domingo, junio 08, 2008

Me apetecía mucho leer Sueño profundo. Me lo prestó un amigo hace una semana y, en contra de mi costumbre, me había propuesto devolvérselo; devolvérselo incluso antes de que amarillee o un viento lo desencuaderne o lo pierda en alguna terraza y luego vaya a una librería y compre uno igual para fingir que nada pasó y esa misma tarde lo encuentre en la bolsa que ya no uso para ir a nadar, y ahora los dos libros, el nuevo y el viejo, tan ridículos y mellizos, me miren desde las fotos de sus solapas y se partan de risa conmigo. No, nada de eso, voy a ser un buen chico esta vez, me dije.

Pero entonces, ah, entonces me asaltaron las malditas ideas previas que construyo sobre cualquier cosa: Sueño profundo, um, Yoshimoto, um, las pastas negras y sosas de Tusquets, ¿un murakami feminizado? [qué estupidez, como si entre Pasolini y Bufalino se pudiera decir: sí, sí, se percibe esa curiosa actitud de la narrativa italiana… puaj]
Así son mis juicios, tan superficiales y simplotes que rápidamente te acostumbras a no hacer mucho esfuerzo y a dejarte llevar por ellos. Me sale bien –descubro recientemente- eso de desguazar y repartir las piezas de cualquier artefacto, y después observar cada piececita con cara de intensa concentración y decir cosas graves, altisonantes, auch.

Sí, sí, muchas gravedades y altisonancias pero ni una sola idea global (¿global?); por encima de mis molestos juicios previos, carezco de capacidad de abstracción. Observo y observo para no llegar a conclusión alguna. Si fuera patólogo seguro que haría muy bien mi trabajo, discriminaría unos tejidos de otros, enfocaría la lente en el milímetro adecuado para decir qué enfermedad tan linda tiene usted, señorita, sin ser capaz de ponerle un nombre a ese bicho que le está royendo las tripas a usted, señorita.

Es un problema de gusto, creo.
Gusto.
Imaginad: yo, bien solo y con un cuaderno, paseo por un museo, eso es, un museo desierto, eso es, con mi mente blanca y desierta, eso es, sin conocer nada del arte contemporáneo (ni siquiera la nada pequeñita que apenas conozco) y entonces… ¿qué ocurriría? ¿Seguiría deteniéndome delante de Bacon, de Malévich? ¿De veras? ¿Aunque no supiera quiénes son Bacon y Malévich y que, por tanto deberían gustarme?
O, por ejemplo,
soy editor, jeje, soy un editor atemporal a quien le llegan cientos, cientos de manuscritos anónimos… ¿reconocería un carpentier, un sábato, un onetti entre todo el magma? ¿Me dejaría engañar (ay) por un almudenagrandes?

Por qué me gustan unos y otros no, por qué unos hacen que me escuezan los ojos, por qué otros no me raspan: no tengo ni la menor idea. Sí sé que lo normal es que encuentre muy pocos libros que me gusten, y por ese motivo cuando doy con una veta la estrangulo como un avaro: llego a Murakami y trato de que ningún murakami se me escape, sequé a Kundera hace mucho, persigo sin criterio a Baroja, hago sudar –ya saben- a Houllebecq. Pero no hay nada que me haga caminar con las manos últimamente. Qué lastima. Mentira: Claus y Lucas sí lo hizo, sí.
Tenía un amigo que decía cosas como “este verano me apetece leer novelas inglesas del XIX”, y cuando en septiembre le preguntabas qué tal había ido todo (pensando tú en las tardes extendidas y el amanecer prontísimo) él respondía “bien, bien, mejor que otras veces, mejor que cuando lo intenté con los rusos, desde luego”.
Qué enigma.

Leo.
Leo para gastar tiempo sintiendo que no lo pierdo. Sí.

También –sobre todo- porque escribo, y cuando escribo me gusta mancharme de cuanto leo, leer alguna cosa y que esa cosa se note en lo que escribo, yo lo note, al menos. En ese sentido leo como quien se muscula para luego lucirse en la playa, admito. Soy un falso.

Un falso.

Todo esto es secuela, probablemente, de El teorema de Almodóvar. En maldita hora llegó, en ese paquetito marrón, a mi casa.

9 comentarios:

Bárbara dijo...

¿Qué sería de nosotros sin nuestros prejuicios? Nos moveríamos como murciélagos a pleno sol…Claro que sin ellos, puede que el megalómano enano del bigote tampoco hubiera hecho lo que hizo …
En cualquier caso lo que quería decir es que yo ya encuentro bastante femenino a Murakami, y claro, viviendo aquí dentro, entre ovarios, estrógenos y progestina, no puedo entender lo de “feminizado” como algo que rebaje categoría…

Pablo Gutiérrez dijo...

No, no, si no era una rebaja: es que Yoshimoto es una chica.

Bárbara dijo...

Sorry, a veces me paso de listilla...y combinado con una incultura galopante, éste es el resultado...

Pablo Gutiérrez dijo...

... que no, que no... no tiene nada que ver con culturetismos varios, la Yoshimoto (se llama Banana de nombre, ¿te lo puedes creer?, Banana Yoshimoto... para un Peep Show no tendría precio) es una de esas cosas sosas que llegan de Japón irradiadas por el efecto Murakami, y uno, que es así de bobo, se pone a leerlo con cierta predisposición mágica y... bueno, todo lo de arriba.

Bárbara dijo...

ja,ja,ja...de todas formas escribir no deja de ser estar en un peepshow ligerito de ropa mientras otros te miran...

Lara dijo...

La última vez que estuve en casa fue cuando la parrafada del Teorema de Almodóvar. Entre medias incluso te he visto la cara, pero yo no he vuelto hasta hoy, hasta ahora (ya te contaré). Kilómetros de cosas aparcadas.

Sólo decir que: hum. Banana.

La leí. Por la fiebre japo que me dio.

Un libro: Amrita.
Fue un aburrimiento total. Todavía anda en una estantería de las del cuarto de baño, creo. La cubierta mareante de Tusquets de bolsillo, ya sabes.

Besos.

Pablo Gutiérrez dijo...

¿También tienes estanterías en el cuarto de baño?
Sí, a mí también me pareció un aburrimiento mortal.
Ya me contarás.
Tusquets, ¿por qué es tan feo?
Qué caos, yo.
Tu parrafada me habría gustado exprimirla mejor. ¡Pero con vos, de una vez!

NáN dijo...

Lo falso y lo verdadero es un criterio, y por tanto falso. Poco geológico.

A Banana la leí hace mucho tiempo, Kitchen, que me dejó asombrado. Me pareció un libro extraordinario. Y hace unos años Amrita, que no me gustó tanto.

Pero lo curioso es que nunca había leído a Murakami. L se ha ido de viaje y se dejó en la mesilla, recién terminado, Tokyo blues, así que lo he cogido, me he sentado en el sillón, me he leído un buen trozo y muy a gusto (aunque tiene algo a veces que me repele), llego a los blogs y leo esto.

Tengo el sillón en un rincón junto a un balcón que da a un jardín. Hace una mañana espléndida para estar solo. Para mancharme de cuanto leo, porque también es eso, ¡lo has dicho muy bien!, lo que me gusta de la lectura.

Y pienso, porque he leído tu post siguiente, que estás en el océano fuerte de Portugal, sobre la tabla. ¡que tengamos todos un buen fin de semana!

Pablo Gutiérrez dijo...

Poco geo-lógico, me gusta eso.
Estaba, ya de vuelta para mi lamento, sólo queda el consuelo de contar otras cosas y apuntar en la agenda el próximo huequecito.