Conduces cinco horas, ida y vuelta, para hablar de Democracia con treinta personas, eres un
agente comercial, un viajante, eres Willy Loman, cualquiera se preguntaría qué
haces perdiendo el tiempo en una noche tan fría, vuelves de madrugada y en la
carretera sólo hay luces largas y las pelusas de los campos de algodón de Lebrija,
pero tú cumples con tu apostolado, nunca dices no a ninguna biblioteca pública,
a ninguna librería al alcance de un depósito de gasolina, te llaman de la radio
local de cualquier sitio y procuras parecer tan intenso y tan simpático como si
fuera la BBC en emisión intercontinental, no albergas ningún reparo apocalíptico/integrista,
tienes la obligación de ser cortés, de estar dispuesto, vamos a grabar unos
recursos, mira aquí, haz como que buscas un libro en la estantería, pon cada de
serio, te preguntan sobre el dibujo de la cubierta, y de qué va esto, leen un
PDF de la editorial y te dicen cuéntame, cuéntame es el resumen de su
entrevista, y mientras tú hablas ellos piensan en otra cosa, por ejemplo en si
el inminente ERE los dejará en la calle o suspirarán con alivio porque la
patada la recibirá el compañero de pupitre, eres tan comprensivo, tampoco te
leerías la novela que cualquiera de ellos hubiera escrito, quizá no te atreverías
a confesarlo con esa sinceridad de no tuve tiempo para, no te preocupes, ya te
cuento yo lo importante, bromeas, consigues que sonrían un poco, os despedís y
te desean suerte, y tú gracias, lo mismo, ahora vuelves a casa de madrugada, te
sientes miniatura, imaginas un plano aéreo que persiguiera tu coche haciendo
todo el recorrido con un ejemplar de la novela en el asiento del copiloto como
si fuera un maletín con muestras de fieltro, tergal, licra, paño tweed para
unos pantalones elegantes, eres un agente comercial que vuelve a casa pensando
en tan poca ganancia pero diciéndose a sí mismo que así son las cosas, que es
honesto el sacrificio y un punto de derrota, que cómo podrías negarle el saludo
o la atención a quien te lo pide, de qué mundo soberbio, en qué vanidad idiota
estarías subido si contestaras gentilmente por correo diciendo no puedo ir, lo
siento mucho, bastaría con un solo lector, bastaría con una única persona que
se hubiera sentado en su casa, hubiera apagado la televisión, hubiera abierto
el libro y se preguntara y este chico quién es y qué dice, las presentaciones
siempre están llenas de señora de club de lectura, clubbers de edad indefinible y firme vocación de entender cada una
de las palabras de cada página, se enfurecen si no lo consiguen, se quejan, por
qué escribes así de raro, como si fueras un sobrino suyo te felicitan por tu audacia
y se excusan, humildes, diciendo que les queda muy lejos eso que cuentas, cuando
al fin llegas a casa ves la luz encendida, la pequeña tiene fiebre, llora, le
arden las muñecas, todas las cosas se detienen y sólo tiene verdadera
importancia que las décimas bajen de treinta y nueve, la luz permanecerá
encendida hasta que ya sea de día y digas yo me quedo con ella, nos sentaremos
en el sofá, haremos el vago en pijama, cantaremos canciones, completaremos un
puzle, nos enfadaremos un rato, le enseñaré la e y la o.
domingo, diciembre 02, 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Hola, tiene alguna dirección de correo a la que escribirle? Intento hacer una revista que valga la pena y me gustaría
contar con usted.
Escribanos por favor a redaccion2013@gmail.com
Gracias
Juan C.
Pablo, tienes mucha suerte de ser un vendedor ambulante de tus propias ensoñaciones. No he terminado aún Nada es crucial pero supongo que lo haré (compartes mesa de libros con Greil Marcus o Cunqueiro, nada menos). Te veo más cerca de Landero que de Marías: enhorabuena.
Vas siendo un joven maestro, creo; aunque aún no he terminado tu novela. Mucha suerte y que sigas así de buen tipo.
siguiéndote siempre por todas tus carreteras, Pablo. besos a Elena.
Publicar un comentario