viernes, septiembre 28, 2007

"La primera impresión al volver a Lúzaro fue un gran asombro al ver lo insignificante de los muelles de la ciudad, del río. ¡Me parecía tan pequeño, tan desierto, tan triste! Me había figurado grande la entrada del puerto; hermoso, el río; anchos, los muelles, y al verlos quedé asombrado; me parecieron de juguete.
-No vale la pena vivir aquí -me dije al llegar.
Y ahora, ¡absurdo cambio de opinión!, me digo muchas veces:
-No vale la pena vivir fuera de aquí.
Hace un mes no quería pensar en quedarme en Lúzaro; me parecía una locura cambiar esas horas de indolencia y ensueño de los días de navegación, por la vida de un pueblecillo triste, aburrido, lleno de preocupaciones y de mezquindades. Ahora me espanta la idea de volver a mi barco, de hundirme en el ajetreo continuo del acontecimiento.
[...]

No sé por qué parecen llenas de magia melancólica las cosas pasadas; no se lo explica uno bien; se recuerda claramente que en aquellos días no era uno feliz, que tenía uno sus inquietudes y sus penas, y, sin embargo, parece que el sol de entonces debía brillar más, y el cielo tener un azul más puro y más espléndido.
Uno quisiera que las personas y las cosas relacionadas con nuestros recuerdos fueran eternas; pero nuestra existencia no representa nada en la corriente tumultuosa de los acontecimientos. Allí teníamos un amigo..., en aquel rincón fuimos felices..., nuestra felicidad o nuestra amistad tienen poca importancia. Siento, al pensar en esto, un profundo terror, como si la vida se me escapara en un momento de desmayo.
La inanidad de las cosas me conturba; la esperanza me falta. "

Baroja- Las inquietudes de Shanti Andía

Le encuentro tantas esquinitas a este libro, alveolos de otras ideas y otros autores, como si ese camelo de que la literatura es un fluido alimentado de voces ajenas fuera a parecerme cierto a estas alturas. A veces parece que leo Woolf y no a Baroja, otras a Conrad, siempre con la sensación de que estuviera traducido, de que pasó el cedazo neutral del no-estilo de los traductores, yo me entiendo.

Y luego las premoniciones, las manotadas de ideas que Baroja y Andía esparcen como mikados sobre el escritorio:

"Las dos chiquillas charlaban haciendo monerías y gestos expresivos. Dolorcitas, a pesar de ser hija de vascongados, era tan aguda y tan redicha como una gaditana.
Después de María Jesús, que solía llegar la primera, venían a la casa otras chicas y chicos de la misma edad. Entonces yo me sumía en el mutismo; ¿para qué hablar, si por cada palabra mía ellos soltaban diez o doce?
Dicen que un nuevo idioma es una nueva alma, y hay algo de verdad en esto; yo comprendía, al oír a aquellos muchachos, que no sólo no sabía el castellano, sino que mi alma era distinta a la suya. Yo me sentía otra cosa, pero no tenía el valor ni la fuerza para creer que mi espíritu, más concentrado y más sobrio, valía tanto como el de ellos, todo expansión, palabras y muecas. Mi humildad me inducía a creerme un salvaje entre civilizados."

Me reconcilio con las vacilaciones de El árbol de la ciencia, manual acerca de como no usar las preposiciones, me puede la primera persona, se me pegan las páginas a las manos. Una porción de años después (1921), Wittgenstein convirtió esta cosa sencilla y certera acerca del idioma en una flamante teoría que le dio siete vueltas al mundo.

Baroja, el pequeño escritor calvo, feo y torpe, que apenas se sabía dos trucos y escribió setenta novelas.

1 comentario:

Lara dijo...

Esto, o lo de abajo.

En Playas de Siberia dejo mi réplica.

Besos.