Hace un mes que no me asomo, no sé si los que por aquí andaban perdieron la costumbre. Dirán se fugó, le cansamos, se le secaron los cuentos, ahora vive en una casita con una piscina donde no se mueve un grumo, lo dejó todo a un lado.
Y no. Ocurrió que en medio de este invierno patoso y lacio me sobrevinieron los asuntos, ya saben, esos que tiran como bueyes de tu yugo, y luego los otros charcos en los que adrede me enfango, seguro que saben. Pero (¿lo notaron allá?, ¿se notan esas cosas tan lejos?) al fin entró de golpe la marejada, unos jueves atrás, y durante semana y media comenzó a pegar y revenir contra la costa con esa densidad que te quita el almuerzo y te mete en el neopreno mojado de ayer, la marejada.
La playa se llenó de nuevo con la tribu, otra vez la brasa del poliestileno expandido, o si quad o trifín de siempre, mejor clásico vieja escuela, ¿no?
... en lugar de quedarse muditos viendo, ah.
miércoles, diciembre 12, 2007
viernes, noviembre 23, 2007
Una preciosa borrasca con toda su baja presión comenzó el martes a meter a gente en su casa, y a nosotros en cambio nos vistió de superhéroes de goma y nos mandó en tropel hacia la barra.
El miércoles el patio del recreo era todavía un remolino feo de tanto como sopló la noche antes, pero ya comenzó el mar a ordenarse y a decirnos aguarda que ahora viene. Y sí que vino grande el jueves, perfecto y sin viento, lisito como un cuaderno nuevo para después romper muy abierto y muy lejos de la orilla, ah, hermosa mañana en la que todos trabajaban y yo no. Aunque ya bajó un tanto, hoy también caía bien bonito, sobre todo al mediodía cuando no dejaba de llover, por eso no tengo fotos de esa arquitectura.
En cambio me queda alguna mancha de Praia do Forte, donde los niños atravesaban descalzos el coral para deslizarse sobre la plataforma.
martes, noviembre 13, 2007
Leen a Bradbury, creánlo, Bradbury aún le sirve a alguien de este mundo. Todos los años consigo convencer a alguien de que abra El verano del cohete y entonces
"Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, los carámbanos bordeaban los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros.
Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire cálido, como si alguien hubiera dejado abierta la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos y los niños. Los carámbanos cayeron, se quebraron y se fundieron. Las puertas se abrieron de par en par; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres guardaron en los armarios los disfraces de oso; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano."
Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire cálido, como si alguien hubiera dejado abierta la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos y los niños. Los carámbanos cayeron, se quebraron y se fundieron. Las puertas se abrieron de par en par; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres guardaron en los armarios los disfraces de oso; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano."
, escrito como con metrónomo, y si el ritmo respira detrás de la traducción, imagínense a Brad en su idioma, que soy tan perezoso que no he leído. Me basta con "los viejos y verdes prados del último verano", ah, yo sé que ellos lo perciben, también ellos.
A tu manera hiciste profecía, Brad, le llaman cambio climático y no te figuras lo que por acá se discute, me tuviste hace no demasiado diciendo alguna huevada al respecto. Y por eso tengo que subir fotos de esta marejada de Brasil, porque nada se acerca a esta bahía, muerta como el mar de verano, hace ya dos meses que no hay una doblez en mi aburrido océano, cuarto de juegos infestado de mierda cancerígena que, sí, además de ir comiéndonos poco a poco, ha arruinado el parque de atracciones de TresP.
"El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor de horno. El cohete, de pie en la fría mañana de invierno, creaba verano con cada aliento de los poderosos escapes. El cohete transformaba los climas, y durante unos instantes fue verano en la tierra..."
lunes, noviembre 05, 2007
Siempre me sale la misma papilla. Aunque finja que no soy yo y me agache tanto que no se me vea o me suba a una escalera como si fuera a cambiar las bombillas. No hay modo, siempre repito el salmo que bienaprendí hace tiempo, supongo que justo al principio. Es forzado y falso y hueco procurar otra cosa, es como colar un caballero medieval en un tebeo de Astérix.
Y trato de buscar la manera de ser menos pelmazo, no crean, tomar distancia de todo el mejunje, porque en realidad rabio por soltar de cuando en cuando palabras como diáspora, audacia, intrépido capitán, y decir alguna vez larga noche de los tiempos, cóncavas naves, somos el tiempo que nos queda. Y me gustaría tanto escribir una novela de aventuras. O un cuento que dé miedo. Sí, mejor eso. Un cuento que no te deje dormir en lugar de uno que te duerma.
Tan pastoso y pegado de mí sale lo que escribo que comienzo a estar de tanta gelatina hasta las narices.
Por eso he decidido comenzar el teatro y, por ejemplo, hacerme el gracioso. Hoy mismo, a primera de la mañana, ensayé con eso y en vez de trepanar Por tierras de España con la sopa de alejandrinos y símiles, me puse a dibujar en la pizarra una viñeta en la que un machadito hacía de Freud y un mapa de España de paciente en su diván. Pero no lo entendieron.
No hay nada peor que hacer un chiste y que nadie se ría.
Miento, algo peor hay: tratar de salir de uno y encontrarse con uno en la siguiente esquina.
Y trato de buscar la manera de ser menos pelmazo, no crean, tomar distancia de todo el mejunje, porque en realidad rabio por soltar de cuando en cuando palabras como diáspora, audacia, intrépido capitán, y decir alguna vez larga noche de los tiempos, cóncavas naves, somos el tiempo que nos queda. Y me gustaría tanto escribir una novela de aventuras. O un cuento que dé miedo. Sí, mejor eso. Un cuento que no te deje dormir en lugar de uno que te duerma.
Tan pastoso y pegado de mí sale lo que escribo que comienzo a estar de tanta gelatina hasta las narices.
Por eso he decidido comenzar el teatro y, por ejemplo, hacerme el gracioso. Hoy mismo, a primera de la mañana, ensayé con eso y en vez de trepanar Por tierras de España con la sopa de alejandrinos y símiles, me puse a dibujar en la pizarra una viñeta en la que un machadito hacía de Freud y un mapa de España de paciente en su diván. Pero no lo entendieron.
No hay nada peor que hacer un chiste y que nadie se ría.
Miento, algo peor hay: tratar de salir de uno y encontrarse con uno en la siguiente esquina.
lunes, octubre 29, 2007
No es que lo decidieras, más bien no podía ser de otro modo. Ni pensar en lo contrario, porque un Contrario sí que había enfrente de ti, aunque te costara definirlo más allá de las canciones, los poemas de Celaya, la caricatura de El Jueves. Sobre todo era por algún icono y un disco que había en tu casa que, aunque si hacía falta inventabas un pasado e incluso una familia que encajara con aquello, un abuelo maquis, cualquier represalia imborrable, estigma que viene de lejos. Y discutías y discutías, eso era lo mejor, con el indestructible convencimiento de que estabas en lo cierto, lo otro era una canallada. Por suerte nunca te enfrentabas a severos discutidores, de manera que la tunda acababa pronto con un poco de arrogancia y desprecio, fácil victoria para ti. Pero si un buen discutidor se hubiera tomado la molestia de asediarte te habrías desmoronado enseguida, porque más allá de dos versos y muchas frases hechas no manejabas teoría alguna, tenías quince años.
Luego los argumentos fueron llegando solitos y en fila, no hacía falta salir a buscarlos, en fila se pusieron en cuanto viste lo poco que servía tu dinero y lo sucio que era todo, el barro te llegaba a las orejas cuando salías de casa. Fue entonces cuando arrancó aquello de la muerte de las ideologías (como el realismo mágico, la novela, el teatro, la poesía social, la historia) y ya lo tuyo parecía antiguo, viejaguardia. Cuánto habría dado por un ejemplar del Contrario tan nítido, cristal puro, como éste, leído el domingo:
“Ya en épocas remotas –existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente –era un hecho objetivo que los hijos de "buena estirpe", superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas "Leyes" nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación. [...[ La desigualdad natural del hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades humanas: en él se nos han transmitido todas nuestras condiciones, desde las físicas: salud, color de los ojos, pelo, corpulencia…hasta las llamadas psíquicas, como la inteligencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios. [...]Por eso, todos los modelos, desde el comunismo hasta el socialismo atenuado, que predican la igualdad de riquezas, son radicalmente contrarios a la esencia misma del hombre.”
Rajoy, artículo publicado al parecer en 1983 y reproducido en Público.
Porque, aunque cada vez lo tenías más claro, un antónimo así no se encontraba fácilmente. La estirpe, qué cosa.
Luego los argumentos fueron llegando solitos y en fila, no hacía falta salir a buscarlos, en fila se pusieron en cuanto viste lo poco que servía tu dinero y lo sucio que era todo, el barro te llegaba a las orejas cuando salías de casa. Fue entonces cuando arrancó aquello de la muerte de las ideologías (como el realismo mágico, la novela, el teatro, la poesía social, la historia) y ya lo tuyo parecía antiguo, viejaguardia. Cuánto habría dado por un ejemplar del Contrario tan nítido, cristal puro, como éste, leído el domingo:
“Ya en épocas remotas –existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente –era un hecho objetivo que los hijos de "buena estirpe", superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas "Leyes" nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación. [...[ La desigualdad natural del hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades humanas: en él se nos han transmitido todas nuestras condiciones, desde las físicas: salud, color de los ojos, pelo, corpulencia…hasta las llamadas psíquicas, como la inteligencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios. [...]Por eso, todos los modelos, desde el comunismo hasta el socialismo atenuado, que predican la igualdad de riquezas, son radicalmente contrarios a la esencia misma del hombre.”
Rajoy, artículo publicado al parecer en 1983 y reproducido en Público.
Porque, aunque cada vez lo tenías más claro, un antónimo así no se encontraba fácilmente. La estirpe, qué cosa.
sábado, octubre 27, 2007
miércoles, octubre 24, 2007
Estoy enfadado. Furioso contra muchas cosas. Contra El País, al fin con tilde (yo solía corregir esa i muerta con un bolígrafo azul en la cafetería, como si hiciera el crucigrama), al fin con tilde pero con la misma pamplina, tanta. Compré la nueva edición del domingo sólo para confirmar mi predicción pero esta vez no fue la página de gastronomía ni las decenas dedicadas a la modaconvertidaenarte lo que me hizo enfadar. Fue un reportaje sobre ecología. Uno en el que se decía que para salvar al planeta había que cerrar bien el grifo y separar los vidrios. Ése.
Donde vivo no hay bidones amarillos. Semanalmente mi mujer y yo acumulamos una pequeña colina de desperdicios en la puerta de casa y, el viernes, lo montamos todo en el coche y buscamos dónde tirarla, kilómetros allá. Nuestros grifos, por otra parte, siempre están bien cerrados. Las botellas de vino, en fila india.
Pero sucede que en la esquina del planeta en la que vivimos tienes más posibilidades de contraer un cáncer que un herpes. Porque hace cincuenta años allí donde nací construyeron hileras de fábricas desarrollistas, y en los humedales adonde me mudé, factorías de cemento.
Entre esos dos corchetes no sirve de nada que yo ponga latitas de atún en ninguna parte. Un amigo me lo dijo cuando estudiaba medicina: si estás en una habitación con cuatro personas, ten por seguro que una de ellas morirá de cáncer. Una de cuatro. Si vives entre esos corchetes, una de tres.
Pero El País y otros buenaconciencistas no editan bonitas páginas sobre cómo desmontar tornillo a tornillo esas factorías ni qúé ingredientes se necesitan para fabricar un explosivo que las envíe al cuerno, sino una lista de cincuenta grandes ideas para salvar al planeta sin moverte de casa.
Yo tengo una idea mejor: quiero hacerme yihadista. Convertirme al islam si es preciso y repartir en pedacitos muy pequeños a los redactores que quieren que me sienta culpable y partícipe del neholocausto.
Hoy estoy enfadado, mucho. Pero aun así soy incapaz, mierda, de dejar de ser un angelote con principios, y antes de salir de casa compruebo que los grifos están cerrados, guardo todos los periódicos -también el atildado- en una caja y conduzco amorosamente hasta el bidón azul. Mierda de mí.
Otra tontilista hacía El País este domingo, algo sobre cómo conseguir la felicidad (también desde casa, para qué salir a la calle) o algo parecido. Pero de pronto, tal vez a hurtadillas de los redactores, apareció una pizca, medio gramo de brillocaína: para ser feliz hay que escuchar a Jordi Savall.
Mi mujer ha puesto el disco, todas las mañanas del mundo, digo yo, son caminos sin retorno, termina ella, y canturrea muy mal y con voz muy aguda la primera canción, que es tan triste. Luego se queda dormida mientras escribo esto en un cuaderno, y no puedo decirle que entre los trastes de la viola escucho que alguien respira.
Donde vivo no hay bidones amarillos. Semanalmente mi mujer y yo acumulamos una pequeña colina de desperdicios en la puerta de casa y, el viernes, lo montamos todo en el coche y buscamos dónde tirarla, kilómetros allá. Nuestros grifos, por otra parte, siempre están bien cerrados. Las botellas de vino, en fila india.
Pero sucede que en la esquina del planeta en la que vivimos tienes más posibilidades de contraer un cáncer que un herpes. Porque hace cincuenta años allí donde nací construyeron hileras de fábricas desarrollistas, y en los humedales adonde me mudé, factorías de cemento.
Entre esos dos corchetes no sirve de nada que yo ponga latitas de atún en ninguna parte. Un amigo me lo dijo cuando estudiaba medicina: si estás en una habitación con cuatro personas, ten por seguro que una de ellas morirá de cáncer. Una de cuatro. Si vives entre esos corchetes, una de tres.
Pero El País y otros buenaconciencistas no editan bonitas páginas sobre cómo desmontar tornillo a tornillo esas factorías ni qúé ingredientes se necesitan para fabricar un explosivo que las envíe al cuerno, sino una lista de cincuenta grandes ideas para salvar al planeta sin moverte de casa.
Yo tengo una idea mejor: quiero hacerme yihadista. Convertirme al islam si es preciso y repartir en pedacitos muy pequeños a los redactores que quieren que me sienta culpable y partícipe del neholocausto.
Hoy estoy enfadado, mucho. Pero aun así soy incapaz, mierda, de dejar de ser un angelote con principios, y antes de salir de casa compruebo que los grifos están cerrados, guardo todos los periódicos -también el atildado- en una caja y conduzco amorosamente hasta el bidón azul. Mierda de mí.
Otra tontilista hacía El País este domingo, algo sobre cómo conseguir la felicidad (también desde casa, para qué salir a la calle) o algo parecido. Pero de pronto, tal vez a hurtadillas de los redactores, apareció una pizca, medio gramo de brillocaína: para ser feliz hay que escuchar a Jordi Savall.
Mi mujer ha puesto el disco, todas las mañanas del mundo, digo yo, son caminos sin retorno, termina ella, y canturrea muy mal y con voz muy aguda la primera canción, que es tan triste. Luego se queda dormida mientras escribo esto en un cuaderno, y no puedo decirle que entre los trastes de la viola escucho que alguien respira.
martes, octubre 23, 2007
Últimamente veo pequeñas intervenciones poéticas en cualquier parte, incursiones parecen. Ejemplo, un compañero me contó que una niña dijo en un examen, sin venir a cuento: las calles parecían escamas.
Ejemplo, me contaron también: en Perú, en un pueblito de la montaña, los perros salen a despedir a los autobuses que continúan la ruta hacia arriba, y parecen amables y alegres y les acompañan un buen trecho sólo hasta que pasan la curva peligrosa donde tantas veces los autobuses derrapan y se descalabran y entonces los perros encuentran, fortuitamente, carnecita fresca en las cunetas.
Ejemplo: hay mala mar hoy, el poniente desbarata la playa, ni para caminar sirve, y en la arena vi un frasco de mermelada y una cuchara, como si el mantel y los panecillos y los comensales hubieran volado.
Ejemplo: California arde, los ultrarricos se refugian en polideportivos, el alcalde convoca al ejército, los soldados no saben hacia dónde disparar, yo confío en que las llamas lleguen a los estudios de las películas y todo arda de veras, sobre todo los últimos guiones, los que en un archivador esperan nuestro despiste. California arde, mueren algunos, sí, pero qué hermoso.
Pequeñas incursiones parecen, y estallan un momento y se quedan fijas un rato, pero desparecen pronto de este caudal sin demasiado sentido en el que los días discurren, como en un cubo de zinc caen las gotas del alero, golpean, reverberan, desaparecen.
viernes, octubre 19, 2007
Les digo
Para escribir un buen relato hay que tener en cuenta unas piececitas que están en la cabeza de todos los escritores: el espacio, el tiempo, el punto de vista, los objetivos y motivaciones de los personajes...
Les digo
En realidad, si montáis primero el esqueleto ya tendréis hecho casi todo el trabajo, basta con llenar los huecos con palabras, palabras que resulten bien sonoras y grandilocuentes o en cambio muy cotidianas y directas, eso es el estilo. Podéis empezar imitando el estilo, (es decir, las palabras) de algún autor que os guste mucho. Y así escribir: "Los jóvenes soldados calentaban sus huesos y sus miedos alrededor de las hogueras." O "el mar parecía de aluminio, metálico y pulido como el lomo de los delfines."
Les digo
Y entonces resulta que la literatura es un truco, salón de cristal y espejos. Una cosa refleja otra, y en una sola hay cien. No lo entienden, pero sonríen y se van a casa y al día siguiente me traen un cuento que han escrito y yo me sorprendo de que les resulte tan sencillo. No presumen, casi no tienen vanidad, les gusta leer en voz alta, no les molesta si les cambio alguna palabra, se ríen cuando se equivocan. No quieren escribir el mejor cuento de la literatura universal. Quieren escribir un cuento. Y contarlo. Me dicen ¿tú crees que se lee bien, todo seguido? en lugar de ¿es bueno, te ha gustado?
A veces pienso que vaya mentiras les hago tragar, como si de verdad la literatura fuera eso. Y otras veces pienso que vaya mentiras tragué yo, como si la literatura no fuera eso, y lo demás sólo el círculo de la soberbia estéril, rígida, pertinaz soberbia.
Para escribir un buen relato hay que tener en cuenta unas piececitas que están en la cabeza de todos los escritores: el espacio, el tiempo, el punto de vista, los objetivos y motivaciones de los personajes...
Les digo
En realidad, si montáis primero el esqueleto ya tendréis hecho casi todo el trabajo, basta con llenar los huecos con palabras, palabras que resulten bien sonoras y grandilocuentes o en cambio muy cotidianas y directas, eso es el estilo. Podéis empezar imitando el estilo, (es decir, las palabras) de algún autor que os guste mucho. Y así escribir: "Los jóvenes soldados calentaban sus huesos y sus miedos alrededor de las hogueras." O "el mar parecía de aluminio, metálico y pulido como el lomo de los delfines."
Les digo
Y entonces resulta que la literatura es un truco, salón de cristal y espejos. Una cosa refleja otra, y en una sola hay cien. No lo entienden, pero sonríen y se van a casa y al día siguiente me traen un cuento que han escrito y yo me sorprendo de que les resulte tan sencillo. No presumen, casi no tienen vanidad, les gusta leer en voz alta, no les molesta si les cambio alguna palabra, se ríen cuando se equivocan. No quieren escribir el mejor cuento de la literatura universal. Quieren escribir un cuento. Y contarlo. Me dicen ¿tú crees que se lee bien, todo seguido? en lugar de ¿es bueno, te ha gustado?
A veces pienso que vaya mentiras les hago tragar, como si de verdad la literatura fuera eso. Y otras veces pienso que vaya mentiras tragué yo, como si la literatura no fuera eso, y lo demás sólo el círculo de la soberbia estéril, rígida, pertinaz soberbia.
jueves, octubre 18, 2007
Por un lado, qué verdades en pie, qué leyenda vieja, qué criterio para separar algo de lo otro, tan cosido con hilos diminutos, vulgar, fácil, cáscara, teoría de lo obvio alrededor de grandes palabras. ¿Hay grandes palabras?
Entonces, la cuestión es qué decir.
Ya casi nada, se agotaron los estilos y las palabras se agotaron.
martes, octubre 16, 2007
Los ángeles colegiales
Ninguno comprendíamos el secreto nocturno de las pizarras
ni por qué la esfera armilar se exaltaba tan sola cuando la mirábamos.
Sólo sabíamos que una circunferencia puede no ser redonda
y que un eclipse de luna equivoca a las flores
y adelanta el reloj de los pájaros.
Ninguno comprendíamos nada:
ni por qué nuestros dedos eran de tinta china
y la tarde cerraba compases para al alba abrir libros.
Sólo sabíamos que una recta, si quiere, puede ser curva o quebrada
y que las estrellas errantes son niños que ignoran la aritmética.
Alberti, Sobre los ángeles
Este poema tiene algo-algo que me desarma sobre la mesa y del que nunca me sale hablar en clase, aunque lo intento cada año porque es de mis favoritos y haya otros más intensos que me muerden tanto pero menos como
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
de Juan Ramón, aunque ahora que lo pienso no sé si menos.
Ninguno comprendíamos el secreto nocturno de las pizarras
ni por qué la esfera armilar se exaltaba tan sola cuando la mirábamos.
Sólo sabíamos que una circunferencia puede no ser redonda
y que un eclipse de luna equivoca a las flores
y adelanta el reloj de los pájaros.
Ninguno comprendíamos nada:
ni por qué nuestros dedos eran de tinta china
y la tarde cerraba compases para al alba abrir libros.
Sólo sabíamos que una recta, si quiere, puede ser curva o quebrada
y que las estrellas errantes son niños que ignoran la aritmética.
Alberti, Sobre los ángeles
Este poema tiene algo-algo que me desarma sobre la mesa y del que nunca me sale hablar en clase, aunque lo intento cada año porque es de mis favoritos y haya otros más intensos que me muerden tanto pero menos como
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
de Juan Ramón, aunque ahora que lo pienso no sé si menos.
lunes, octubre 15, 2007
[rescatado de una caja secular]
Antes del amanecer conduje durante dos horas
hasta el primer pueblo que aparecía en nuestro pequeño mapa de exploradores,
punto minúsculo en el verde del pantano donde
tú y yo
dejábamos morir los días
como si pudiéramos recuperarlos
a cambio de uno de nuestros viejos billetes azules.
La carretera subía hasta el acantilado
que aparecía fotografiado en el libro de visitas del hotel.
Luego se convertía en una cañada
por donde no había pastado un rebaño en doce siglos,
pero yo conducía un gran coche que,
según el ingeniero titular de la planta de Nawano,
había superado con inmejorables calificaciones
todas las pruebas del “túnel de los vientos”,
Japón, 13 de octubre de 1999.
Las piedras y loss fosos del camino eran impurezas delicadas.
Cuando llegué al pueblo-punto-minúsculo,
una ligera neblina cubría las calles como cubren
tus dedos mis ojos cuando quieres decirme alguna cosa obscena.
Temiendo desbaratarle el sueño a sus habitantes
con el rugido de los motores,
me detuve a las afueras del pueblecito y caminé dos kilómetros
con las manos guardadas en el abrigo.
Confirmadas mis suposiciones,
el lugar era un agujero de casas de adobe
donde malvivían doscientas personas
que se reproducían sin excesiva dedicación
y con evidentes inclinaciones hacia la endogamia,
había tantos desdentados.
Mi objetivo era conseguir a un precio razonable
algunos alimentos que nos permitieran
sobrevivir durante dos semanas más
en nuestro refugio de madera y sexo del pantano.
Allí vivíamos desde hacía un mes -un mes tortuoso-
como una pareja de animales felices y voraces
que ha recibido el encargo de regenerar su especie.
Recuerdo que entonces
tú
estabas firmemente decidida a no volver a probar
un bocado de carne que pudiese obstruir tus arterias y
yo
aplaudía la decisión porque había comprobado
que desde tu metamorfosis
el sabor de tus fluidos vaginales
había adquirido matices ciertamente deliciosos.
De manera que canjeé mi papel moneda
por una caja de ciruelas rojas,
apio, calabazas del terror, manzanas de lo evidente,
ajo, habas de la ignorancia, legumbres del ascetismo,
coles, uvas de la voluptuosidad, maíz de los niños perdidos
y cinco zanahorias para mi conejita.
Añadí una docena de botellas de vino,
un par de sandalias de cuero para tus tobillos desnudos
y una hermosa soga de esparto que utilicé
para asegurar las botellas en el asiento trasero del invento de Nawano,
y regresé al refugio conduciendo con amplios movimientos
por la carretera de la montaña.
Yo era feliz
porque pensaba que junto a ti
había conseguido eliminar una por una
todas las repulsivas miserias
que durante años hicieron de mis años
la miseria de los pensamientos.
Era feliz
porque pensaba que a tu lado
se habían desvanecido, como se desvaneció
la niebla de aquella mañana incierta,
los pensamientos miserables de los hombres-miseria.
Cuando llegué a ti, es decir, a nuestra reserva de animales herbívoros,
estaba muy cerca del extremo menos cortés de la locura.
Mis pensamientos, mis pensamientos miserables,
me habían conducido a absurdas teologías
acerca de la existencia, el amor y los productos de limpieza.
Los productos de limpieza -los libros y los narcóticos-
con los que abrillantaba mis zapatos y mi egoísmo.
Despiadado egoísmo.
Con las piezas sobrantes de la compasión
había construido un muro, un perfecto muro cúbico
que envolvía la miseria y la protegía de los rayos del sol,
de la niebla y de los brazos ajenos cargados de puños.
Como un niño o como un chimpancé aterido en el ártico,
aprendí a destilar del egoísmo las calorías y las palabras
necesarias para sobrevivir en el mundo corajudo
que años atrás creé a mi imagen y semejanza.
Aquel era mi refugio.
aquel era mi refugio,
entre las grandes avenidas superpobladas de la ciudad de paumanok.
En el refugio sobrevivía, pero no era feliz.
Me faltaban aplausos.
Me faltaban voces.
Verdades.
Juegos.
Alguien.
No es bueno que el espejo refracte una sola imagen.
Los espejos necesitan multitudes.
La unidad es un gorila ebrio que sacude sus grandes manos
sobre la vitrina de los tesoros de cristal.
Yo era sabio.
Y no era nada.
Porque no tenía reflejo.
Porque no tenía nadie.
Sabio sabía que necesitaba una vagina.
Un hombre necesita una vagina
a la que dar sus apellidos,
a la que colmar de atenciones,
una vagina-nido-refugio-reserva donde pasar las noches
cuando las cosas hostiles son hostiles
y la tormenta no cesa
porque no quiere dejar de existir sobre las cabezas humanas.
Una vagina a la que decirle voy a volver.
Una higiénica y bien perfumada.
Una donde guardar y guarecerse.
Porque una vagina salva al hombre de la locura.
Y la locura está muy cerca.
Sabio sabe que la locura es un personaje decisivo que ronda los hogares
donde duermen los niños perdidos en los maizales.
Que suele pilotar un viejo stuka con el que cruza en vuelos rasantes
los campos de maíz cortando con las hélices
los cabellos de los niños perdidos.
Y los niños corren desesperados por el maizal
buscando un árbol, sólo un árbol-vagina-nido,
donde ocultarse de la hélice del stuka.
Pero para ellos la infancia, país misterioso, no tiene árboles,
no tiene árboles.
No era fácil encontrar una vagina.
No fue nada fácil dar contigo.
Aquella mañana incierta,
feliz y despreocupado,
conducía por la carretera de la montaña
clavando el acelerador en cada una de las curvas
con la precisión de un piloto de pruebas del túnel de los vientos.
Ah, mi conejita,
mi niña herbívora.
Recuerdo que durante el camino de regreso
jugué a imaginarte acurrucada
y en mi juego roías sin cesar una zanahoria cruda
con tus pequeños dientecitos perfectos
mientras yo recorría mis zonas favoritas de tu cuerpo
con un pincel que de cuando en cuando
humedecía en las papilas anaranjadas de tu lengua
y de cuando en cuando saltabas
para roerme la nariz
con tus perfectos dientecitos.
Sí, imaginaba que disputábamos por cualquier motivo inocente
como dos cachorros carnívoros
que en la niñez se ejercitan para la cacería de los adultos.
La niebla se convirtió en un mediodía brillante.
Por la carretera húmeda de labios el automóvil
se deslizaba como una esquiadora habilidosa
que sabe que su amado la espera al pie de la colina.
Sabio sabe que nadie le espera.
Sabio no maldice, sin embargo, su destino,
porque sabio sabe que todo sucede según su voluntad.
Sabio no entiende, sin embargo, tanto engaño snetimental
Atrás quedaba la carretera tortuosa, hagamos tópico,
el mes tortuoso de nuestra hibernación
cuando detuve el producto de Nawano
junto al cercado de piedras del hogar de los herbívoros.
Dije tu nombre en voz alta.
No respondías.
En el asiento trasero la soga
era una serpiente adánica
que se burlaba de mí con una sonrisa.
Te busqué por todas las habitaciones de la casa
y después por todas las habitaciones del bosque
y todas las habitaciones de los hoteles cercanos
y de los países cercanos
y de las galaxias lejanas de ti y de mi corazón hibernado.
Olfateé tu rastro de verduras y sexo
por todas las habitaciones que existen,
gasté todos mis billetes azules
en complicados viajes que duraron meses,
y no estabas, NO ESTABAS,
no estabas, no estabas.
Agoté las ruedas del magnífico invento japonés
detrás de ti, detrás de nada.
dejé mis señas a todas las personas del camino
por si daban contigo
en alguna cueva de osos o en las manos
de un gorila de veinticinco apartamentos de altura.
Y no estabas, no estabas, no estabas, no estabas en este maldito planeta,
pequeño como un puño,
este maldito planeta del que te fugaste con un alienígena
demasiado veloz para los ingenieros de Nawano.
Sabio sabe te has ido.
Ahora, la ciudad que habito como un extraño
abraza una ensenada en forma de anfiteatro.
Sobre la ciénaga de la ensenada se clavan
los cimientos de las factorías de hidrocarburos
que la niebla gris impide ver a la luz del día,
pero cuando anochece sobre la costa brotan miles de lámparas
que convierten la ciudad en un magnífico observatorio de fuego.
Es muy hermoso.
Pienso que detrás de cada una de las luces
hay operarios envueltos en niebla gris
que consagran su jornada a hacer que las luces no se apaguen.
Pienso que hay dos ojos clavados en cada llamita.
Y hoy, que vivo en la gran ciudad como un extraño,
recuerdo el viaje de ida y vuelta hasta el pueblo de las nieblas blancas
y pienso que no eres tú a quién perdí en el camino.
He concluido que tú nunca estabas.
que eras niebla blanca, gris,
que sólo estaba yo junto a los pensamientos sin miseria,
el vino viejo y las zanahorias de los dientes perfectos.
He concluido que tú-nada-niebla, no hiciste ningún acto heroico
para burlar la vulgaridad de los hombres-miseria,
que sólo yo he conseguido la salvación
gracias a ti y a pesar tuya.
Por ese motivo camino por las grandes avenidas de la ciudad de Paumanok
y silbo una canción de cuna que apacigua a los osos y a los gorilas,
y pienso que las luces de la ensenada me dictan
fielmente el camino que conduce hasta
la habitación donde vives.
Pero ya no te busco a ti, mi niña herbívora,
mi conejita mutilada,
conejita sin suerte,
no digo tu nombre en voz alta,
no traigo sandalias de cuero para tus tobillos desnudos,
he olvidado las líneas que formaban tu rostro,
a voluntad he olvidado los ángulos imprecisos de tu rostro.
Ahora sé que tu nombre carece de importancia.
Porque soy yo quien escribe al punto tus diálogos.
hasta el primer pueblo que aparecía en nuestro pequeño mapa de exploradores,
punto minúsculo en el verde del pantano donde
tú y yo
dejábamos morir los días
como si pudiéramos recuperarlos
a cambio de uno de nuestros viejos billetes azules.
La carretera subía hasta el acantilado
que aparecía fotografiado en el libro de visitas del hotel.
Luego se convertía en una cañada
por donde no había pastado un rebaño en doce siglos,
pero yo conducía un gran coche que,
según el ingeniero titular de la planta de Nawano,
había superado con inmejorables calificaciones
todas las pruebas del “túnel de los vientos”,
Japón, 13 de octubre de 1999.
Las piedras y loss fosos del camino eran impurezas delicadas.
Cuando llegué al pueblo-punto-minúsculo,
una ligera neblina cubría las calles como cubren
tus dedos mis ojos cuando quieres decirme alguna cosa obscena.
Temiendo desbaratarle el sueño a sus habitantes
con el rugido de los motores,
me detuve a las afueras del pueblecito y caminé dos kilómetros
con las manos guardadas en el abrigo.
Confirmadas mis suposiciones,
el lugar era un agujero de casas de adobe
donde malvivían doscientas personas
que se reproducían sin excesiva dedicación
y con evidentes inclinaciones hacia la endogamia,
había tantos desdentados.
Mi objetivo era conseguir a un precio razonable
algunos alimentos que nos permitieran
sobrevivir durante dos semanas más
en nuestro refugio de madera y sexo del pantano.
Allí vivíamos desde hacía un mes -un mes tortuoso-
como una pareja de animales felices y voraces
que ha recibido el encargo de regenerar su especie.
Recuerdo que entonces
tú
estabas firmemente decidida a no volver a probar
un bocado de carne que pudiese obstruir tus arterias y
yo
aplaudía la decisión porque había comprobado
que desde tu metamorfosis
el sabor de tus fluidos vaginales
había adquirido matices ciertamente deliciosos.
De manera que canjeé mi papel moneda
por una caja de ciruelas rojas,
apio, calabazas del terror, manzanas de lo evidente,
ajo, habas de la ignorancia, legumbres del ascetismo,
coles, uvas de la voluptuosidad, maíz de los niños perdidos
y cinco zanahorias para mi conejita.
Añadí una docena de botellas de vino,
un par de sandalias de cuero para tus tobillos desnudos
y una hermosa soga de esparto que utilicé
para asegurar las botellas en el asiento trasero del invento de Nawano,
y regresé al refugio conduciendo con amplios movimientos
por la carretera de la montaña.
Yo era feliz
porque pensaba que junto a ti
había conseguido eliminar una por una
todas las repulsivas miserias
que durante años hicieron de mis años
la miseria de los pensamientos.
Era feliz
porque pensaba que a tu lado
se habían desvanecido, como se desvaneció
la niebla de aquella mañana incierta,
los pensamientos miserables de los hombres-miseria.
Cuando llegué a ti, es decir, a nuestra reserva de animales herbívoros,
estaba muy cerca del extremo menos cortés de la locura.
Mis pensamientos, mis pensamientos miserables,
me habían conducido a absurdas teologías
acerca de la existencia, el amor y los productos de limpieza.
Los productos de limpieza -los libros y los narcóticos-
con los que abrillantaba mis zapatos y mi egoísmo.
Despiadado egoísmo.
Con las piezas sobrantes de la compasión
había construido un muro, un perfecto muro cúbico
que envolvía la miseria y la protegía de los rayos del sol,
de la niebla y de los brazos ajenos cargados de puños.
Como un niño o como un chimpancé aterido en el ártico,
aprendí a destilar del egoísmo las calorías y las palabras
necesarias para sobrevivir en el mundo corajudo
que años atrás creé a mi imagen y semejanza.
Aquel era mi refugio.
aquel era mi refugio,
entre las grandes avenidas superpobladas de la ciudad de paumanok.
En el refugio sobrevivía, pero no era feliz.
Me faltaban aplausos.
Me faltaban voces.
Verdades.
Juegos.
Alguien.
No es bueno que el espejo refracte una sola imagen.
Los espejos necesitan multitudes.
La unidad es un gorila ebrio que sacude sus grandes manos
sobre la vitrina de los tesoros de cristal.
Yo era sabio.
Y no era nada.
Porque no tenía reflejo.
Porque no tenía nadie.
Sabio sabía que necesitaba una vagina.
Un hombre necesita una vagina
a la que dar sus apellidos,
a la que colmar de atenciones,
una vagina-nido-refugio-reserva donde pasar las noches
cuando las cosas hostiles son hostiles
y la tormenta no cesa
porque no quiere dejar de existir sobre las cabezas humanas.
Una vagina a la que decirle voy a volver.
Una higiénica y bien perfumada.
Una donde guardar y guarecerse.
Porque una vagina salva al hombre de la locura.
Y la locura está muy cerca.
Sabio sabe que la locura es un personaje decisivo que ronda los hogares
donde duermen los niños perdidos en los maizales.
Que suele pilotar un viejo stuka con el que cruza en vuelos rasantes
los campos de maíz cortando con las hélices
los cabellos de los niños perdidos.
Y los niños corren desesperados por el maizal
buscando un árbol, sólo un árbol-vagina-nido,
donde ocultarse de la hélice del stuka.
Pero para ellos la infancia, país misterioso, no tiene árboles,
no tiene árboles.
No era fácil encontrar una vagina.
No fue nada fácil dar contigo.
Aquella mañana incierta,
feliz y despreocupado,
conducía por la carretera de la montaña
clavando el acelerador en cada una de las curvas
con la precisión de un piloto de pruebas del túnel de los vientos.
Ah, mi conejita,
mi niña herbívora.
Recuerdo que durante el camino de regreso
jugué a imaginarte acurrucada
y en mi juego roías sin cesar una zanahoria cruda
con tus pequeños dientecitos perfectos
mientras yo recorría mis zonas favoritas de tu cuerpo
con un pincel que de cuando en cuando
humedecía en las papilas anaranjadas de tu lengua
y de cuando en cuando saltabas
para roerme la nariz
con tus perfectos dientecitos.
Sí, imaginaba que disputábamos por cualquier motivo inocente
como dos cachorros carnívoros
que en la niñez se ejercitan para la cacería de los adultos.
La niebla se convirtió en un mediodía brillante.
Por la carretera húmeda de labios el automóvil
se deslizaba como una esquiadora habilidosa
que sabe que su amado la espera al pie de la colina.
Sabio sabe que nadie le espera.
Sabio no maldice, sin embargo, su destino,
porque sabio sabe que todo sucede según su voluntad.
Sabio no entiende, sin embargo, tanto engaño snetimental
Atrás quedaba la carretera tortuosa, hagamos tópico,
el mes tortuoso de nuestra hibernación
cuando detuve el producto de Nawano
junto al cercado de piedras del hogar de los herbívoros.
Dije tu nombre en voz alta.
No respondías.
En el asiento trasero la soga
era una serpiente adánica
que se burlaba de mí con una sonrisa.
Te busqué por todas las habitaciones de la casa
y después por todas las habitaciones del bosque
y todas las habitaciones de los hoteles cercanos
y de los países cercanos
y de las galaxias lejanas de ti y de mi corazón hibernado.
Olfateé tu rastro de verduras y sexo
por todas las habitaciones que existen,
gasté todos mis billetes azules
en complicados viajes que duraron meses,
y no estabas, NO ESTABAS,
no estabas, no estabas.
Agoté las ruedas del magnífico invento japonés
detrás de ti, detrás de nada.
dejé mis señas a todas las personas del camino
por si daban contigo
en alguna cueva de osos o en las manos
de un gorila de veinticinco apartamentos de altura.
Y no estabas, no estabas, no estabas, no estabas en este maldito planeta,
pequeño como un puño,
este maldito planeta del que te fugaste con un alienígena
demasiado veloz para los ingenieros de Nawano.
Sabio sabe te has ido.
Ahora, la ciudad que habito como un extraño
abraza una ensenada en forma de anfiteatro.
Sobre la ciénaga de la ensenada se clavan
los cimientos de las factorías de hidrocarburos
que la niebla gris impide ver a la luz del día,
pero cuando anochece sobre la costa brotan miles de lámparas
que convierten la ciudad en un magnífico observatorio de fuego.
Es muy hermoso.
Pienso que detrás de cada una de las luces
hay operarios envueltos en niebla gris
que consagran su jornada a hacer que las luces no se apaguen.
Pienso que hay dos ojos clavados en cada llamita.
Y hoy, que vivo en la gran ciudad como un extraño,
recuerdo el viaje de ida y vuelta hasta el pueblo de las nieblas blancas
y pienso que no eres tú a quién perdí en el camino.
He concluido que tú nunca estabas.
que eras niebla blanca, gris,
que sólo estaba yo junto a los pensamientos sin miseria,
el vino viejo y las zanahorias de los dientes perfectos.
He concluido que tú-nada-niebla, no hiciste ningún acto heroico
para burlar la vulgaridad de los hombres-miseria,
que sólo yo he conseguido la salvación
gracias a ti y a pesar tuya.
Por ese motivo camino por las grandes avenidas de la ciudad de Paumanok
y silbo una canción de cuna que apacigua a los osos y a los gorilas,
y pienso que las luces de la ensenada me dictan
fielmente el camino que conduce hasta
la habitación donde vives.
Pero ya no te busco a ti, mi niña herbívora,
mi conejita mutilada,
conejita sin suerte,
no digo tu nombre en voz alta,
no traigo sandalias de cuero para tus tobillos desnudos,
he olvidado las líneas que formaban tu rostro,
a voluntad he olvidado los ángulos imprecisos de tu rostro.
Ahora sé que tu nombre carece de importancia.
Porque soy yo quien escribe al punto tus diálogos.
domingo, octubre 14, 2007
Sucedió.
Cuatro semanas, y sucedió.
Antes, el miedo y el teléfono, las noticias. Ahora el miedo y las manos en la boca. Pronto, las nuevas distracciones, el fluir de cada cosa, los asuntos que ninguna importancia tienen y como cintas de casete se enredan en tus zapatos y te tuercen el cuello sólo hacia abajo y a lo pequeño. Nada más allá de lo pequeño, lo inmediato: es la supervivencia.
Pero el miedo, este miedo no puede transportarse durante mucho, no cabe dentro, no hay bolsillos ni órganos que lo acojan.
Nada de oscuro ni de sombra tiene. Está hecho entero de luz. De luz y rayo que atraviesa los cuerpos, como la pantalla fría en la que el pediatra me miraba los pulmones y un día dijo este niño tiene neumonía, y mi madre se alarmó tanto, y el médico le hizo un dibujo de mis pulmones en un sobre de las recetas, y no hace mucho, buscando fotos o un certificado o cualquier pamplina apareció el sobre en una caja llena de esos papeles que no se tiran nunca, las notas del colegio, el carné de la piscina, por qué nunca se tiran.
¿Ven? El único escudo es pensar en otra cosa. Diminuta, a ser posible, que nada diga, de nada serio hable.
Animales bobomierdas somos siempre hacia el futuro aunque el futuro sea un hueco, una falta, un alguien que se quedará sin ti.
Alguien que se quedará sin ti.
Cuatro semanas, y sucedió.
Antes, el miedo y el teléfono, las noticias. Ahora el miedo y las manos en la boca. Pronto, las nuevas distracciones, el fluir de cada cosa, los asuntos que ninguna importancia tienen y como cintas de casete se enredan en tus zapatos y te tuercen el cuello sólo hacia abajo y a lo pequeño. Nada más allá de lo pequeño, lo inmediato: es la supervivencia.
Pero el miedo, este miedo no puede transportarse durante mucho, no cabe dentro, no hay bolsillos ni órganos que lo acojan.
Nada de oscuro ni de sombra tiene. Está hecho entero de luz. De luz y rayo que atraviesa los cuerpos, como la pantalla fría en la que el pediatra me miraba los pulmones y un día dijo este niño tiene neumonía, y mi madre se alarmó tanto, y el médico le hizo un dibujo de mis pulmones en un sobre de las recetas, y no hace mucho, buscando fotos o un certificado o cualquier pamplina apareció el sobre en una caja llena de esos papeles que no se tiran nunca, las notas del colegio, el carné de la piscina, por qué nunca se tiran.
¿Ven? El único escudo es pensar en otra cosa. Diminuta, a ser posible, que nada diga, de nada serio hable.
Animales bobomierdas somos siempre hacia el futuro aunque el futuro sea un hueco, una falta, un alguien que se quedará sin ti.
Alguien que se quedará sin ti.
miércoles, octubre 10, 2007
“Un observador que esté sentado en una playa puede adivinar con bastante certeza cuál de las olas que rompe en la arena ante sus ojos ha sido originada por un viento próximo a la costa o por una tormenta lejana. Las olas jóvenes tienen esa forma escarpada; incluso en alta mar, desde lejos, al mirar hacia el horizonte, las podemos ver formando cabrilllas a medida que se aproximan; manchas de espuma ruedan por su cresta y bullen y burbujean sobre su parte anterior. Pero si una ola, al llegar al rompiente, se hace más alta, como si reuniese toda su fuerza para el espectacular término de su vida, si se forma la cresta a lo largo de todo su frente y después empieza a rizarse hacia delante, si toda la masa de agua se derrumba de pronto con repentino estruendo, entonces podemos asegurar que estas olas son viajeras que, desde regiones lejanas del océano, han hecho una larga jornada antes de deshacerse a nuestros pies.”
El mar que nos rodea
Rachel Carson
Me contengo y supero la tentación de espiritualizar esta bobería que tanto me entretiene, a pesar de que Carson (Destino, 2007) me dé suficientes motivos para mantener mi altarcito zen lleno de inciensos y campanas doradas:
“Cuando los animales invadieron los continentes e iniciaron su vida terrestre, llevaron con ellos algo del mar en el seno de sus cuerpos, herencia que transmitieron a sus hijos, y que aún hoy enlaza a los animales con sus remotos orígenes en los antiguos mares. [...] Llevamos en nuestras venas la corriente salina de nuestra sangre, en la cual el sodio, el potasio y el calcio se hallan en proporciones muy semejantes a las que existen en el agua del mar. [...] Así como la vida empezó en el mar, cada uno de nosotros inicia la suya en el pequeño océano del útero materno, y en las etapas de su desarrollo embrionario se repiten las etapas evolutivas que su especie siguió durante su evolución filogenética.”
Una última hermosura, comparable a eso de las olas viajeras que nacen miles de kilómetros antes de que yo las vea sobre la lengua de piedra de esta playa: plancton, acabo de descubrirlo, significa vagar.
El mar que nos rodea
Rachel Carson
Me contengo y supero la tentación de espiritualizar esta bobería que tanto me entretiene, a pesar de que Carson (Destino, 2007) me dé suficientes motivos para mantener mi altarcito zen lleno de inciensos y campanas doradas:
“Cuando los animales invadieron los continentes e iniciaron su vida terrestre, llevaron con ellos algo del mar en el seno de sus cuerpos, herencia que transmitieron a sus hijos, y que aún hoy enlaza a los animales con sus remotos orígenes en los antiguos mares. [...] Llevamos en nuestras venas la corriente salina de nuestra sangre, en la cual el sodio, el potasio y el calcio se hallan en proporciones muy semejantes a las que existen en el agua del mar. [...] Así como la vida empezó en el mar, cada uno de nosotros inicia la suya en el pequeño océano del útero materno, y en las etapas de su desarrollo embrionario se repiten las etapas evolutivas que su especie siguió durante su evolución filogenética.”
Una última hermosura, comparable a eso de las olas viajeras que nacen miles de kilómetros antes de que yo las vea sobre la lengua de piedra de esta playa: plancton, acabo de descubrirlo, significa vagar.
lunes, octubre 08, 2007
Últimamente no hay modo, es la peste. Salgo apurado del trabajo y espero encontrarme NADIE en el agua, pero ya me tomaron ventaja los de las furgonetas, malditos vividores, y pusieron sus quillas sobre el mejor pico, colonizándolo. Hay que sacar el codo y remar fuerte para hacerte con una esquinita que lleve a los grises caminos, ay, pero tampoco en esto te puedes permitir ser elitista, recuérdalo, el buen ciudadano debe compartir los públicos bienes, azules, verdes o grises. Incluso con los seminazis americanos de la base.
Nublado, hoy, buenas derechas. Los niños escuchan y cumplen con su parte, ella ha vuelto, la marejada continúa. Ah.
domingo, octubre 07, 2007
sábado, octubre 06, 2007
La dejé en casa de sus padres con una bolsa para varios días; luego conduje de vuelta. En R3 sonaba música de Preisner. Recordé aquella escena de Blanco, la de la cabina. La misma desolación, el mismo nadaquehacer pero con asuntos tan distintos. Era la música de Preisner, claro, no mis pensamientos quien recordaba y pensaba y se sentía de ese modo.
En la bolsa lleva una blusa negra que recogí del tendedero este mediodía. Cuando vuelva ya se la habrá puesto, y yo la lavaré aparte y la guardaré enseguida.
Esta mañana estuve en una playa distinta. Hacía calor de verano, había chicas de verano y alemanes e ingleses de verano. Apenas entraba medio metro pero azul y sin viento, suficiente. Surforecast me da palmadas en el hombro para mañana. Madrugaré y me daré un baño antes de llamarla para que me diga que todo sigue igual, que puede ser largo, que durmió tranquila, ella también.
O no. O quizá mientras escribo esta tontería ya haya ocurrido. En su casa habrá lágrimas y frases combadas. No hará falta ir al hospital porque en el hospital ya le dijeron que allí no hacía nada, que mejor en casa. Será rápido. Iremos a misa, era creyente. Miraremos a los niños con infinita compasión, nadie se acercará a ellos, a todos nos parecerá oír música de Preisner.
Ella se quedará unos días con sus padres. Yo saldré tarde del trabajo, cocinaré cualquier cosa para mí, veré mucho la televisión, me iré pronto a la cama.
En la bolsa lleva una blusa negra que recogí del tendedero este mediodía. Cuando vuelva ya se la habrá puesto, y yo la lavaré aparte y la guardaré enseguida.
Esta mañana estuve en una playa distinta. Hacía calor de verano, había chicas de verano y alemanes e ingleses de verano. Apenas entraba medio metro pero azul y sin viento, suficiente. Surforecast me da palmadas en el hombro para mañana. Madrugaré y me daré un baño antes de llamarla para que me diga que todo sigue igual, que puede ser largo, que durmió tranquila, ella también.
O no. O quizá mientras escribo esta tontería ya haya ocurrido. En su casa habrá lágrimas y frases combadas. No hará falta ir al hospital porque en el hospital ya le dijeron que allí no hacía nada, que mejor en casa. Será rápido. Iremos a misa, era creyente. Miraremos a los niños con infinita compasión, nadie se acercará a ellos, a todos nos parecerá oír música de Preisner.
Ella se quedará unos días con sus padres. Yo saldré tarde del trabajo, cocinaré cualquier cosa para mí, veré mucho la televisión, me iré pronto a la cama.
viernes, octubre 05, 2007
miércoles, octubre 03, 2007
novela de bolsillo
Diez de marzo de 1989. Pienso en todo lo que he perdido. En los años duros. Los buenos años de la abundancia y las percepciones. Mi dormitorio conserva su figura en la humedad de las paredes; como una cámara mortuoria que guarda el espíritu del príncipe caído.
PERSONAJES PARA UNA NARRACIÓN:
Ellateama. Piensa: su amor te salvará de los espectros; ha venido a espantarte bichos de la cabeza; eso debería bsatar para que seas feliz. Mujer-sumidero donde tus pensamientos (esos que pensabas que tenías) se escurren a mechones. Tengan piedad con ella, porque se cree todo lo que dice, y no hay mayor flagelo, no hay.
El racionalista. Conviene alejarse de ella, piensa, es una comediante o una alienígena, no es humana tanta ingenuidad. Sobrevivir, sobrevivir y dejar atrás la piel que te sobra. Tomar de ella sólo el primer manojo, el más fácil de recoger. Cada quince años el cuerpo se renueva por entero, mueren todas las células y otras viven por un plazo similar. Nada permanece, nos hacemos nuevos a cada tanto.
El descuartizador de la tortuga. Toma decisiones gravísimas que nunca acomete. Soledad, mucha pornografía, terror cuando es de noche y lejos zumba una luz que no se apaga y piensa que Ellateama no está contigo. Morbimortalidad.
El pusilánime. Nada entiende, a nada se atreve, le gustaría ser el racionalista o el descuartizador de la tortuga, le gustaría vivir en algún sitio donde a nadie temiera ni nadie le asustara en una esquina ni le pusieran ranas en los bolsillos.
Daniela es tan joven, tan joven, ama al pusilánime pero sabe que Ellateama lo convirtió en una cuenta de su collar y el nudo de infrasentimientos está demasiado apretado como para que ella, con sus manitas de niña débil, pueda deshacerlo, no sabe, no sabe que sobraría con desabrochar un poco más esa blusa delicada.
La cabeza de la tortuga rodó a sus pies. Detrás de los gruesos cristales de la oficina aún no había amanecido. Quiso romper el caparazón de un golpe seco; las mamparas de poliuretano repitieron el estruendo de la coraza al percutir contra el escritorio.
Cuando yo me vaya, quién sabe si lamentará mi pérdida –el niño cruel imagina su funeral y pasa revista a las lágrimas de los invitados-. Marcharme, ahumar mis papeles y sacar del armario el abrigo gris y ahuyentar al habitante que lo ocupa mientras duermo. Pero antes, antes tengo que cumplir con mi parte en todo este asunto....
El efecto narrativo de esto es eh-evidente: el hombre, confesados sus frecuentes falseamientos, admite también un Antonio falseado y por tanto la existencia de esa narración construida sobre otras narraciones es… um. Pero esto solo hace reforzar el topic de la narración, la necesidad ontológica de construir una historia contra la aniquilación del tiempo. ¿No?
Queridísimo diario. Es pronto aún... Apenas ha anochecido. Bien bien bien, empecemos de nuevo. Un saltito y alehooop. Capítulo primero.
NOTA: EN ESTE CAPÍTULO SE HABLA DE ANTONIO Y DE CÓMO LO CONOCIÓ EN AQUELLA REUNIÓN EN LA QUE NO ESTABA INVITADO, Y QUEDÓ FASCINADO POR SU-SU ARROGANCIA.
La aparición de esos rostros en la multitud; pétalos de una rama negra y húmeda.
Ø Kuoni. Kuoni es el lugar que insistentemente aparece en los anuncios durante el invierno. Playas paradisíacas y templos budistas, atolones, islas circulares llenas de dioses capturados vivos – ¡vivos aún!, qué delicia - > Sé que es invierno por los anuncios de las agencias de viajes.
Ø Escena final: las kookäi o kolkaäi, niñas-hadas, humanoides, purísimas actrices que ríen y lloran a voluntad, fábricas de.
Soy un hombre viejo. Y sobre mí han pasado con inevitable crueldad años y acontecimientos que no he vivido, de los que solo fui el invitado que siempre apura el último vaso cuando los anfitriones
anfitrionesmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm
Escena: una noche, acercándonos al desenlace, un helicóptero se detiene junto a la ventana como un insecto prehistórico y alumbra-inunda el dormitorio con los potentes reflectores.
- CLAVE: dramatizado todo el amor no por lo que vale sino por la necesidad vital de crear una historia. Convertir la vida en una historia digna de ser contada, y por eso se exageran las sensaciones como si se hiciera cibernéticamente, sólo para perdurar y ser sublime sin interrupción. Esa verdad la descubren Antonio y el hombre de la tortuga desde su refugio exterior, deciden construir el relato con todos sus instrumentos y viven la vida danzando y con cascabeles, vestidos con camisas blancas, egoístas, aristocráticos, desprendidos, despreocupados. Esa verdad no la descubren, sin embargo, el viejo, el joven perdido y las mujeres, mundanas, vitales (¿misoginia, yo?), quizá porque nunca lo necesitaron –salvo la vaca. Ah, la vaca.
Entonces.
PERSONAJES PARA UNA NARRACIÓN:
Ellateama. Piensa: su amor te salvará de los espectros; ha venido a espantarte bichos de la cabeza; eso debería bsatar para que seas feliz. Mujer-sumidero donde tus pensamientos (esos que pensabas que tenías) se escurren a mechones. Tengan piedad con ella, porque se cree todo lo que dice, y no hay mayor flagelo, no hay.
El racionalista. Conviene alejarse de ella, piensa, es una comediante o una alienígena, no es humana tanta ingenuidad. Sobrevivir, sobrevivir y dejar atrás la piel que te sobra. Tomar de ella sólo el primer manojo, el más fácil de recoger. Cada quince años el cuerpo se renueva por entero, mueren todas las células y otras viven por un plazo similar. Nada permanece, nos hacemos nuevos a cada tanto.
El descuartizador de la tortuga. Toma decisiones gravísimas que nunca acomete. Soledad, mucha pornografía, terror cuando es de noche y lejos zumba una luz que no se apaga y piensa que Ellateama no está contigo. Morbimortalidad.
El pusilánime. Nada entiende, a nada se atreve, le gustaría ser el racionalista o el descuartizador de la tortuga, le gustaría vivir en algún sitio donde a nadie temiera ni nadie le asustara en una esquina ni le pusieran ranas en los bolsillos.
Daniela es tan joven, tan joven, ama al pusilánime pero sabe que Ellateama lo convirtió en una cuenta de su collar y el nudo de infrasentimientos está demasiado apretado como para que ella, con sus manitas de niña débil, pueda deshacerlo, no sabe, no sabe que sobraría con desabrochar un poco más esa blusa delicada.
La cabeza de la tortuga rodó a sus pies. Detrás de los gruesos cristales de la oficina aún no había amanecido. Quiso romper el caparazón de un golpe seco; las mamparas de poliuretano repitieron el estruendo de la coraza al percutir contra el escritorio.
Cuando yo me vaya, quién sabe si lamentará mi pérdida –el niño cruel imagina su funeral y pasa revista a las lágrimas de los invitados-. Marcharme, ahumar mis papeles y sacar del armario el abrigo gris y ahuyentar al habitante que lo ocupa mientras duermo. Pero antes, antes tengo que cumplir con mi parte en todo este asunto....
El efecto narrativo de esto es eh-evidente: el hombre, confesados sus frecuentes falseamientos, admite también un Antonio falseado y por tanto la existencia de esa narración construida sobre otras narraciones es… um. Pero esto solo hace reforzar el topic de la narración, la necesidad ontológica de construir una historia contra la aniquilación del tiempo. ¿No?
Queridísimo diario. Es pronto aún... Apenas ha anochecido. Bien bien bien, empecemos de nuevo. Un saltito y alehooop. Capítulo primero.
NOTA: EN ESTE CAPÍTULO SE HABLA DE ANTONIO Y DE CÓMO LO CONOCIÓ EN AQUELLA REUNIÓN EN LA QUE NO ESTABA INVITADO, Y QUEDÓ FASCINADO POR SU-SU ARROGANCIA.
La aparición de esos rostros en la multitud; pétalos de una rama negra y húmeda.
Ø Kuoni. Kuoni es el lugar que insistentemente aparece en los anuncios durante el invierno. Playas paradisíacas y templos budistas, atolones, islas circulares llenas de dioses capturados vivos – ¡vivos aún!, qué delicia - > Sé que es invierno por los anuncios de las agencias de viajes.
Ø Escena final: las kookäi o kolkaäi, niñas-hadas, humanoides, purísimas actrices que ríen y lloran a voluntad, fábricas de.
Soy un hombre viejo. Y sobre mí han pasado con inevitable crueldad años y acontecimientos que no he vivido, de los que solo fui el invitado que siempre apura el último vaso cuando los anfitriones
anfitrionesmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm
Escena: una noche, acercándonos al desenlace, un helicóptero se detiene junto a la ventana como un insecto prehistórico y alumbra-inunda el dormitorio con los potentes reflectores.
- CLAVE: dramatizado todo el amor no por lo que vale sino por la necesidad vital de crear una historia. Convertir la vida en una historia digna de ser contada, y por eso se exageran las sensaciones como si se hiciera cibernéticamente, sólo para perdurar y ser sublime sin interrupción. Esa verdad la descubren Antonio y el hombre de la tortuga desde su refugio exterior, deciden construir el relato con todos sus instrumentos y viven la vida danzando y con cascabeles, vestidos con camisas blancas, egoístas, aristocráticos, desprendidos, despreocupados. Esa verdad no la descubren, sin embargo, el viejo, el joven perdido y las mujeres, mundanas, vitales (¿misoginia, yo?), quizá porque nunca lo necesitaron –salvo la vaca. Ah, la vaca.
Entonces.
martes, octubre 02, 2007
Te vas a arrepentir, dice la vocecita. Te vas a arrepentir.
El pequeño católico que habita dentro de mí no ha dejado de murmurar en todo el viaje. El pequeño católico dice
Estás perdido.
Y no quiero decir confuso ni desorientado
ni en un cruce ignoto de caminos,
sino fulminado, yerto ya,
inerte aun vivo aún.
¿Eso es todo?, pregunté. Y en la habitación más desolada de la casa que compartíamos, Ellaenemiga, en lugar de peinarme con los dedos y decirme mi niño o desabrocharse un corchete, blandió dos ojos nuevos y una sonrisa de confirmación.
Eso es todo. Así que recoge tus cosas y te vas. O quédate hasta que encuentres algún sitio. Pero encuéntralo pronto, mi amor, porque todo termina, ¿verdad?, todo tiene un final. Lo aprendemos en las películas. Desde chicos nos adiestran como a cachorritos para no llorar demasiado cuando ocurre.
Si ninguna palabra va a producir un efecto,
si nadie oye lo que digo en esta cabina,
si las líneas punteadas que hay al final
del manual del conductor son justas,
están contadas, me dicen lo que puedo llegar a decir,
si eso es lo estipulado
voy a devorar mi ración de antimateria
Yo, nadificado, nidificado en la nada.
El pequeño católico vuelve a sonreír. Ha entendido que seremos castigados del algún modo, así que no importa que mis ojos se llenen de pornografía y cromos infantiles. Porque el castigo garantiza que nada fue en vano.
El ingrato no entiende, no consigo hacerle entender, que nada tiene efecto.
Pero yo sí lo entiendo.
Por eso oculto al pequeño católico bajo otro sedimento de autocompasión. Bien a mano, no obstante, para cuando lo necesite.
Las noches serán frías allá adonde voy, los pensamientos chiflarán como chicharras, y a fin de cuentas ha sido un compañero leal todos estos años.
El pequeño católico que habita dentro de mí no ha dejado de murmurar en todo el viaje. El pequeño católico dice
Estás perdido.
Y no quiero decir confuso ni desorientado
ni en un cruce ignoto de caminos,
sino fulminado, yerto ya,
inerte aun vivo aún.
¿Eso es todo?, pregunté. Y en la habitación más desolada de la casa que compartíamos, Ellaenemiga, en lugar de peinarme con los dedos y decirme mi niño o desabrocharse un corchete, blandió dos ojos nuevos y una sonrisa de confirmación.
Eso es todo. Así que recoge tus cosas y te vas. O quédate hasta que encuentres algún sitio. Pero encuéntralo pronto, mi amor, porque todo termina, ¿verdad?, todo tiene un final. Lo aprendemos en las películas. Desde chicos nos adiestran como a cachorritos para no llorar demasiado cuando ocurre.
La celdita comenzó a apretar sus paredes en torno a mí. Yo clavé las uñas en las baldosas y comencé a escarbar y escarbar hasta que aparecieron huesos humanos, ánforas, exvotos funerarios, inscripciones, y, detrás, estratos de geológicas edades, y más allá planchas de magma, hierro líquido, centellas. Sentado en el centro de todo, donde no se oyen sus pisadas alejándose ni la cisterna ni las palmas de sus pies pegadas a las losas del baño, pude dejarme de comedias y despanzurrarme a gusto en la nada y entender que incluso Ellaenemiga es apenas un grano de nada y no el vórtice, la causante de ningún microuniverso frente a todas las cosas horribles que a diario muele la televisión. Porque cada vida es nada. Y nada es crucial.
Y por eso, embobarse con las cremalleras que de izquierda a derecha corren y descorren la playa es tan sublime como hacer sonar los címbalos sacrificiales alrededor de un sembrado de habas hasta que te sangren los dedos.
Y por eso, embobarse con las cremalleras que de izquierda a derecha corren y descorren la playa es tan sublime como hacer sonar los címbalos sacrificiales alrededor de un sembrado de habas hasta que te sangren los dedos.
Si ninguna palabra va a producir un efecto,
si nadie oye lo que digo en esta cabina,
si las líneas punteadas que hay al final
del manual del conductor son justas,
están contadas, me dicen lo que puedo llegar a decir,
si eso es lo estipulado
voy a devorar mi ración de antimateria
antes de desaparecer.
Yo, nadificado, nidificado en la nada.
El pequeño católico vuelve a sonreír. Ha entendido que seremos castigados del algún modo, así que no importa que mis ojos se llenen de pornografía y cromos infantiles. Porque el castigo garantiza que nada fue en vano.
El ingrato no entiende, no consigo hacerle entender, que nada tiene efecto.
Pero yo sí lo entiendo.
Por eso oculto al pequeño católico bajo otro sedimento de autocompasión. Bien a mano, no obstante, para cuando lo necesite.
Las noches serán frías allá adonde voy, los pensamientos chiflarán como chicharras, y a fin de cuentas ha sido un compañero leal todos estos años.
domingo, septiembre 30, 2007
Noche de estreno del texto de tanto augurio.
Último objeto de la apoteosis:
una handycam enfoca
un terrario con tortuguitas.
En la pantalla sus figuras caminan
con sabia demora
como actores de kabuki.
Luz de sala y ovación,
los abrigos sobre el respaldo, plas-plas,
las sonrisas de alcance y simpatía,
todo tenía tanto significado.
El joven dramaturgo, conmovido,
se atreve a salir a escena,
trastabilla
y cae,
rompiéndose la crisma
contra el terrario.
La handycam,
olvidada en el suelo,
reproduce sus inertes pupilas,
que se cierran
como pequeños telones
de un teatro esférico y privado.
Último objeto de la apoteosis:
una handycam enfoca
un terrario con tortuguitas.
En la pantalla sus figuras caminan
con sabia demora
como actores de kabuki.
Luz de sala y ovación,
los abrigos sobre el respaldo, plas-plas,
las sonrisas de alcance y simpatía,
todo tenía tanto significado.
El joven dramaturgo, conmovido,
se atreve a salir a escena,
trastabilla
y cae,
rompiéndose la crisma
contra el terrario.
La handycam,
olvidada en el suelo,
reproduce sus inertes pupilas,
que se cierran
como pequeños telones
de un teatro esférico y privado.
viernes, septiembre 28, 2007
"La primera impresión al volver a Lúzaro fue un gran asombro al ver lo insignificante de los muelles de la ciudad, del río. ¡Me parecía tan pequeño, tan desierto, tan triste! Me había figurado grande la entrada del puerto; hermoso, el río; anchos, los muelles, y al verlos quedé asombrado; me parecieron de juguete.
-No vale la pena vivir aquí -me dije al llegar.
Y ahora, ¡absurdo cambio de opinión!, me digo muchas veces:
-No vale la pena vivir fuera de aquí.
Hace un mes no quería pensar en quedarme en Lúzaro; me parecía una locura cambiar esas horas de indolencia y ensueño de los días de navegación, por la vida de un pueblecillo triste, aburrido, lleno de preocupaciones y de mezquindades. Ahora me espanta la idea de volver a mi barco, de hundirme en el ajetreo continuo del acontecimiento.
[...]
No sé por qué parecen llenas de magia melancólica las cosas pasadas; no se lo explica uno bien; se recuerda claramente que en aquellos días no era uno feliz, que tenía uno sus inquietudes y sus penas, y, sin embargo, parece que el sol de entonces debía brillar más, y el cielo tener un azul más puro y más espléndido.
Uno quisiera que las personas y las cosas relacionadas con nuestros recuerdos fueran eternas; pero nuestra existencia no representa nada en la corriente tumultuosa de los acontecimientos. Allí teníamos un amigo..., en aquel rincón fuimos felices..., nuestra felicidad o nuestra amistad tienen poca importancia. Siento, al pensar en esto, un profundo terror, como si la vida se me escapara en un momento de desmayo.
La inanidad de las cosas me conturba; la esperanza me falta. "
Baroja- Las inquietudes de Shanti Andía
Le encuentro tantas esquinitas a este libro, alveolos de otras ideas y otros autores, como si ese camelo de que la literatura es un fluido alimentado de voces ajenas fuera a parecerme cierto a estas alturas. A veces parece que leo Woolf y no a Baroja, otras a Conrad, siempre con la sensación de que estuviera traducido, de que pasó el cedazo neutral del no-estilo de los traductores, yo me entiendo.
Y luego las premoniciones, las manotadas de ideas que Baroja y Andía esparcen como mikados sobre el escritorio:
"Las dos chiquillas charlaban haciendo monerías y gestos expresivos. Dolorcitas, a pesar de ser hija de vascongados, era tan aguda y tan redicha como una gaditana.
Después de María Jesús, que solía llegar la primera, venían a la casa otras chicas y chicos de la misma edad. Entonces yo me sumía en el mutismo; ¿para qué hablar, si por cada palabra mía ellos soltaban diez o doce?
Dicen que un nuevo idioma es una nueva alma, y hay algo de verdad en esto; yo comprendía, al oír a aquellos muchachos, que no sólo no sabía el castellano, sino que mi alma era distinta a la suya. Yo me sentía otra cosa, pero no tenía el valor ni la fuerza para creer que mi espíritu, más concentrado y más sobrio, valía tanto como el de ellos, todo expansión, palabras y muecas. Mi humildad me inducía a creerme un salvaje entre civilizados."
Me reconcilio con las vacilaciones de El árbol de la ciencia, manual acerca de como no usar las preposiciones, me puede la primera persona, se me pegan las páginas a las manos. Una porción de años después (1921), Wittgenstein convirtió esta cosa sencilla y certera acerca del idioma en una flamante teoría que le dio siete vueltas al mundo.
Baroja, el pequeño escritor calvo, feo y torpe, que apenas se sabía dos trucos y escribió setenta novelas.
-No vale la pena vivir aquí -me dije al llegar.
Y ahora, ¡absurdo cambio de opinión!, me digo muchas veces:
-No vale la pena vivir fuera de aquí.
Hace un mes no quería pensar en quedarme en Lúzaro; me parecía una locura cambiar esas horas de indolencia y ensueño de los días de navegación, por la vida de un pueblecillo triste, aburrido, lleno de preocupaciones y de mezquindades. Ahora me espanta la idea de volver a mi barco, de hundirme en el ajetreo continuo del acontecimiento.
[...]
No sé por qué parecen llenas de magia melancólica las cosas pasadas; no se lo explica uno bien; se recuerda claramente que en aquellos días no era uno feliz, que tenía uno sus inquietudes y sus penas, y, sin embargo, parece que el sol de entonces debía brillar más, y el cielo tener un azul más puro y más espléndido.
Uno quisiera que las personas y las cosas relacionadas con nuestros recuerdos fueran eternas; pero nuestra existencia no representa nada en la corriente tumultuosa de los acontecimientos. Allí teníamos un amigo..., en aquel rincón fuimos felices..., nuestra felicidad o nuestra amistad tienen poca importancia. Siento, al pensar en esto, un profundo terror, como si la vida se me escapara en un momento de desmayo.
La inanidad de las cosas me conturba; la esperanza me falta. "
Baroja- Las inquietudes de Shanti Andía
Le encuentro tantas esquinitas a este libro, alveolos de otras ideas y otros autores, como si ese camelo de que la literatura es un fluido alimentado de voces ajenas fuera a parecerme cierto a estas alturas. A veces parece que leo Woolf y no a Baroja, otras a Conrad, siempre con la sensación de que estuviera traducido, de que pasó el cedazo neutral del no-estilo de los traductores, yo me entiendo.
Y luego las premoniciones, las manotadas de ideas que Baroja y Andía esparcen como mikados sobre el escritorio:
"Las dos chiquillas charlaban haciendo monerías y gestos expresivos. Dolorcitas, a pesar de ser hija de vascongados, era tan aguda y tan redicha como una gaditana.
Después de María Jesús, que solía llegar la primera, venían a la casa otras chicas y chicos de la misma edad. Entonces yo me sumía en el mutismo; ¿para qué hablar, si por cada palabra mía ellos soltaban diez o doce?
Dicen que un nuevo idioma es una nueva alma, y hay algo de verdad en esto; yo comprendía, al oír a aquellos muchachos, que no sólo no sabía el castellano, sino que mi alma era distinta a la suya. Yo me sentía otra cosa, pero no tenía el valor ni la fuerza para creer que mi espíritu, más concentrado y más sobrio, valía tanto como el de ellos, todo expansión, palabras y muecas. Mi humildad me inducía a creerme un salvaje entre civilizados."
Me reconcilio con las vacilaciones de El árbol de la ciencia, manual acerca de como no usar las preposiciones, me puede la primera persona, se me pegan las páginas a las manos. Una porción de años después (1921), Wittgenstein convirtió esta cosa sencilla y certera acerca del idioma en una flamante teoría que le dio siete vueltas al mundo.
Baroja, el pequeño escritor calvo, feo y torpe, que apenas se sabía dos trucos y escribió setenta novelas.
jueves, septiembre 27, 2007
Sosegados mis asuntos, me entretengo con cosas sin importancia ahora que todo es distinto y radiante y nada parece tan severo. En la playa hay apenas un palmo de verde haciendo espuma, soy un niño, juego, busco pececitos, contemplo las ortigas de mar que se inflan como pequeños pulmones a mis pies y rebullen y escapan de mí. Luego vaciamos una botella, hacemos planes, buscamos un vuelo porque no hay péndulo ninguno sobre nosotros. Yo quiero volver a Londres, sentirme enano delante del friso de Asurbanipal, salir en el descanso -cuando sacan los helados- a la terraza del NT y que en la orilla noble brillen luces azules y naranjas. Volver a Londres, un par de años, quizá.
Y escribir.
Cualquier cosa. Pero del otro lado.
Sin esa conjetura-bifurcación que tan cerca estuvo de empujarnos hacia dónde.
Y escribir.
Cualquier cosa. Pero del otro lado.
Sin esa conjetura-bifurcación que tan cerca estuvo de empujarnos hacia dónde.
miércoles, septiembre 26, 2007
lunes, septiembre 24, 2007
Para pensar en otra cosa sirve la playa, ya vacía, y la desembocadura y las dunas. Y el viento en Itaparica. No me gusta hablar de allí puse una chincheta, allí gané una medalla, he conocido tantos lugares, no me gusta. Pero para pensar en otra cosa, vale. Es sólo una historia, al fin y al cabo.
Subimos a bordo o como se diga porque no había otra, y una vez pasado el rompeolas el mar comenzó a darle manotazos como si le tuviera rabia, al barquito y a nosotros, que si no nos agarrábamos bien fuerte a las guías nos íbamos derechitos al agua, fijo.
La olas limpiaban la cubierta como si baldearan. Al fondo, en la popa o como se diga, unos muchachos se reían a carcajadas, desafiando. Había pocos turistas, y todos estábamos blanquiverdes, pero eso era normal. Peor fue cuando ellos también juntaron la ceja y si no se les fue el color sería por lo evidente pero alguno hubo que comenzó a apretar la mandíbula y a cagarse en la madre de los muchachos de popa que le daban a la cachaza y, yo creo que estaban de despedida de soltero, se hacían los bravucones como piratas, como verdaderos piratas sin camisa y mira que se puso a llover, y pelaba la rasca, pelaba.
No corría un alma en el manglar. Doblada por el viento y cercada por un muro de arrecife, la playa era una llanura vacía. A la derecha había un bosque sucio. A la izquierda, un club de vacaciones, lejos, detrás de un caño de residuos, de donde venía música en español.
Bahía, enfrente y en la bruma, parecía un anuncio de Bahía.
Hacía calor, paseamos, reímos, leí Herzog, en el tinglado tomamos sopa de cangrejo y cerveza y pescado frito.
Una iglesia, detrás, se caía de tan negra y hueca como estaba.
Nos reíamos, paseamos, veíamos temblar las hojas.
Pero de pronto se puso oscuro allá sobre Bahía, una nube como un pañuelo justo sobre los edificios, y debía de estar lloviendo y dijimos mejor volver por si empeora pero ni nos dio tiempo a llegar al embarcadero, ya se cubrió toda la ensenada que antes parecía un laguito donde mojar los pies y ahora tenía valles y colinas, soplando tan seguido, tan seguido que el barco hundía la cabeza y metía la proa en un valle y sacaba barriga sobre una colina, el barco único y pequeño que llevaba de vuelta.
Hacía calor, paseamos, reímos, leí Herzog, en el tinglado tomamos sopa de cangrejo y cerveza y pescado frito.
Una iglesia, detrás, se caía de tan negra y hueca como estaba.
Nos reíamos, paseamos, veíamos temblar las hojas.
Pero de pronto se puso oscuro allá sobre Bahía, una nube como un pañuelo justo sobre los edificios, y debía de estar lloviendo y dijimos mejor volver por si empeora pero ni nos dio tiempo a llegar al embarcadero, ya se cubrió toda la ensenada que antes parecía un laguito donde mojar los pies y ahora tenía valles y colinas, soplando tan seguido, tan seguido que el barco hundía la cabeza y metía la proa en un valle y sacaba barriga sobre una colina, el barco único y pequeño que llevaba de vuelta.
La olas limpiaban la cubierta como si baldearan. Al fondo, en la popa o como se diga, unos muchachos se reían a carcajadas, desafiando. Había pocos turistas, y todos estábamos blanquiverdes, pero eso era normal. Peor fue cuando ellos también juntaron la ceja y si no se les fue el color sería por lo evidente pero alguno hubo que comenzó a apretar la mandíbula y a cagarse en la madre de los muchachos de popa que le daban a la cachaza y, yo creo que estaban de despedida de soltero, se hacían los bravucones como piratas, como verdaderos piratas sin camisa y mira que se puso a llover, y pelaba la rasca, pelaba.
Al lado había un niño con cara de niña.
Su papá lo tenía bien cogido de la mano y parecía que eso le quitaba el miedo pero no el frío, que se le metía dentro cada vez que en un bandazo el barco viraba y se bebía medio océano de un trago.
Uno de nosotros, yo no, se quitó la chaqueta y se la puso, y antes de sonreír el niño que parecía una niña miró a su papá como buscando conformidad.
Ya abrigadito, aguantó hasta el final tiritando un poco menos. Los que temblábamos de verdad éramos nosotros porque el camino se estiraba y las andanadas eran cada vez más gruesas, hasta que sin darnos cuenta el barco giro un tanto y entró en el refugio de un brazo de cemento que llevaba derecho hasta el puerto, uf. Al bajarnos, el papá del niño con cara de niña nos estrechó la mano y nos deseó buena suerte. Llovía la de Dios, como si no fuera a para nunca, en Bahía, qué nombre tienen algunos lugares, así, sin determinantes.
Uno de nosotros, yo no, se quitó la chaqueta y se la puso, y antes de sonreír el niño que parecía una niña miró a su papá como buscando conformidad.
Ya abrigadito, aguantó hasta el final tiritando un poco menos. Los que temblábamos de verdad éramos nosotros porque el camino se estiraba y las andanadas eran cada vez más gruesas, hasta que sin darnos cuenta el barco giro un tanto y entró en el refugio de un brazo de cemento que llevaba derecho hasta el puerto, uf. Al bajarnos, el papá del niño con cara de niña nos estrechó la mano y nos deseó buena suerte. Llovía la de Dios, como si no fuera a para nunca, en Bahía, qué nombre tienen algunos lugares, así, sin determinantes.
Para pensar en otra cosa también podría haber escrito que hoy fui al médico por una tontería y que cuando estábamos en la cola le dije a mi mujer ése no era alumno tuyo, y resulta que sí que era y el grandísimo cabrón, tan chiquitujo, le dio un año que aún se acuerda, pero ahora le habían hecho una cosa horrible, horrible, horrible en las piernas, y mi mujer se acercó a hablar con él y vino descompuesta, con los ojos brillantes.
sábado, septiembre 22, 2007
Antes de entrar las remiro desde el coche, me las aprendo, me pienso los tránsitos que les ajustaré dentro de mi traje de goma. Imagino la primera remada, muevo los pies como si pisara para subir y retroceder, contemplo, me deslizo sobre ellas con los ojos, me las bebo. El mar parte con la misma lisura de aquellos días del invierno calmo. La barra del Pedregal me compensa, me guarece, se esmera conmigo, como si conociera.
Al salir saludo a los perezosos de las furgonetas. El tiempo es un cuaderno nuevo para ellos. Nadie les espera en ninguna parte, y la playa no va a moverse de su sitio. Sonríen, sentados en sus sillas de plástico, rebullen bajo el sol, calientan café soluble en un infernillo y leen periódicos atrasados dejando escapar la primera pleamar. Sólo madrugan si les apetece. A veces duermen cuatro días seguidos. A veces no duermen en dos. Siento un poco de envidia.
[La foto es de Iticoatiara, de nuevo; no tengo un océano así tan cerca]
Al salir saludo a los perezosos de las furgonetas. El tiempo es un cuaderno nuevo para ellos. Nadie les espera en ninguna parte, y la playa no va a moverse de su sitio. Sonríen, sentados en sus sillas de plástico, rebullen bajo el sol, calientan café soluble en un infernillo y leen periódicos atrasados dejando escapar la primera pleamar. Sólo madrugan si les apetece. A veces duermen cuatro días seguidos. A veces no duermen en dos. Siento un poco de envidia.
[La foto es de Iticoatiara, de nuevo; no tengo un océano así tan cerca]
viernes, septiembre 21, 2007
Es tarde y suena el teléfono. Parece, de nuevo, literatura.
Cuando la gente dice la muerte es el final, definitiva, implacable, a todos nos llega el día olvida que es cierto.
"¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?"
Suena el teléfono y es bien tarde. La literatura sólo es un artefacto.
Pero, ¿a quién pedirle mejoras, razones, ingenios, un plan quinquenal? ¿Qué gobiernos, qué iglesias, qué ciencia?
Mi mujer y yo lloramos pero no lloramos.
Es el miedo ancho. No el lejano y ficticio miedo; es el que va en serio, el duro.
"qué niño idiota
hijo del odio y del dolor
hizo el mundo", tan reciente
El amor no sirve, no es su oficio. Deberíamos, en cambio, buscar distracciones y calmantes. No en vano a ella nada le dicen y, sedada e indiferente a lo suyo, ahora duerme, ella sí. Ya no es. Es la otra que azuza al otro que cada uno esconde. Todos los saben, a todos les pasa, yo también me eduqué en esto y ahora casi lo olvido.
Cuando la gente dice es el destino, ley de vida, no hay nada que hacer también olvida que es cierto.
Pero cuando la gente dice mejor así, ya no sufrirá más, descansa en paz, se fue con los suyos entonces no, entonces rabian y mienten y no saben lo que dicen y son largos enemigos de mis ojos cuando aquí, en mi cuaderno me hace sombra mi mujer que ni siquiera llora y pasan las horas y los dos seguimos desvelados.
La muerte es todas las metáforas, todos los comunes lugares. No hay ficción, es foso y fauce y fuego y lobo que hunde y hunde en ti su boca llena de nada. Ellos estallan y a los vivos se nos queda dentro el miedo,
un miedo que no sé quitarme.
Cuando la gente dice la muerte es el final, definitiva, implacable, a todos nos llega el día olvida que es cierto.
"¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?"
Suena el teléfono y es bien tarde. La literatura sólo es un artefacto.
Pero, ¿a quién pedirle mejoras, razones, ingenios, un plan quinquenal? ¿Qué gobiernos, qué iglesias, qué ciencia?
Mi mujer y yo lloramos pero no lloramos.
Es el miedo ancho. No el lejano y ficticio miedo; es el que va en serio, el duro.
"qué niño idiota
hijo del odio y del dolor
hizo el mundo", tan reciente
El amor no sirve, no es su oficio. Deberíamos, en cambio, buscar distracciones y calmantes. No en vano a ella nada le dicen y, sedada e indiferente a lo suyo, ahora duerme, ella sí. Ya no es. Es la otra que azuza al otro que cada uno esconde. Todos los saben, a todos les pasa, yo también me eduqué en esto y ahora casi lo olvido.
Cuando la gente dice es el destino, ley de vida, no hay nada que hacer también olvida que es cierto.
Pero cuando la gente dice mejor así, ya no sufrirá más, descansa en paz, se fue con los suyos entonces no, entonces rabian y mienten y no saben lo que dicen y son largos enemigos de mis ojos cuando aquí, en mi cuaderno me hace sombra mi mujer que ni siquiera llora y pasan las horas y los dos seguimos desvelados.
La muerte es todas las metáforas, todos los comunes lugares. No hay ficción, es foso y fauce y fuego y lobo que hunde y hunde en ti su boca llena de nada. Ellos estallan y a los vivos se nos queda dentro el miedo,
un miedo que no sé quitarme.
martes, septiembre 18, 2007
"El mar de olas de zinc y espumas
de cal, nos sitia
con su inmensa desolación.
Todo está igual -al norte,
al este, al oeste, cielo y agua-,
gris y duro,
seco y blanco.
¡Nunca un bostezo
mayor ha abierto de este modo el mundo!
Las horas son de igual medida
que todo el mar y todo el cielo
gris y blanco, seco y duro;
cada una es un mar, y gris y seco,
y un cielo, y duro y blanco.
¡No es posible salir de este castillo
abatido del ánimo!
Hacia cualquiera parte -al oeste,
al sur, al este, al norte-,
un mar de zinc y yeso,
un cielo igual que el mar, de yeso y zinc,
-ingastables tesoros de tristeza-,
sin naciente ni ocaso... "
Diario de un poeta reciencasado
de cal, nos sitia
con su inmensa desolación.
Todo está igual -al norte,
al este, al oeste, cielo y agua-,
gris y duro,
seco y blanco.
¡Nunca un bostezo
mayor ha abierto de este modo el mundo!
Las horas son de igual medida
que todo el mar y todo el cielo
gris y blanco, seco y duro;
cada una es un mar, y gris y seco,
y un cielo, y duro y blanco.
¡No es posible salir de este castillo
abatido del ánimo!
Hacia cualquiera parte -al oeste,
al sur, al este, al norte-,
un mar de zinc y yeso,
un cielo igual que el mar, de yeso y zinc,
-ingastables tesoros de tristeza-,
sin naciente ni ocaso... "
Diario de un poeta reciencasado
lunes, septiembre 17, 2007
Llevo dos semanas tratando de buscar motivos que me crea para creerme, también, que no me gustó.
¿No me gustó?
No persigo narraciones tradicionales ni peripecias, ni me fío de las categorías actanciales más que del verso medido, pero hay algo que me fastidia en este asunto del refinamiento y la parafernalia. La cera, no sé.
Me gusta o no, ¿qué importancia tiene? No hay grados, no hay escaleras.
Después está la simplicidad. La simplicidad me deja vacío pero por otra parte el adjetivo mata. ¿Es adjetiva o sustantiva? Tan llena de florecitas, luego adjetiva; tan pulpa de ideas, luego sustantiva. Pero sustantivo B, sin mucha gana de serlo.
Si encuentro dos planos, dos postales que me agiten suelo ser benevolente y mirar para otro lado cuando la cosa vuelve a la banalidad, pero aquí es distinto. Aquí, como decía ayer el periódico en otro caso muy diferente, el guionista estaba borracho. O hacía apuestas. Apuesto tanto a que me atrevo a llevarme a la chica a una reserva de Dakota, no te atreves, ¿que no?
A lo mejor es que comí algo pasado ese día o me picaban las plantas de los pies o me apetecía más acostarme con mi mujer que estar allí sentado. A lo mejor es eso.
¿Por qué me preocupa, entonces? La simplicidad, pienso de nuevo. Hay algo de bobo, algo de redacción escolar, algo de tan simple que se cae de tonto de baba. A ver, sé simple, le decían a Susanita y ella hacía una pirueta. Y no obstante me gusta Caeiro y lo simple y llano y más aún las redacciones escolares, donde siempre encuentro.
No tengo criterio, en definitiva.
Y necesito uno, creo, o voy a hacerme un lío enorme con todo lo que me rodea últimamente.
Tal vez sea porque al fin y al cabo sigo haciendo juicios, triste cartesiano de mí, y sí que hay grados en mi cabeza e intento distinguir una cosa de otra por el grueso del paño. Como Herzog. Mal camino.
domingo, septiembre 16, 2007
Vórtex
Evito ser reflexivo. No considero, no indago, soy consecuente con mi era. En el planeta de la posmodernidad ninguna acción tiene ningún efecto, todo es inmutable. Nada será alterado en el presente flamante, agostado el pasado, fulminado el futuro. Milenios de causalidad se han ido al cuerno después de la demolición de todas las verdades viejas. En consecuencia, evito los porque, los ya que, los entonces, sabiendo que no hay líneas de fuga y que es azar cada cosa. Que esté aquí, que me envuelvan estos seres, las partículas que me abrigan. Evito pensar en ella. Evito pensar en sus motivos. No pienso. Estoy aquí, permanezco. Soy el guardador de los rebaños. Nada es crucial. Todo fluye.
Igual que en Vórtex. Vórtex era un videojuego del Spectrum que mi madre me compró por las buenas notas. Un botón hacía girar una peonza y con otros dos la empujabas a derecha e izquierda a través de caminitos y puentecitos tridimensionales, como en Tron. Parecía sencillo pero en las rampas la peonza tomaba fuelle y se deslizaba como sobre una pastilla de jabón y con nada se salía del camino y perdías. Lo insólito es que por mucha pericia que adquirieras, de cuando en cuando, la peonza se caía igualmente, sin motivo, aunque el caminito fuera bien liso y tuvieras el pulso de un piloto de combate.
Igual que en Vórtex. Vórtex era un videojuego del Spectrum que mi madre me compró por las buenas notas. Un botón hacía girar una peonza y con otros dos la empujabas a derecha e izquierda a través de caminitos y puentecitos tridimensionales, como en Tron. Parecía sencillo pero en las rampas la peonza tomaba fuelle y se deslizaba como sobre una pastilla de jabón y con nada se salía del camino y perdías. Lo insólito es que por mucha pericia que adquirieras, de cuando en cuando, la peonza se caía igualmente, sin motivo, aunque el caminito fuera bien liso y tuvieras el pulso de un piloto de combate.
viernes, septiembre 14, 2007
"Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo sapiens. Esta rara y floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones, y otro tanto ignorando concienzudamente las fundamentales. Se muestra orgulloso de poseer el mayor cerebro de todos los primates, pero procura ocultar la circunstancia de que tiene también el mayor pene, y prefiere atribuir injustamente este honor al vigoroso gorila. Es un mono muy parlanchín, sumamente curioso y multitudinario, y ya es hora de que estudiemos su comportamiento básico.
Yo soy zoólogo, y el mono desnudo es un animal. Por consiguiente, éste es un tema adecuado para mi pluma, y me niego a seguir eludiendo su examen por el simple motivo de que algunas de sus normas de comportamiento son bastante complejas.
Yo soy zoólogo, y el mono desnudo es un animal. Por consiguiente, éste es un tema adecuado para mi pluma, y me niego a seguir eludiendo su examen por el simple motivo de que algunas de sus normas de comportamiento son bastante complejas.
[...]
¿En qué otros seres predomina la desnudez? [...] Una rápida ojeada sobre la familia de mamíferos vivientes nos muestra que todos ellos permanecen aferrados a su capa velluda y protectora. [...] Circula una ingeniosa teoría que sostiene que, antes de convertirse en cazador, el mono salido de los bosques vivió durante un tiempo en las orillas de los océanos. Se conjetura que se trasladaría a las playas tropicales en busca de comida, y allí encontraría mariscos y otros animales en abundancia que constituirían un alimento más nutritivo que el de las llanuras. Durante este proceso, dicen, perdería su pelo, como otros mamíferos que volvieron al mar. Sólo en la cabeza, que emergía de la superficie del agua, lo conservó para protegerse de los rayos del sol. Más tarde, cuando sus herramientas se hubieron perfeccionado, debió de abandonar las playas y dirigirse a los espacios abiertos como un aprendiz de cazador. "
¿En qué otros seres predomina la desnudez? [...] Una rápida ojeada sobre la familia de mamíferos vivientes nos muestra que todos ellos permanecen aferrados a su capa velluda y protectora. [...] Circula una ingeniosa teoría que sostiene que, antes de convertirse en cazador, el mono salido de los bosques vivió durante un tiempo en las orillas de los océanos. Se conjetura que se trasladaría a las playas tropicales en busca de comida, y allí encontraría mariscos y otros animales en abundancia que constituirían un alimento más nutritivo que el de las llanuras. Durante este proceso, dicen, perdería su pelo, como otros mamíferos que volvieron al mar. Sólo en la cabeza, que emergía de la superficie del agua, lo conservó para protegerse de los rayos del sol. Más tarde, cuando sus herramientas se hubieron perfeccionado, debió de abandonar las playas y dirigirse a los espacios abiertos como un aprendiz de cazador. "
Adaptación libre de El mono desnudo. Un estudio del animal humano. Morris.
"De buenas a primeras nos dio una andanada de mar. Y yo llamé al patrón. 'José, cierra y echa popita que nos vamos al fondo. La cosa se arregló. Se nos fue el arte al agua pero pudimos salir navegando quince o veinte minutos". Llegó entonces el segundo golpe de mar. Ya el barco estaba lleno de agua. El tercero fue el definitivo. "La tercera ola nos volcó y a mí me pilló debajo del barco. No perdí el conocimiento. Me quedó una burbuja de aire. Dije 'aquí me ahogo', porque apenas sé nadar. Miré a la derecha. Vi la luz del día, cogí aire, me tiré y salí para arriba". Los demás tripulantes estaban a su alrededor tratando de mantenerse a flote. "Los compañeros y el patrón nos tiraron los roscos. Cogí uno. Las olas eran muy grandes. Nos tapaban. Se perdían. Nos ahogábamos todos".
José Crespo, superviviente.
jueves, septiembre 13, 2007
Itacoatiara, julio de 2007
Había que coger un ferry y luego dos horas de autobús atravesando una ciudad inmensa y podrida. Pero, al final, detrás de un cerro, aparecía una playa en herradura que el mar no dejaba de percutir, limpio, frío, verdizaul. Los muchachos se lanzaban dentro de esas bocas gigantes que los sacudían y los tumbaban la mayoría de las veces, devolviéndolos a la orilla medio deshechos pero muertos de la risa. Y entonces ocurría que veías una figura pequeña debajo de una espuma descomunal, y casi temblando la figurita sube y trepa y ya está arriba y comienza a coser puntadas en la intacta, apretada pared que se desmoronaba palmo a palmo como fichas de dominó, de izquierda a derecha.
Los muchachos aplauden, todos lo hacemos, mientras la figura se va haciendo grande, grande y finalmente aterriza muy cerca nuestra y descubrimos que es una niña, casi una niña metida en un traje de goma que le hace holguras.
Su papá sale del agua justo después y le dice con cosas que no entiendo pero con muy mala cara. Vuelven a entrar juntos pero ahora ella se queda cerca de la playa, en un remanso donde las olas no le pasan por encima, un laguito donde pescar patos de plástico. Arruga la nariz, mira al fondo, piensa ya casi me sale.
Yo en cambio pienso que soy un crío de pecho que se enreda con las primeras espumas del rompiente y me falta el aire y me pregunto qué hago aquí, tan lejos de casa.
Luego pienso que pierdo el tiempo, que no muevo un dedo por detenerlo, que me están comiendo el alma la inacción y la inutilidad, verdadero océano en el que me hundo, hundo.
Y al llegar al hostal leo a Shanti Andía, quien me persigue:
Los muchachos aplauden, todos lo hacemos, mientras la figura se va haciendo grande, grande y finalmente aterriza muy cerca nuestra y descubrimos que es una niña, casi una niña metida en un traje de goma que le hace holguras.
Su papá sale del agua justo después y le dice con cosas que no entiendo pero con muy mala cara. Vuelven a entrar juntos pero ahora ella se queda cerca de la playa, en un remanso donde las olas no le pasan por encima, un laguito donde pescar patos de plástico. Arruga la nariz, mira al fondo, piensa ya casi me sale.
Yo en cambio pienso que soy un crío de pecho que se enreda con las primeras espumas del rompiente y me falta el aire y me pregunto qué hago aquí, tan lejos de casa.
Luego pienso que pierdo el tiempo, que no muevo un dedo por detenerlo, que me están comiendo el alma la inacción y la inutilidad, verdadero océano en el que me hundo, hundo.
Y al llegar al hostal leo a Shanti Andía, quien me persigue:
Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante interés para ser comunicados a los demás, a no ser que se exageren y se transformen. La sociedad va uniformando la vida, las ideas, las aspiraciones de todos.
miércoles, septiembre 12, 2007
sin cuartel
"...el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantasía y nuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus infinitos cambios, su soledad inmensa nos arrastra a la contemplación.
Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identificarla con la naturaleza.
Queremos comprender al mar, y no le [sic] comprendemos; queremos hallarle una razón, y no se la hallamos.
Es un monstruo, una esfinge incomprensible; muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representación de la constante inquietud. Muchas veces sospechamos si habrá en él escondido algo como una lección; en momentos se figura uno haber descifrado su misterio; en otros, se nos escapa su enseñanza y se pierde en el reflejo de las olas y en el silbido del viento.
Todos, sin saber por qué, suponemos al mar mujer, todos le dotamos de una personalidad instintiva y cambiante, enigmática y pérfida.
En la naturaleza, en los árboles y en las plantas, hay una vaga sombra de justicia y de bondad; en el mar, no: el mar nos sonríe, nos acaricia, nos amenaza, nos aplasta caprichosamente."
Las inquietudes de Shandi Andía
Pío Baroja
martes, febrero 27, 2007
so long
Hace una semana que sopla del sur, cálido e invariable. Los árboles que veo detrás desde esta habitación crujen y tititan como bailarinas. Cada día, al salir del trabajo, conduzco hasta la playa, aparco en la vacía explanada y compruebo que esa masa azul e informe sigue muda, mala, sólida. La primavera acá dura cuatro meses y el mar se ablanda o se eriza hasta el otoño. No obstante, hay autopistas y mapas y lugares escondidos, nada importa. Y alguna mañana, incluso, tiralíneas que arrasan la orilla desde el fondo.
Amigos, llevo atrasando esto casi un mes. Probé algunos borradores pero me salieron un tanto suficientes. Ahora prescindo de abalorios y escribo rápido para cerrar este baratillo que tanto me entretuvo y que ya me sobra, ya no sirve.
Y por eso me despido y os saludo, os agradezco el par de ojos que en mí pusisteis y os prometo que os sigo (seguro) en vuestros arrecifes. De modo que escribid, por favor, alguna hermosura de cuando en cuando; o escribid desvergüenzas, mentiras, brumas. Pero seguid, que alienta.
Abrazos.
Pablo Gutiérrez
jueves, febrero 22, 2007
jueves, febrero 15, 2007
lunes, febrero 12, 2007
El producto que ofrecía Athenas.co era tan sencillo que podía describirse en las veinte palabras de que encajaban en la cuadrícula de un anuncio clasificado de El País: vuelo Madrid-Moscú, alojamiento en hotel de tres estrellas, SEXO, vídeo de recuerdo, vuelo Moscú-Madrid: 1000 €. A continuación aparecía una dirección postal, un número de identificación fiscal y un teléfono de Barcelona. El precio incluía el transporte desde el aeropuerto hasta el hotel y un seguro de viaje. Había que ingresar la cantidad diez días antes en una cuenta corriente de La Caixa, según la joven de acento catalán que te informaba diligentemente de las fechas de los vuelos y las condiciones de pago, sin nada de espera un ratito miamor, musiquitas, carruseles de contactos ni contestadores automáticos.
Lo que nadie te dijo fue que en el vídeo saldrías con cara de tonto.
Lo que nadie te dijo fue que en el vídeo saldrías con cara de tonto.
Conduzco hasta la primera estación de la línea azul.
Dejo las llaves en la cerradura,
palmeo sus aletas como a una cabalgadura obediente,
bajo al andén y me siento a esperar, buen chico-buen chico.
Como todas las cosas que están hechas de nada,
camino con fruición sobre piedras y cristales bruñidos,
pues no soy sino piedra sobre bruñido cristal.
Y es por eso que puedo olvidar lo que aprendí en la escuela de los probos ciudadanos;
y olvidar, también, los nombres de quienes me amaron
creyéndome distinto de lo que soy.
El gusano de cercanías llega iluminando el túnel.
Salto dentro de él como si lo domara con mis talones desplumados.
Detrás de las ventanas de plexiglás
se suceden apeaderos, fábricas de papel y unifamiliares en venta
donde se mudarán hombres y mujeres que no conoceré.
En sus cerebros brotarán obscenidades y pensamientos que no serán los míos.
Los dos gramos de vanidad que severamente conservaba
se licuan sin aroma frente a esa certeza.
Cruzo los vagones desiertos, abriendo y cerrando las puertas hidráulicas.
Llevo un carcaj con gansos de tres colas al cinto;
al hombro, un arco de oro, como el balancín de un dios enano.
El carcaj, hinchado de orgullo, resplandece y ciega a ningún viajero.
Crujen las tuercas del gusano, como palabras de un idioma viejo.
Con las manos desnudas franqueo la última puerta.
Giran las ruedas de acero sobre el profundo oscuro
que quiere meterse en mis bolsillos pero al que no temo.
Tenso el arco; el dardo brilla en el agujero del culo del gusano.
Puedo vivir de aquello que no digo.
Todos los de algún modo me habitaron ahora huyen alfabéticamente de mí.
Sus alas son el préstamo que les doy,
mi regalo de despedida.
Con los demás juego a Simón dice para disimular la codicia del tiempo.
Les digo, por ejemplo, danzad sobre mi vientre agudo.
Les digo dejad que las cosas se pierdan en el río.
Les digo caminemos sobre piedras y cristales bruñidos,
si somos piedras azules y bruñidos cristales de metal.
El gusano llega a la última estación y vierte sus doloridas tripas.
Mis hombros golpean otros hombros
como bolas de billar que cloquean
en las escaleras mecánicas.
Cuando llegue a la superficie, prometo,
buscaré una habitación sin espejos
donde abandonar la infame lucidez
con la que una frasecita sin significado me vendó los ojos un día.
Esterilizaré las bolas de mis hombros,
empaparé de polvos de talco las otras,
quemaré mi ropa en la bañera
y sobre quinientos folios blancos
comenzaré a
para nadie.
Dejo las llaves en la cerradura,
palmeo sus aletas como a una cabalgadura obediente,
bajo al andén y me siento a esperar, buen chico-buen chico.
Como todas las cosas que están hechas de nada,
camino con fruición sobre piedras y cristales bruñidos,
pues no soy sino piedra sobre bruñido cristal.
Y es por eso que puedo olvidar lo que aprendí en la escuela de los probos ciudadanos;
y olvidar, también, los nombres de quienes me amaron
creyéndome distinto de lo que soy.
El gusano de cercanías llega iluminando el túnel.
Salto dentro de él como si lo domara con mis talones desplumados.
Detrás de las ventanas de plexiglás
se suceden apeaderos, fábricas de papel y unifamiliares en venta
donde se mudarán hombres y mujeres que no conoceré.
En sus cerebros brotarán obscenidades y pensamientos que no serán los míos.
Los dos gramos de vanidad que severamente conservaba
se licuan sin aroma frente a esa certeza.
Cruzo los vagones desiertos, abriendo y cerrando las puertas hidráulicas.
Llevo un carcaj con gansos de tres colas al cinto;
al hombro, un arco de oro, como el balancín de un dios enano.
El carcaj, hinchado de orgullo, resplandece y ciega a ningún viajero.
Crujen las tuercas del gusano, como palabras de un idioma viejo.
Con las manos desnudas franqueo la última puerta.
Giran las ruedas de acero sobre el profundo oscuro
que quiere meterse en mis bolsillos pero al que no temo.
Tenso el arco; el dardo brilla en el agujero del culo del gusano.
Puedo vivir de aquello que no digo.
Todos los de algún modo me habitaron ahora huyen alfabéticamente de mí.
Sus alas son el préstamo que les doy,
mi regalo de despedida.
Con los demás juego a Simón dice para disimular la codicia del tiempo.
Les digo, por ejemplo, danzad sobre mi vientre agudo.
Les digo dejad que las cosas se pierdan en el río.
Les digo caminemos sobre piedras y cristales bruñidos,
si somos piedras azules y bruñidos cristales de metal.
El gusano llega a la última estación y vierte sus doloridas tripas.
Mis hombros golpean otros hombros
como bolas de billar que cloquean
en las escaleras mecánicas.
Cuando llegue a la superficie, prometo,
buscaré una habitación sin espejos
donde abandonar la infame lucidez
con la que una frasecita sin significado me vendó los ojos un día.
Esterilizaré las bolas de mis hombros,
empaparé de polvos de talco las otras,
quemaré mi ropa en la bañera
y sobre quinientos folios blancos
comenzaré a
para nadie.
miércoles, febrero 07, 2007
Hago equilibrios en centímetros aun más inestables que el poliestileno. La marea se desconecta, llueve, arrecian incertidumbres. Las mejores series rompen de madrugada, cuando nadie puede deslizarse y albergarlas.
¿Recuerdan a Julian Moore, en aquellla habitación de hotel? Una tarta de chocolate aguardaba a su marido y un océano se flitraba por el vano de las ventanas, hacia ella.
Tomó las llaves del coche, buscó otros países, dejó limpia su casa, la ropa doblada, los vestidos colgados, la despensa llena de sopas de sobre.
¿La salvó una idea? ¿Un pensamiento ajeno? ¿No sintió ácido en los ojos al leer que ni siquiera en eso se diferenciaba de nadie?
Pero tanta, tanta es la necesidad de verse reconocido, de aplastar el guante de la soledad bajo la fantasía de una universal comunión.
Y sin embargo, aún me quedan por gastar dos o tres motivos.
Hoy, por ejemplo, leí un artículo que aseguraba que no existe el libre albedrío. Científicamente comprobado, decían.
Ya.
¿Recuerdan a Julian Moore, en aquellla habitación de hotel? Una tarta de chocolate aguardaba a su marido y un océano se flitraba por el vano de las ventanas, hacia ella.
Tomó las llaves del coche, buscó otros países, dejó limpia su casa, la ropa doblada, los vestidos colgados, la despensa llena de sopas de sobre.
¿La salvó una idea? ¿Un pensamiento ajeno? ¿No sintió ácido en los ojos al leer que ni siquiera en eso se diferenciaba de nadie?
Pero tanta, tanta es la necesidad de verse reconocido, de aplastar el guante de la soledad bajo la fantasía de una universal comunión.
Y sin embargo, aún me quedan por gastar dos o tres motivos.
Hoy, por ejemplo, leí un artículo que aseguraba que no existe el libre albedrío. Científicamente comprobado, decían.
Ya.
song of myself
He's a real Nowhere Man,
sitting in his Nowhere Land ,
making all his Nowhere Plans
for nobody.
Doesn't have a point of view.
Knows not where he's going to.
Isn't he a bit like you and me?
Nowhere Man, please listen.
You don't know what you're missing.
Nowhere Man, the world is at your command.
(sí, claro)
He's as blind as he can be.
Just sees what he wants to see.
Nowhere Man can you see me at all?
sitting in his Nowhere Land ,
making all his Nowhere Plans
for nobody.
Doesn't have a point of view.
Knows not where he's going to.
Isn't he a bit like you and me?
Nowhere Man, please listen.
You don't know what you're missing.
Nowhere Man, the world is at your command.
(sí, claro)
He's as blind as he can be.
Just sees what he wants to see.
Nowhere Man can you see me at all?
miércoles, enero 31, 2007
Trabajo, como, limpio la casa, beso a mi mujer, pierdo el tiempo, casi siempre sin ella.
Luego corrijo algunos ejericios, os visito, empequeñezco, comienzo un capítulo, me aburro, hago el vago.
Abro un botella que no terminaré y que permanecerá durante una semana sobre la encimera, agriándose. Veo seriales, aprieto la anilla de un cuaderno, prudentemente me acuesto temprano.
Porque en la cama hace menos frío que en las habitaciones y porque dormido apenas se piensa.
¿Lo saben?
Apenas se piensa en que
Y luego las cuadrículas, invariables, marciales, de cada hoja intacta.
Luego corrijo algunos ejericios, os visito, empequeñezco, comienzo un capítulo, me aburro, hago el vago.
Abro un botella que no terminaré y que permanecerá durante una semana sobre la encimera, agriándose. Veo seriales, aprieto la anilla de un cuaderno, prudentemente me acuesto temprano.
Porque en la cama hace menos frío que en las habitaciones y porque dormido apenas se piensa.
¿Lo saben?
Apenas se piensa en que
Y luego las cuadrículas, invariables, marciales, de cada hoja intacta.
martes, enero 30, 2007
Final de partida
Rompe, rompe una tormenta. Me enseñaron a contar con los dedos los segundos que van del relámpago al trueno. Uno, dos. Justo encima de nuestras cabezas. Bang supersónico.
En el pasillo, me tiran de una manga y me dicen: Summan se ha escapado. Cogió un autobús a Barcelona.
Summan pensaba que esto no podía ser Europa. Que el barco tuvo que confundirse, que el mapa estaba al revés. Que el timonel o quien fuera encalló en una escollera demasiado poblada, cualquier cosa. Pero nada que ver con Europa, con esa Europa-Europa de guapas enfermeras y severos señores con bigote que le dicen es suficiente a una actriz vestida de purpurina.
Ayer, al volver del instituto, guardó algunas cosas en una mochila y se marchó. Una semana antes, en la biblioteca, me pidió un atlas.
Un atlas.
Uno muy bonito que tiene mapas desplegables e ilustraciones infantiles. Estuvimos hablando, yo le señalé los países en los que había estado (se sabía todas las capitales) y él puso un dedo sobre el cuerno de la India en el que vivía. En invierno nevaba. Le dije que en Cádiz nunca nieva. Luego le pregunté si estaba bien aquí y dijo que claro.
En el pasillo, me tiran de una manga y me dicen: Summan se ha escapado. Cogió un autobús a Barcelona.
Summan pensaba que esto no podía ser Europa. Que el barco tuvo que confundirse, que el mapa estaba al revés. Que el timonel o quien fuera encalló en una escollera demasiado poblada, cualquier cosa. Pero nada que ver con Europa, con esa Europa-Europa de guapas enfermeras y severos señores con bigote que le dicen es suficiente a una actriz vestida de purpurina.
Ayer, al volver del instituto, guardó algunas cosas en una mochila y se marchó. Una semana antes, en la biblioteca, me pidió un atlas.
Un atlas.
Uno muy bonito que tiene mapas desplegables e ilustraciones infantiles. Estuvimos hablando, yo le señalé los países en los que había estado (se sabía todas las capitales) y él puso un dedo sobre el cuerno de la India en el que vivía. En invierno nevaba. Le dije que en Cádiz nunca nieva. Luego le pregunté si estaba bien aquí y dijo que claro.
miércoles, enero 24, 2007
viejoBrad en secundaria
en F451 encontré un cabellomarcapáginas de la bella andrógina
que frotaba su nariz de polen
con el diente de león de cualquiera
en los lavabos
sólo tiene quince años
y parece un chico
[escupe igual de bien
igual de bien me redime
de abdicar de la procreación]
ella sola descubrió que
la primera página es una gran mentira
que
la segunda contiene las claves de un pensamiento
que
la tercera es el caligrama ponzoñoso de su vagina invertida
porque
aunque la muy bella muy herida muy callada
desconoce el lenguaje en el que estás escritas
las cosas imprescindibles
ya aprendió que viejoBrad
como los demás
era apenas un saco de vitaminas testiculares
y herida y callada la muy bella
ingiere en el borde de los labios del reptil
las pequeñas derrotas de los buenos ciudadanos
que no saben qué decirle
a esa edad
también yo
[buen ciudadano
a mi edad]
cabalgo a carcajadas con las alas
de quienes huyen de mí
sobre los despojos de la muy bella herida callada arpía
pensando que son mis enemigos
los asistentes sociales que permiten
que ella [muy callada herida arpía bella]
olvide sus graves pensamientos
cuando frota su nariz de polen
con el diente de un león alfa
decididamente sobrevalorado
en los lavabos
o en cualquier otro páramo
que frotaba su nariz de polen
con el diente de león de cualquiera
en los lavabos
sólo tiene quince años
y parece un chico
[escupe igual de bien
igual de bien me redime
de abdicar de la procreación]
ella sola descubrió que
la primera página es una gran mentira
que
la segunda contiene las claves de un pensamiento
que
la tercera es el caligrama ponzoñoso de su vagina invertida
porque
aunque la muy bella muy herida muy callada
desconoce el lenguaje en el que estás escritas
las cosas imprescindibles
ya aprendió que viejoBrad
como los demás
era apenas un saco de vitaminas testiculares
y herida y callada la muy bella
ingiere en el borde de los labios del reptil
las pequeñas derrotas de los buenos ciudadanos
que no saben qué decirle
a esa edad
también yo
[buen ciudadano
a mi edad]
cabalgo a carcajadas con las alas
de quienes huyen de mí
sobre los despojos de la muy bella herida callada arpía
pensando que son mis enemigos
los asistentes sociales que permiten
que ella [muy callada herida arpía bella]
olvide sus graves pensamientos
cuando frota su nariz de polen
con el diente de un león alfa
decididamente sobrevalorado
en los lavabos
o en cualquier otro páramo
sábado, enero 20, 2007
Si dejo de pensar en ti, desapareces.
No es cierto que en mi ausencia
regreses a lugares oscuros
donde hace años encontrabas refugio.
Ni continúan tus pasos el camino
que interrumpo cuando de súbito
recuerdo quién eres y cuáles son tus pecados.
Ni vuelves a visitar a aquellos
que devoraban con fruición cada cucharada de tu sexo
cuando eras una niña consentida.
No, mi pequeña,
si dejo de pensar en ti desapareces.
Desaparecen tus talones, adornados con palabras
de una escritura que desconozco.
Desaparece el vientre ávido en el que nunca
encontré nada que no me fuera ajeno.
Sin embargo, es tan fácil convocarte de nuevo,
y en un instante recomponer tu figura sin que haya olvidado
ninguna de las partículas que te forman,
y proyectarlas, después,
sobre la pared de mi dormitorio.
Entonces estás a mi merced.
Mi voluntad te hace gatear a mi alrededor
y tu cuerpo palpita al ritmo de mis ideas.
No es cierto que en mi ausencia
regreses a lugares oscuros
donde hace años encontrabas refugio.
Ni continúan tus pasos el camino
que interrumpo cuando de súbito
recuerdo quién eres y cuáles son tus pecados.
Ni vuelves a visitar a aquellos
que devoraban con fruición cada cucharada de tu sexo
cuando eras una niña consentida.
No, mi pequeña,
si dejo de pensar en ti desapareces.
Desaparecen tus talones, adornados con palabras
de una escritura que desconozco.
Desaparece el vientre ávido en el que nunca
encontré nada que no me fuera ajeno.
Sin embargo, es tan fácil convocarte de nuevo,
y en un instante recomponer tu figura sin que haya olvidado
ninguna de las partículas que te forman,
y proyectarlas, después,
sobre la pared de mi dormitorio.
Entonces estás a mi merced.
Mi voluntad te hace gatear a mi alrededor
y tu cuerpo palpita al ritmo de mis ideas.
miércoles, enero 17, 2007
adj. calif. masc. sing
De todos los que no he leído, había uno que recientemente me miraba inmisericorde, como diciendo.
Se acumulan, son gregarios y arman bronca, tienen tendencia a formar pequeños tumultos en las estanterías y montañas en el escritorio.
Sobre todo Vila-Matas, que, tan engreído y pagado de sí, no hacía otra cosa que menospreciarme repartiendo entre mis amigos admoniciones como "el estilo, chaval, ese estilo tan elegante" (¿quién puede seguir llamándome chaval con esta barba?), "un genio ese hijoputa", "como un reloj va cada libro", "el único escritor español que no lo parece" (esa dolió, sobre las demás).
De modo que Vila-Matas. Bien, sea.
Reúno algunos títulos, encargo otros, formo mi pequeña colección y, al azar, empiezo por Lejos de Veracruz.
Página 13 de la edición del 95 de Anagrama (las cursivas son mías):
"Hubo tras la entrañable cena una prudente retirada a primera hora de la madrugada. En un estado de cierta euforia etílica desperté, a las pocas horas de dormirme, en mitad de la noche xalapeña, con mi retina alucinada ante la súbita y fantasmal aparición del pico de Orizaba en mi horizonte visual."
Clic-clic-clic-cliché, uno tras otro.
O finge o tiene una patata en la boca.
Así que no jodan.
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