martes, diciembre 06, 2011

Soy un sentimental: sonrío cuando llega a mi buzón uno de esos sobres tamaño cuartilla, dentro un libro. Ocurre poco, ojalá los libros llegarán así todos los días, tantos que no pudiera leerlos ni escribir acuses, me pregunto si el libro electrónico también acabará con esos obsequios, si serán archivos adjuntos en un correo y una nota breve de autopromo como las que yo escribo sobre mí, fastidiando con newsletters artesanales a los incautos de mi lista de correo.
Ahora recibo el Planto de Gilgames de David J. Calzado, y aunque sé que su autor no los escribió en ese sentido, los versos me suenan a carga de Rohirrim y cuerda Dark Metal,

Qué frágil la ciudad inexpugnable, / sus entrañas de piedra; / verdecerán los templos en el valle, / cubrirá con su manto la espesura / el vestigio del hombre / que aquí fue. […] Súbditos de Uruk: Enkidu ha muerto. / Lamentad vuestro fin inexorable.

Igual acaricio la cubierta de dos libros de Gadir, como una piel conocida que fuera a abrirse de nuevo, el dedo sobre la pantalla táctil para desabrochar un corchete, Melville y Flaubert son marca de ropa interior, casa estrecha como un túnel, una ventana, luz, ¿es viernes?, ¿ya domingo?, tienes que aprender a hacer café para que tus invitados piensen en otra cosa distinta de qué habrá debajo tu toalla. Los libros de papel dicen esas cosas, seguro que hubo artesanos de la Edad del Bronce que se morían de nostalgia al oír hablar de sílex y cantos rodados, soy un antiguo.

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