jueves, septiembre 13, 2007

Itacoatiara, julio de 2007

Había que coger un ferry y luego dos horas de autobús atravesando una ciudad inmensa y podrida. Pero, al final, detrás de un cerro, aparecía una playa en herradura que el mar no dejaba de percutir, limpio, frío, verdizaul. Los muchachos se lanzaban dentro de esas bocas gigantes que los sacudían y los tumbaban la mayoría de las veces, devolviéndolos a la orilla medio deshechos pero muertos de la risa. Y entonces ocurría que veías una figura pequeña debajo de una espuma descomunal, y casi temblando la figurita sube y trepa y ya está arriba y comienza a coser puntadas en la intacta, apretada pared que se desmoronaba palmo a palmo como fichas de dominó, de izquierda a derecha.

Los muchachos aplauden, todos lo hacemos, mientras la figura se va haciendo grande, grande y finalmente aterriza muy cerca nuestra y descubrimos que es una niña, casi una niña metida en un traje de goma que le hace holguras.
Su papá sale del agua justo después y le dice con cosas que no entiendo pero con muy mala cara. Vuelven a entrar juntos pero ahora ella se queda cerca de la playa, en un remanso donde las olas no le pasan por encima, un laguito donde pescar patos de plástico. Arruga la nariz, mira al fondo, piensa ya casi me sale.
Yo en cambio pienso que soy un crío de pecho que se enreda con las primeras espumas del rompiente y me falta el aire y me pregunto qué hago aquí, tan lejos de casa.
Luego pienso que pierdo el tiempo, que no muevo un dedo por detenerlo, que me están comiendo el alma la inacción y la inutilidad, verdadero océano en el que me hundo, hundo.
Y al llegar al hostal leo a Shanti Andía, quien me persigue:
Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante interés para ser comunicados a los demás, a no ser que se exageren y se transformen. La sociedad va uniformando la vida, las ideas, las aspiraciones de todos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Pablete, yo también vengo a saludarte. Qué alegría volver a saber de ti!!.

Un besito. María.

Anónimo dijo...

Que afán de querer parar el tiempo. ¿qué seríamos con el tiempo detenido?
Respira Pablo, leo tu palabra "inacción" tan cargadita de ansiedad que está corriendo ella sola. Que paradola. La inacción hiperactiva de Pablo.
Sigue escribiendo y deja la introspección para otras buceadas.
No voy de bronca. Estoy contenta de recuperarte, curiosamente con el inicio del curso ¿?

Pablo Gutiérrez dijo...

Curiosamente. Regeneración. Algo acaba, algo empieza. Me hacía falta decir.
Cuánto me alegra que estéis para escuchar.
Beso.

Lara dijo...

Hoy, a casi nadie...

o todo lo contrario.


Qué mierda de antes, que engañifa.

Incluso nuestro antes.

(El de cada uno y el nuestro.)

Ah. Quedará siempre rebelarse.

Anónimo dijo...

Este verano leí Ligero de equipaje, la bografía de Gibson sobre Machado. Además de otras muchas cosas, me tumbó lo que contaba sobre su abuelo, que con menos de treinta años ya tenía varias cátedras, era botánico, zoólogo, pedagogo, físico, descubridor del Amazonas, revolucionario con la Gloriosa y hasta alcalde de Sevilla cuando era republicana.
Y yo, un papafrita.

Lara dijo...

(Me parto de risa, de pronto.)