Los muchachos aplauden, todos lo hacemos, mientras la figura se va haciendo grande, grande y finalmente aterriza muy cerca nuestra y descubrimos que es una niña, casi una niña metida en un traje de goma que le hace holguras.
Su papá sale del agua justo después y le dice con cosas que no entiendo pero con muy mala cara. Vuelven a entrar juntos pero ahora ella se queda cerca de la playa, en un remanso donde las olas no le pasan por encima, un laguito donde pescar patos de plástico. Arruga la nariz, mira al fondo, piensa ya casi me sale.
Yo en cambio pienso que soy un crío de pecho que se enreda con las primeras espumas del rompiente y me falta el aire y me pregunto qué hago aquí, tan lejos de casa.
Luego pienso que pierdo el tiempo, que no muevo un dedo por detenerlo, que me están comiendo el alma la inacción y la inutilidad, verdadero océano en el que me hundo, hundo.
Y al llegar al hostal leo a Shanti Andía, quien me persigue:
Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante interés para ser comunicados a los demás, a no ser que se exageren y se transformen. La sociedad va uniformando la vida, las ideas, las aspiraciones de todos.
6 comentarios:
Hola, Pablete, yo también vengo a saludarte. Qué alegría volver a saber de ti!!.
Un besito. María.
Que afán de querer parar el tiempo. ¿qué seríamos con el tiempo detenido?
Respira Pablo, leo tu palabra "inacción" tan cargadita de ansiedad que está corriendo ella sola. Que paradola. La inacción hiperactiva de Pablo.
Sigue escribiendo y deja la introspección para otras buceadas.
No voy de bronca. Estoy contenta de recuperarte, curiosamente con el inicio del curso ¿?
Curiosamente. Regeneración. Algo acaba, algo empieza. Me hacía falta decir.
Cuánto me alegra que estéis para escuchar.
Beso.
Hoy, a casi nadie...
o todo lo contrario.
Qué mierda de antes, que engañifa.
Incluso nuestro antes.
(El de cada uno y el nuestro.)
Ah. Quedará siempre rebelarse.
Este verano leí Ligero de equipaje, la bografía de Gibson sobre Machado. Además de otras muchas cosas, me tumbó lo que contaba sobre su abuelo, que con menos de treinta años ya tenía varias cátedras, era botánico, zoólogo, pedagogo, físico, descubridor del Amazonas, revolucionario con la Gloriosa y hasta alcalde de Sevilla cuando era republicana.
Y yo, un papafrita.
(Me parto de risa, de pronto.)
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