Estoy enfadado. Furioso contra muchas cosas. Contra El País, al fin con tilde (yo solía corregir esa i muerta con un bolígrafo azul en la cafetería, como si hiciera el crucigrama), al fin con tilde pero con la misma pamplina, tanta. Compré la nueva edición del domingo sólo para confirmar mi predicción pero esta vez no fue la página de gastronomía ni las decenas dedicadas a la modaconvertidaenarte lo que me hizo enfadar. Fue un reportaje sobre ecología. Uno en el que se decía que para salvar al planeta había que cerrar bien el grifo y separar los vidrios. Ése.
Donde vivo no hay bidones amarillos. Semanalmente mi mujer y yo acumulamos una pequeña colina de desperdicios en la puerta de casa y, el viernes, lo montamos todo en el coche y buscamos dónde tirarla, kilómetros allá. Nuestros grifos, por otra parte, siempre están bien cerrados. Las botellas de vino, en fila india.
Pero sucede que en la esquina del planeta en la que vivimos tienes más posibilidades de contraer un cáncer que un herpes. Porque hace cincuenta años allí donde nací construyeron hileras de fábricas desarrollistas, y en los humedales adonde me mudé, factorías de cemento.
Entre esos dos corchetes no sirve de nada que yo ponga latitas de atún en ninguna parte. Un amigo me lo dijo cuando estudiaba medicina: si estás en una habitación con cuatro personas, ten por seguro que una de ellas morirá de cáncer. Una de cuatro. Si vives entre esos corchetes, una de tres.
Pero El País y otros buenaconciencistas no editan bonitas páginas sobre cómo desmontar tornillo a tornillo esas factorías ni qúé ingredientes se necesitan para fabricar un explosivo que las envíe al cuerno, sino una lista de cincuenta grandes ideas para salvar al planeta sin moverte de casa.
Yo tengo una idea mejor: quiero hacerme yihadista. Convertirme al islam si es preciso y repartir en pedacitos muy pequeños a los redactores que quieren que me sienta culpable y partícipe del neholocausto.
Hoy estoy enfadado, mucho. Pero aun así soy incapaz, mierda, de dejar de ser un angelote con principios, y antes de salir de casa compruebo que los grifos están cerrados, guardo todos los periódicos -también el atildado- en una caja y conduzco amorosamente hasta el bidón azul. Mierda de mí.
Otra tontilista hacía El País este domingo, algo sobre cómo conseguir la felicidad (también desde casa, para qué salir a la calle) o algo parecido. Pero de pronto, tal vez a hurtadillas de los redactores, apareció una pizca, medio gramo de brillocaína: para ser feliz hay que escuchar a Jordi Savall.
Mi mujer ha puesto el disco, todas las mañanas del mundo, digo yo, son caminos sin retorno, termina ella, y canturrea muy mal y con voz muy aguda la primera canción, que es tan triste. Luego se queda dormida mientras escribo esto en un cuaderno, y no puedo decirle que entre los trastes de la viola escucho que alguien respira.
miércoles, octubre 24, 2007
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6 comentarios:
Siento decirte, querido marido que publica que su mujer canturrea muy mal, que la canción tan triste y aguda es la número cinco y que tengo a todo un ejército de botellas de vino, periódicos viejos, cilindros de papel de antiguos rollos de cocina, cartas de bancos, de compañías de teléfono, de aseguradoras y otros miles de papelillos que me miran desconsoladamente porque, al final, olvidaste llevártelos.
Y la estadística de P. Menos mal que, por ahora, somos dos en la habitación.
Mentira. También hay un mono con los colmillos muy afilados que señala con el dedo.
Espero no juntarme con tres más en ninguna habitación, sinceramente...
No te desesperes, Pablo, seguimos poniendo nuestro granito de arena, cada uno el suyo, e intentando arreglar, en la medida de lo posible, los destrozos que los gobiernos subvencionan.
Ya sabes que lo de la doble moral, siempre les funciona. Nosotros tenemos la culpa hasta de las matanzas que algún borracho de m... promueve en otros países.
Yo he cambiado EL País por Público y mis secreciones hepáticas las tengo más controladas.
Aún así hay días, como hoy, en las que envío una carta de protesta al columnista bienintencionado (de Público) que dice que le preocupa más el hambre y las guerras que el cambio climático.
¿Y que es lo que crea el CC, sino hambre, desastres, dolor y, por tanto, guerras? No hay que hablar de la no supervivencia de mañana. Basta con hacerlo de los desastres de hoy en los países en los que unapequeña pérdida es suprema.
Está bien lo de los bidones, no digo que no. Siempre que no sea una "monada" para quedarnos a gustito.
(En Madrid tenemos un aire que sobrepasa cientos de veces al año el límite crítico. Decenas de veces lo sobrepasa hata un punto que habría que avisar a la población. Pero no avisan. Todos sufrimos por ello, pero se sigue "facilitando" la entrada de coches en la ciudad; y endeudándonos para muchos años).
¡Hay que ver!
Deberían avisar, sí, cuando al aire le pasa eso, para que lo sepamos y comencemos a respirar flojito.
Incluso besarnos seguido para traspasarnos una y otra vez el mismo aire y gastar poco. O no dejar que el abuelito vaya por el pan con la cuesta arriba que hay. O quedarnos en casa y movernos muy despacito. O en el tiempo que se tarda en un suspiro buscar al culpable y partirle la cara. (E irnos luego muy despacito).
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