y me pregunto dónde quedarán si permanecen en algún sitio, si todo ese desorden de cifra y trazo encontrarán alguna vez el molde del cuaderno pautado.
Hago memoria del prólogo que Bécquer escribió para sus Leyendas en una edición antigua que había en casa de mi madre y que se habrá perdido en cualquier mudanza, igual, lo mismo que me sucede a mí con mudanzas y pérdidas muy distintas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Llevo diez minutos pensando en condensar un comentario para este texto tuyo. Pero no quiero repetir las palabras brutal ni honesto. Pululan ya demasiado por ahí. Y si escribo maravilloso, corro el peligro de que lo achaques a cierto fanatismo de groupie cualquiera, extensible a otros textos, otros poetas, a todo lo demás que nos rodea. Y no es así.

Así que, mientras encuentro una palabra a la altura: gracias por escribir, Pablo.


rm

Rosario López dijo...

Gracias por el enorme currazo.