Ejemplo, me contaron también: en Perú, en un pueblito de la montaña, los perros salen a despedir a los autobuses que continúan la ruta hacia arriba, y parecen amables y alegres y les acompañan un buen trecho sólo hasta que pasan la curva peligrosa donde tantas veces los autobuses derrapan y se descalabran y entonces los perros encuentran, fortuitamente, carnecita fresca en las cunetas.
Ejemplo: hay mala mar hoy, el poniente desbarata la playa, ni para caminar sirve, y en la arena vi un frasco de mermelada y una cuchara, como si el mantel y los panecillos y los comensales hubieran volado.
Ejemplo: California arde, los ultrarricos se refugian en polideportivos, el alcalde convoca al ejército, los soldados no saben hacia dónde disparar, yo confío en que las llamas lleguen a los estudios de las películas y todo arda de veras, sobre todo los últimos guiones, los que en un archivador esperan nuestro despiste. California arde, mueren algunos, sí, pero qué hermoso.
Pequeñas incursiones parecen, y estallan un momento y se quedan fijas un rato, pero desparecen pronto de este caudal sin demasiado sentido en el que los días discurren, como en un cubo de zinc caen las gotas del alero, golpean, reverberan, desaparecen.
2 comentarios:
(No sé qué pensarás tú al respecto, pero yo disfruto como uno de los comensales que vuelan felices olvidándose en la arena la mermelada, cuando entro aquí y parece que hemos quedado, a la salida del día, con un par de sillas, los dos solos, charlando.)
Por cierto, hazte mirar esa poética visual, antes de que te detengan. Lo de la niña es brutal, y lo de los perros.
Miro, remiro y nada encuentro de pajaritos ni duendecitos ni flores nacaradas. La poesía barrunta para mí de este modo, en estas cosas.
Con un par de sillas, charlando al sol del otoño incluso si diluvia, hoy diluvia.
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