sábado, enero 20, 2007

Si dejo de pensar en ti, desapareces.
No es cierto que en mi ausencia
regreses a lugares oscuros
donde hace años encontrabas refugio.
Ni continúan tus pasos el camino
que interrumpo cuando de súbito
recuerdo quién eres y cuáles son tus pecados.
Ni vuelves a visitar a aquellos
que devoraban con fruición cada cucharada de tu sexo
cuando eras una niña consentida.
No, mi pequeña,
si dejo de pensar en ti desapareces.
Desaparecen tus talones, adornados con palabras
de una escritura que desconozco.
Desaparece el vientre ávido en el que nunca
encontré nada que no me fuera ajeno.

Sin embargo, es tan fácil convocarte de nuevo,
y en un instante recomponer tu figura sin que haya olvidado
ninguna de las partículas que te forman,
y proyectarlas, después,
sobre la pared de mi dormitorio.

Entonces estás a mi merced.
Mi voluntad te hace gatear a mi alrededor
y tu cuerpo palpita al ritmo de mis ideas.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Uhm.
Bonito.

Anónimo dijo...

Hay unos versos centrales, duros, que ningún "Sin embargo" puede ya borrar.

"el vientre ávido en el que nunca encontré nada que no me fuera ajeno".

El resto es como el célebre koan zen: ¿cómo suena la caída de un árbol en un bosque en el que no hay nadie para oírlo?

Ah, y no hay niñas ni niños consentidos. Hay niñas y niños utilizados. Y tus mejores versos son los que menos habrías querido escribir. (Nos sucede a todos. Por eso escribir da miedo. Por eso dejé de hacerlo con veinte años, quizá con veintiuno).

Pero a ti te han salido, así que hay que apechugar con ello. Y seguir escribiendo para tirar lo que te guste y quedarte con lo que duela.

¿O era al revés?

Reb dijo...

me gusta mucho

Lara dijo...

Te compro una de esas canas que cumples hoy y te leo y te compro dos de las canas.

Anónimo dijo...

Exacto. ¿Cómo suena nada cuando nadie hay para oírlo?
No obstante, este temporal se afloja gracias a vuestros ocho oídos.
En un botecito de cristal las voy guardando, L.