viernes, marzo 06, 2009

La primera vez que fuimos a la Saatchi Gallery no nos dejaron entrar. Recuerdo que un tipo vestido de peligroso nos largó de allí diciendo que había una fiesta privada. Hace cuatro años de eso. Ahora la flamante Saatchi ya no está enfrente de Embakment sino en el mundopijo Chelsea, junto a una campa ultraverde (¿esparcirá barreños de clorofila una cuadrilla de inmigrantes cada noche?) y una plaza donde bellísimas madres pasean entre tenderetes de comida orgánica a sus rubísimos niños.
Todo es perfecto, limpio, hermoso, caro.
Pero la galería es gratis, y Clea y yo agradecimos con reverencias ese gesto de filantropía.
Las salas son gigantes como bodegas, blancas, libres, sin flechas que indiquen el recorrido ni cuerdas que acordonen (¡peligro, usted está siendo filmado!) las esculturas.
Llegamos tarde a

pero no a

Como guerreros de Siam humillados, estas mujeres espectrales moldeadas con el papel que envolvía nuestros bocadillos nos recibían de espaldas, hechas un ovillo, silenciosas.

La exposición se llamaba Unveiled. Una docena de artistas -la mayoría iraquíes, la mayoría mujeres y la mayoría menores de treinta- llenaba la amplitud y nos pasmaba a cada paso.



No se aprecia, supongo. Dos figuras sujetan las patas y la cabeza de un cordero. La tercera le corta el cuello. La sangre es apenas un charquito brillante.


Todo estaba tan cargado de ideas que de pronto la superficialidad, el vacío de las toneladas de arte que se almacenan habitualmente en los museos habituales nos pareció de una estupidez insoportable. Y el discurso del "ya nada hay que decir", sólo el gesto, sólo el objeto es importante y no lo que el objeto albergue (Beuys) resultó entonces una agravio, una grosería, un escupitajo directo para ese puñado de resistentes que sabe que basta poner un pie en la calle para comprender justo lo contrario, si

"hace falta estar ciego, /tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio, /cal viva, arena hierviendo, / para no ver la luz que salta en nuestros actos, /que ilumina por dentro nuestra lengua, / nuestra diaria palabra." [Alberti]

No creo que sea necesario vivir en un Bagdag bombardeado para darse cuenta de eso. O quizá sí, quizá ninguno de los rubios niños que juegan en Chelsea (esas madres que se recogen el pelo con sencillez pronto los matricularán en una escuela de arte para jovencitos donde les enseñarán a componer cualquier cosa, a expresar no importa qué, algunos se dedicarán al diseño, a la publicidad, al ARTE, pronto inaugurarán su primera exposición, etcétera) fuera capaz de descubrir una verdad tan justa. Igual que en Waltz with Bashir.

4 comentarios:

Lara dijo...

gracias por explicarlo porque no se apreciaba, o no en mi pequeña pantalla (el cordero)

hacía tiempo que no leía unos versos de Alberti que me dijeran algo fuerte (también quizá eso es por mi pequeña pantalla)

el hombre rojo que te perdiste me ha dejado asombrada y no sé quién es

qué bien que alguien cuente cosas dentro de un sitio gigante y pulcro y lo ensucie de una vez

el mundo está lo suficientemente mundo como para que todos digan Algo, una cosa chiquitita al menos, pero algo, no Nada

¿y un poquito más?
¿otra bayita?

gracias!

DoctorMente dijo...

Veo tu vida.

Pablo Gutiérrez dijo...

Yo tampoco sé quién es, Lara, es sólo el hombre de rojo, creo.
Y sí, pero, ¿qué COSA CHIQUITA decir, oh, dioses?

[Tío, qué miedo da eso. Yo ni siquiera veo la planta de mis pies.]

Pablo Gutiérrez dijo...

O al menos confío en que no hayas visto lo que suelo hacer a partir de la hora en la que se supone que debería estar dormido y que sin embargo.. bah, déjalo, mientras no nos hagas fotos...