miércoles, febrero 07, 2007

Hago equilibrios en centímetros aun más inestables que el poliestileno. La marea se desconecta, llueve, arrecian incertidumbres. Las mejores series rompen de madrugada, cuando nadie puede deslizarse y albergarlas.
¿Recuerdan a Julian Moore, en aquellla habitación de hotel? Una tarta de chocolate aguardaba a su marido y un océano se flitraba por el vano de las ventanas, hacia ella.
Tomó las llaves del coche, buscó otros países, dejó limpia su casa, la ropa doblada, los vestidos colgados, la despensa llena de sopas de sobre.
¿La salvó una idea? ¿Un pensamiento ajeno? ¿No sintió ácido en los ojos al leer que ni siquiera en eso se diferenciaba de nadie?
Pero tanta, tanta es la necesidad de verse reconocido, de aplastar el guante de la soledad bajo la fantasía de una universal comunión.

Y sin embargo, aún me quedan por gastar dos o tres motivos.

Hoy, por ejemplo, leí un artículo que aseguraba que no existe el libre albedrío. Científicamente comprobado, decían.
Ya.

2 comentarios:

westerlia dijo...

Claro que existe el libre albedrío por eso Laura Brown "la mujer de la ira y la tristeza, la mujer patética, la deslumbrante de encanto; la mujer enamorada de la muerte... es una anciana, una bibliotecaria jubilada de Toronto..."Cunningham
Esa mujer, Laura (J. Moore), decidió no morir en aquel hotel.

Anónimo dijo...

pero contagió a su hijo con el mismo virus