lunes, febrero 12, 2007

Conduzco hasta la primera estación de la línea azul.
Dejo las llaves en la cerradura,
palmeo sus aletas como a una cabalgadura obediente,
bajo al andén y me siento a esperar, buen chico-buen chico.

Como todas las cosas que están hechas de nada,
camino con fruición sobre piedras y cristales bruñidos,
pues no soy sino piedra sobre bruñido cristal.

Y es por eso que puedo olvidar lo que aprendí en la escuela de los probos ciudadanos;
y olvidar, también, los nombres de quienes me amaron
creyéndome distinto de lo que soy.

El gusano de cercanías llega iluminando el túnel.
Salto dentro de él como si lo domara con mis talones desplumados.
Detrás de las ventanas de plexiglás
se suceden apeaderos, fábricas de papel y unifamiliares en venta
donde se mudarán hombres y mujeres que no conoceré.
En sus cerebros brotarán obscenidades y pensamientos que no serán los míos.
Los dos gramos de vanidad que severamente conservaba
se licuan sin aroma frente a esa certeza.

Cruzo los vagones desiertos, abriendo y cerrando las puertas hidráulicas.
Llevo un carcaj con gansos de tres colas al cinto;
al hombro, un arco de oro, como el balancín de un dios enano.
El carcaj, hinchado de orgullo, resplandece y ciega a ningún viajero.
Crujen las tuercas del gusano, como palabras de un idioma viejo.

Con las manos desnudas franqueo la última puerta.
Giran las ruedas de acero sobre el profundo oscuro
que quiere meterse en mis bolsillos pero al que no temo.
Tenso el arco; el dardo brilla en el agujero del culo del gusano.

Puedo vivir de aquello que no digo.
Todos los de algún modo me habitaron ahora huyen alfabéticamente de mí.
Sus alas son el préstamo que les doy,
mi regalo de despedida.

Con los demás juego a Simón dice para disimular la codicia del tiempo.
Les digo, por ejemplo, danzad sobre mi vientre agudo.
Les digo dejad que las cosas se pierdan en el río.
Les digo caminemos sobre piedras y cristales bruñidos,
si somos piedras azules y bruñidos cristales de metal.

El gusano llega a la última estación y vierte sus doloridas tripas.
Mis hombros golpean otros hombros
como bolas de billar que cloquean
en las escaleras mecánicas.

Cuando llegue a la superficie, prometo,
buscaré una habitación sin espejos
donde abandonar la infame lucidez
con la que una frasecita sin significado me vendó los ojos un día.
Esterilizaré las bolas de mis hombros,
empaparé de polvos de talco las otras,
quemaré mi ropa en la bañera
y sobre quinientos folios blancos
comenzaré a


para nadie.

2 comentarios:

Ur dijo...

Hay tantas cosas que querría decirte,
que no supe decirme,
que me dices,
que no sé decirte...

Anónimo dijo...

quedan recibidas todas esas cosas, no obstante