jueves, noviembre 30, 2006

yorick

Todos dicen con énfasis las suyas.
Todos quieren que aprendamos
las suyas
con deleite.

¿Qué pueden valer algunas palabras
si tantas abundan?
Tanto tiempo malgastado.
Toneladas de tiempo como carne envasada.

Tal vez debería guardarme un puñado de arroz en el bolsillo
y comenzar a usar el bolígrafo como cerbatana.

miércoles, noviembre 29, 2006

disociación

Tengo un sosias en el último curso de la secundaria obligatoria. Se parece tanto a mí que a veces cuando me siento le pido, ofendido, que se levante y vuelva a su sitio. Lee lo mismo que yo leía,
se peina igual de mal, se vanagloria del mismo modo de sus pequeños conocimientos y también le gusta –se nota- la rubita de la segunda fila.
Es sabido que los adolescentes mutan y replican, como bacilos, sobre nuestros cansados moldes, de manera que el hecho no debiera haberme inquietado si no hubiera observado últimamente que me detesta, que sufre con mis explicaciones, que le parecen absurdos mis ejemplos y desconsiderados los ejercicios que propongo. Arrogante y vano, de ningún modo trata de disimular el desapego con el que asiste a mis clases, en las que finge quedarse dormido y garabatea a posta pequeñas figuritas pornográficas en los márgenes de la novela de Baroja.
Por eso cada vez que miro su foto en el cuaderno me reafirmo en que debo volver a suspenderlo en septiembre y conseguir que no termine jamás el instituto, y se convierta en estibador o carpintero o contrabajista; cualquier cosa menos lo que soy.

funambulistas

Cada mañana
los gorriones juegan al balancín
con los cordeles de tender la ropa,
sucios artistas del trapecio
que observan mi nadaquehacer diario.

martes, noviembre 28, 2006


Dos días antes de las vacaciones de navidad, Ulisesindómito contrajo varicela. Pasó una semana envuelto en polvos de talco, como un bebé gigante, delirando y rascándose. Masticaba bobadas sobre señores que venían a decirle sostén esto, no te muevas, y mariposas descomunales como sábanas meadas que no pueden levantar el vuelo porque el aspersor del jardín les roció las alas. De madrugada llamaron a un médico bisoño que le inyectó antibióticos y lo sumergió en una bañera de agua helada.
A la mañana siguiente, a Ulisesindómito le había bajado la fiebre, y su mamá, aliviada, le preguntó qué quieres de reyes, hijo. Sin dudarlo, Ulisesindómito contestó: un libro de Neruda, uno cualquiera. La mamá se rió y dijo claro.
Ulisesindómito, que en mayo cumplirá quince años, ha decidido cambiar de vida. Dejará el equipo de fútbol. Y los scouts, que ahora le parecen una secta de soldaditos diminutos. No volverá a la parroquia. Se borrará de las clases de inglés. Quiere leer, en cambio. Quiere leer libros buenos, de ésos que sería sorprendente que un chico de quince años leyera. Y escribir, tal vez, o aprender a dibujar en serio. Romperá, y eso sí es una decisión firme, el carné del polideportivo.
Abotargado por los aguijones del virus, Ulisesindómito descubre que ama a Lindalovelace, la compañerita que se sienta justo delante y de la que sólo conoce los rizos dorados que a veces tiene que apartar para pasar la páginas del libro de historia. Al mismo tiempo, descubre por azar que en un canal local emiten porno en abierto a partir de las diez, cien veces la misma película.
La noche de reyes, se acuesta pensando en que se despertará con un libro de Neruda a los pies de su cama. Imagina que lo abre, lee los primeros versos, anota diez palabras que le gustan y se propone escribir con ellas su primer poema. Un poema que el lunes deslizará dentro de la cartera de Lindalovelace cuando todos salgan con estrépito al recreo y él se detenga a ordenar sus cosas como nunca hace para ganar tiempo. Amanece, y Ulisesindómito ni siquiera necesita abrir los ojos porque ese día ya ha transcurrido en su cabeza. Escucha voces y pasos en el comedor. Huele a café y a chocolate. Se despereza. Busca las zapatillas y encuentra junto a ellas una bolsa de caramelos de goma, una caja enorme y, reluciente dentro de su envoltorio, un ejemplar de Pro Evolution Soccer 9, la nueva edición. Agradece el regalo con besos ligeros, toma una ducha, cierra la puerta de su habitación y mira por la ventana hasta la hora de comer.

permanencia

Se marchó
el tren de mercancías
en el que huiste de mí.
Pero no el olor a vaca.

lunes, noviembre 27, 2006

Tres piedras, doble sesión

Segunda marejada de noviembre. Después del temporal..


Colas de caballo, crines de Sombragrís rompiendo sobre el arrecife.

Lunes. Primer baño, antes del café.

Atardece. Antes de que se enciendan las luces del aparcamiento queda tiempo para un segundo baño. Limpia apertura de derechas e izquierdas.


El Atlántico se extiende a lo lejos como una alfombra arrugada.

Los más hábiles trepan al labio al llegar a la orilla.

Desde el coche parecen tan amables como suaves señoritas de un sólo día.

Qué afortunados los que las conocimos.

inconsistencia



Y reír con groseras carcajadas sabiendo que nada es crucial, que todo fluye.
Todas las cosas de las que prescindo
arrastran lo más nocivo de mí
y me lavan la cara
con dedos invisibles.
De tanto me desprendo
que en ocasiones debo
lastrarme los pies
si quiero mirar a los ojos
a la que duerme conmigo.

Pero ocurre que lo que pierdo,
lo que dejo que pase sobre mí
sin dejar apenas un residuo,
en ocasiones se resiste
y trata de colgar algún anzuelo
de pastosa sensiblería
en mis cabellos.

domingo, noviembre 26, 2006

no todos los que deambulan están perdidos

No pretendo decir todas las cosas
cuando digo una sola.
En el verso que escribo hay apenas un verso,
es decir, un juguete cósmico,
pero no la cifra de nada infinito
ni el signo que desvela ninguna certidumbre.
Quienes desliaron la urdimbre
en la que nuestros antepasados habitaban
ya nos avisaron de que al final del ovillo
sólo había una campana de gauss
sin martillo.
Muchos se cobijaron debajo
y la exhibieron en lo que escribían
lamentándose, después, de severos dolores de cabeza.
Para evitar cefaleas he inventando este entretenimiento,
y sólo a veces recuerdo
que los cascabeles con los que calcé mis tobillos
también tienen un ancho hueco dentro.

sábado, noviembre 25, 2006

No a la transmigración en otra especie

Hay temporal en toda la bahía. En la playa se te hiela la nariz. El mar está oscuro, embarrado como una alberca. Desde las cristaleras de la cafetería lo veo reventar contra los cubos de hormigón de la escollera. En el periódico, un anuncio de viajes Kuoni promete transmigraciones a Costa Rica en clase turista, con todo el alcohol que puedas beber a bordo y señoritas que se desnudan en los lavabos a cambio de una mueca. Tu habitación tendrá vistas a un rompiente azul y suave. Acepto. Embarco. Remonto.


Yo soy el flaco que está a punto de ahogarse, al final de la ola, por si no me reconocen.

viernes, noviembre 24, 2006

inquietud

La mayoría me llama por ni nombre.
Pero hay algunos que para que vaya a sus mesas
levantan la mano y dicen: -Maestro.

Y aunque me voy acostumbrando
a tan extraño tratamiento
no consigo contener
un incómodo arrebato mesiánico
cuando sucede.

jueves, noviembre 23, 2006

El verano había reventado los vidrios de los ojos
con vientres opalinos y hombros atravesados de clavículas finas
como varas de bambú.
Yo custodiaba una caja de apertura retardada
que nos habría dado diez minutos de intimidad
si ella no hubiera venido,
simplemente, a pagar el recibo de la luz.
No guardaba ningún revólver
en el pequeño bolso de hilos de colores
y espejuelos como quincalla
con la que engañar a los indios,
sino apenas una cartilla de ahorros,
las llaves de un coche que se la llevaría lejos
y una cartera con fotografías de niños rubios en primer plano
y flores y palomas y una fuente de piedra al fondo.

De súbito, idiota me volví
cuando su vestido de rayas
dio dos pasos decididos
hacia mi ventanilla.

De súbdito idiota, obediente,
buey, grey, sumiso bajo su corona de estrellas,
fue la sonrisa de treinta y seis piezas dentales
con la que vulgarmente exhibí
mi plebeya condición.
Se portó como una madama
de altísimas agujas y modales exquisitos,
de las que sin decir mucho
basta para que entiendas
el tamaño de las fosas abisales
que la separan de ti.

Dijo buenos días, me devolvió el bolígrafo, en fin.
No tenía nada que reprocharle.
Pero al despedirse enarcó una ceja
como encendiendo los ciscos
que dejaba, deshechos, detrás del cristal blindado.

Me bastó con eso.
Consciente de la infinita crueldad que
se esconde en materias tan comunes,
decidí cobrarme una pequeña venganza,
desfalcando una mínima cantidad de su cuenta a la mía.

Y ahora, cuando un vestido de rayas
con una mujer dentro
elige insensiblemente mi ventanilla
ya no tengo que correr a casa
y esconder la cabeza en la almohada
y escuchar a la que se casó conmigo diciendo
mil veces
qué te pasa.

Con vientres opalinos y clavículas finas como varas de bambú
había reventado los vidrios de los ojos el verano.

miércoles, noviembre 22, 2006

A veinte minutos de aquí hay una venta donde cocinan arroz con cualquier cosa. Jabalí, conejo, ciervo, pichón, pato. Mi mujer y yo solemos pedir una cazuela de arroz con pato, pero lo cierto es que todos los guisos tienen el mismo aspecto marrón y meloso, y sólo se diferencian por el tamaño de los huesecitos que, después de cada cucharada, tienes que escupir en la servilleta. Por dos euros más te sirven una jarrita de vino joven. Como hay que conducir un buen trecho, acordamos hacer turnos, de manera que una vez bebe ella y otra vez bebo yo. Cuando volvemos a casa invariablemente reproducimos la misma escena: el que ha bebido duerme la siesta; el conductor lo contempla.
El domingo le tocaba beber a ella. El arroz estaba particularmente sabroso y denso. Disfrutábamos. Nos reíamos.

Por eso tiré la servilleta al suelo y no dije nada cuando descubrí una uña rosada y blanda entre los restos de un cartílago que no conseguía masticar.

perspectiva

Cuando hago que mi bicicleta
sobrevuele las losas encharcadas
del paseo marítimo,
los insectos que anidan
en las cuevas que el viento ahueca
en mis cabellos
se preguntan dónde terminará esta vez
la maravillosa travesía
que su simbiótico héroe ha emprendido,
tan osado, antes de cenar.

Tres Piedras, noviembre de 2006


Viernes, sábado, domingo y lunes.



Cuatro días seguidos de marejada.

Sin viento. Veinticinco grados. Once de la mañana. Nadie en el agua.

Yo sí.




martes, noviembre 21, 2006

hallazgo

Encontré un caballito de mar dentro de su vagina.
Era verano. Ella vino a mi casa.
Le conmovieron las fotografías recortadas,
el boletín de notas, el libro de familia.
La siemprencendida mordía nuestra conversación.
Sus rizos, como campanitas doradas,
iban de un lado a otro.
Había tomado el sol. Había buceado.
Una picadura partía en dos su nariz.
Durante los deportes intentó entrar en mis bolsillos.
Soplaban vientos raros en el mar de Alborán
cuando dejó las pulseras dentro de un vaso.
Sentada sobre el alféizar,
no pudo ver mi sonrisa
cuando con la punta de la lengua
extraje la minúscula consonante de escamas.
Era pequeño como una sortija.
Lo escondí muy rápido para no avergonzarla.

Al día siguiente dejé que se secara en la ventana.
Hoy lo guardo entre las hojas de un libro
como una flor robada.

descompresión





Míriam, 1º de ESO B, doce años



Relato de Lengua

Detrás de esa colina que parece que alguien ha colgado encima de la dehesa vive un extraño hombre que jamás ha pisado el pueblo. Sólo algunos han hablado con él y los que lo han mirado a la cara aseguran que está cubierto de horribles cicatrices, como si fuera un ser hecho a trozos. Cicatrices como si hubiera habido una erupción en su casa o se le hubiera reventado un cristal en la cara. Si tuviéramos una foto de cómo era antes o supiéramos algo de su vida... dicen los lugareños. Siempre va en chándal o en vaqueros, y es raro cuando va en vaqueros. Él piensa que la gente es extraña con él porque le preguntan cosas que él no entiende o no sabe contestar; aparte de que es mudo, claro, y nunca puede contestar porque no lleva ni boli ni papel. Si alguien le diera algo para escribir les diría que no hicieran tantas preguntas para que no se pusieran tan obtusos. Hasta que por fin un día se compró un cuaderno y pudo decirles a todos que era mudo y así se terminó todo el preguntadero de los vecinos, que eran unos pesados, la verdad. FIN.

lunes, noviembre 20, 2006

Il faut être sublime sans interruption

Recientemente he descubierto
que sin interrupción
soy un hombre común.
Común cuando salgo sin desayunar
y finjo que me entretiene mi trabajo;
común cuando quemo un filete,
cuando me detengo para ver zumbar una ambulancia,
cuando levanto los ojos si un helicóptero me sobrevuela.
Común, en fin, en muchos sentidos,
íntimos y plurales,
que sería prolijo detallarles.

A lo que pretendo llegar
es a que, atiéndanme,
lo de Baudelaire era un cuento
y sobre todo una vileza
que, si te alcanza demasiado pronto,
puede hacerte trizas.
Y créanme que resulta difícil
recomponer las tiras de papel
que, diablos, nunca encajan.
Naturalmente te salen voces raras
que no son tuyas y decepciones
y malos recuerdos y toros de bronce
al cruzar el puente de Toledo.
E incluso cosas peores.

Si alguno fue tan idiota como yo lo he sido
sabe de qué hablo.

domingo, noviembre 19, 2006

Hay que resignarse. Abrir el baúl, que huele a naftalina, y comenzar. Primero los abrigos. Luego las bufandas y los jerséis. La manta de cuadros que ponemos encima del sofá. Y la tristeza infinita de guardar en una caja de bombones los bikinis de mi mujer.

Todo el domingo sacando la ropa de invierno.

holocausto

Hay un pastor
que trashuma
en los bordes
de la A47.
Carga un transistor
en la mano,
y le siguen
treinta cabras flacas
y un perro ovejero.
Las cabras comen
patatas fritas,
filtros de cigarrillos,
cables y huellas de neumáticos.
El perro, las negras bolitas
que dejan las cabras a su paso.
Luego en el corral
las llama por su nombre
y las ordeña,
sacando de sus ubres
un producto amarillo
con el que prepara
quesos daneses
y yogures griegos
que saben a huellas de neumáticos,
patatas fritas,
y filtros de cigarrillos.

Su radio provoca interferencias en la mía.
Como hacemos todos los martes
el mismo trayecto,
he acabado saludándolo
desde mi berlina tdi.

Sucedió
hace un mes
que una de sus cabras
saltó el quitamiedos
para devorar un kleenex perfumado de eucalipto
que alguien distraídamente
había arrojado por la ventana.
Raudo, el perro comebolitas
fue en su busca,
logrando evitar que un opel omega
la triturase a ella,
pero no a él.

Como el de Áyax,
su cuerpo quedó exangüe
en el carril de adelantamiento.

Un mes, como el de Áyax,
permaneció el cadáver
sobre la alfombra gris de su triste holocausto.
En ese tiempo todas las veces
conseguí esquivarlo
al salir de una curva rasante –nnnnnnn-.
Pero hoy me he despistado
pensando en las minucias
que a veces me preocupan
sin poder evitar (en serio, no pude)
que dos de mis ruedas de quince pulgadas
estamparan bridgestone en el seco pellejo.

Ya en casa he creído volverme loco
al descubrir que sus rosados intestinos
se habían enredado como serpentinas
en las llantas de aleación
que aquel agente comercial
me consiguió a tan buen precio.
Conmocionado,
he rociado sus restos con aceite de motor
y les he prendido fuego,
como si mi tdi fuera un altar
de primitivos sacrificios
con guardabarros cromados,
tapicería beige
y volante de cuero.

Y luego

los bomberos con estruendo de parque de atracciones,
en un cajón de la cocina la póliza del seguro que late
como el corazón arrancado de un ciervo,
la explicación que mi mujercita
no va a creerse cuando vea en la acera
el círculo de espuma blanca

que me acusa.
Llegó la marea que esperábamos. El jueves un temporal feo le daba bocados a toda la bahía de Cádiz. Pero el viernes amaneció despejado, sin viento. La playa estaba llena de restos de aparejos de pesca, botes de suavizante, boyas de plástico rojo y peces muertos. Ordenadas como niños de uniforme que caminan en fila por la acera, las olas comenzaron a partir sobre el arrecife, derechas e izquierdas, derechas e izquierdas. Y siguen. Tres días limpios en pleamar y bajamar. Madrugas, desayunas, subes al coche y cuando llegas te entra la risa, de tan sencillo que resulta. Suerte tener la playa justo a la distancia de una canción de Pink Floyd.

Mi hammán.

viernes, noviembre 17, 2006

toma de tierra

Me han regalado un robot de cocina. Sabe hacer lasaña y redondo de ternera y arroz con chipirones. Lo pones todo crudo y le das a INICIO. El otro día hizo marmitako. En serio, marmitako. Mi madre dice que si le metes un doble-ancho de una tela bonita y un carrete de hilo seguro que te hace unas cortinas. Debo reconocer que su musaka es mejor que la mía. Mucho mejor. Y con la salsa boloñesa no tiene rival. Por eso hoy he comprado un paquete de folios y un par de bolígrafos baratos. Todo crudo. Programa 12, hora y media.
Faltan diez minutos. Estoy aterrado.

jueves, noviembre 16, 2006

Detrás de las ventanas
los automóviles.
En ninguno de ellos
tú hacia mí.

mantequilla


Durante cuatro años dejó caer los brazos
para evitar la dulce acusación de impiedad
y resolver el crudo enigma con palabras no suyas.
Errado su cometido desde el principio...
Con dureza treinta veces treinta fue negado-consentido,
en una habitación salvaje, perfectamente inconsciente
y refutado en demasiadas ocasionespor el discurso de un viejo al que obedecía demasiado.
Del árbol menos elevado cae como una bendición la horca de los sacrificios.

Fotografía del interior de una vagina: resonancias sin cebo.
Hay rocas que sostienen algunos huesos atrasados,
muy pocos, por desgracia;
hay otras cosas, pero me ofendería contarlo
(no digan que fui yo: caballitos de mar, caracolas,
anillos anticonceptivos, recortes de uñas de varón,
alianzas de oro, algodón de azúcar,
envoltorios de calcomanías).
Que los mares cálidos, del mismo modo que hicieron conmigo,
los descalcifiquen y dejen que los peces les roan el tuétano, tan sabroso.

Su verdadero hogar-útero fue una desconocida.
Era centelleante como una jungla;
pero en el lienzo de su cráneo
se proyectaba invariable el delicado cuello de quien la traicionó.
De su clavícula pendía una mentira.
Despreciable curso de las cosas cotidianas…
El día que se conmemoraba una revolución cualquiera
escribió una carta que no franquearía
donde dijo cosas graves, algunas que te hubieran ofendido,
otras que incluso te habrían hecho reír.
Pero el argumento, tan común, aburre a los espectadores,
que ahora rugen en la sala suplicando nuevas escenas de pura violencia
sin que yo sepa modelarlas para ellos,
porque, por desgracia, siempre finjo que no les pertenezco

.[oraciones despiadadas cuelgan
de los hilos de la pantalla de nailon;
nadie acude]

Una lástima acabar de este modo.

Mi cerebro, pobrecito:
mantequilla asada.

miércoles, noviembre 15, 2006

judías verdes

No es cuando cobras tu exiguo primer sueldo
ni cuando firmas las primeras letras
ni cuando recibes la felicitación navideña de la caja rural.
La primera vez que te sientes
realmente imbécil
es cuando la profesora de inglés
te dice que es fantástico que uses el diccionario
en tus triviales composiciones
pero que por más que te empeñes
a boat of green jews
no pudo ser lo que tu padre calentó anoche para cenar
porque mamá estaba en el hospital.

quien lo probó lo sabe


... sabe que el mejor momento no es cuando ves pasar el fondo a tu pies como una cinta transportadora, ni cuando giras justa encima de un labio que se mantiene intacto, lejos de la corrupción de la espuma. Es antes. Es cuando aún no ha sucedido. Es cuando miras a tu derecha y ves la senda ovalada , como la arruga de una alfombra, abriéndose en el tiempo detenido.

decepción

En el espejo ovalado,
detrás del matrimonio Arnolfini
y el horrible perrito de aguas
y los simbólicos escarpines,
hay una inscripción que dice:
Van Dijk estuvo aquí.
Cuando lo leí en la guía del museo
casi tengo que sentarme.
Entonces, ¿se trataba de eso?
¿Lo mismo que cuando me subo al váter
del lavabo del cercanías
y blando un edding 3000
para caligrafiar mis iniciales?
¿A todos nos arañan los mismos dedos?
¿La misma mordida de evanescente vanidad?
¿La misma insoportable
visión de nuestros párpados cerrados
y el ahogado que bracea en el mar infinito
donde escribe y escribe
sin resultado
yo me ahogué aquí?

En la tienda compré una postal.
Ahora la llevo conmigo
para recordarme que soy aún más simple
de lo que pensaba.

martes, noviembre 14, 2006

resolución


El asunto es muy simple:
se trata de ir haciéndose menos humano cada vez,
y acabar siendo algo parecido a una bacteria de pensamiento imposible.
Una bacteria que habite, por ejemplo,
en la infección vaginal de una mujer hermosa.

El médico me dice:
tienes pie de atleta.
Y yo salgo de la consulta
saltando vallas y adornándome con laureles.

lunes, noviembre 13, 2006

te trataré como a una reina

Te trataré como a una reina.
Llegaré a tu casa
poco antes de que amanezca
capitaneando una horda
de horcas, tridentes y cuerdas
con las que ahorcar a tus hijos
y observar cómo pendulean.
Liberaremos a tus criados,
nos comeremos tus conservas,
mataremos a los guardias
y destriparemos a la vieja
ama de llaves que pusiste,
cobardemente, a custodiar la alacena.
Luego te sacaremos de la cama,
desordenaremos las antenas
de tu televisor de plasma
y añadiremos tu cabeza
a la cesta de nuestras desventuras.

Te trataré como a una reina
¿no lo dije?
durante la revolución francesa.

domingo, noviembre 12, 2006

no grites



Nada de yipi-he, nada de aaah, nada de aparta-aparta. Un voy es suficiente.

Deslízate, sonríe, acaríciale el lomo, observa la alfombra de rocas que dejas atrás.
Hunde el canto, camina, retrocede, asómbrate de lo que sabes hacer
y contempla las estelas que abres a tu paso.

Pero no grites.
A no ser que seas capaz de algo como esto,
es mejor que mantengas la boca cerrada.

En serio.

Chinaman's Cove



En 1978 el último modelo era el renault 4, las camisas elegantes eran de cachemir, el viejo estilo era la psicodelia, el pan se llenaba de chocolate, los reclutas ocupaban los últimos asientos del autobús y sólo Gerry López seguía llevando bigote.
En 1978 se viajaba en talgo, la pepsi era más dulce que la cocacola, los mejores vaqueros eran Lois y el cacaolat sabía a corcho.
En 1978 mis padres se eforzaban por explicarles a mis hermanos que no podíamos adoptar a aquel pato tuerto del Parque de las Palomas, aunque fuera verdad que cada domingo nos reconocía y que siempre prefería nuestros gusanitos a los de los otros niños. En casa se jugaba al tente y a los mádelmans, se leía a Enyd Blyton y a Puck, se tomaba redoxón y clamoxil, y se guardaban las chapas de las botellas para hacer carreras ciclistas por el pasillo.
En 1978 nací yo, cerca del mar. Pero en el trastero sólo se guardaban sombrillas, hamacas, palitas y cubos. ¿Qué diablos hacía, entonces, el número de octubre de Surfing Magazine en mi casa? ¿Quién lo había traído? ¿Dónde lo había comprado? No es el tipo de revista que daban con el ABC los domingos. ¿Se lió alguna de mis hermanas mayores con un marine de la base de Rota? ¿Enceraba mi padre, acaso, un single fin a escondidas mientras los demás dormíamos la siesta?

Cuando era un mocoso la encontré en el fondo de un cajón en el que se guardaba la ropa de invierno. Nadie supo decirme de dónde había salido. La puse entre dos álbumes de Astérix para que no se arrugara. Me pasaba horas mirando las fotografías de esos tipos delgaduchos que se peinaban los rizos con el labio de unas olas que a mí me doblaban la altura. En un Atlas busqué Guam, Samoa, Baja, Duranbah, Puerto Rico, y gasté el diccionario de inglés tratando de traducir tubular sections, carving, snap, wedge.

Hoy todavía la conservo. Y no me importa que se haya desencuadernado, ni que las fotografías hayan perdido el brillo, ni que haya páginas que casi no pueden leerse. Sigo embobándome con las maniobras de tipos como Mark Richards, Tom Barca y Bruce Raymond a bordo de tablas gruesas, picudas y horteras, y me convenzo de que los surfistas de antes estaban hechos de otra materia, tal vez porque a nosotros, pequeños hombrecitos del XXI, nos dieron demasiados mimos, demasiado calcio y muy poco yodo. Somos todos unos paipos.

sábado, noviembre 11, 2006

Zyclon B



La mujer que no me ama
y a quien visito con insistencia
pero sin ningún resultado
suele bostezar como un gorila.
Bate sus mandíbulas
igual que un depredador,
muestra sus caninos
como espitas de Zyclon B
y arruga los ojos claros
con los que no me escruta,
ni siquiera para asombrarse
de los canos alambres
que brotaron en mi barba,
como margaritas heladas.

Aquella que como un gorila bosteza
y que no me repara
ni haciéndome consulta
con sus ojos claros
parece que quiere amedrentarme
cuando se cansa de mis cuitas.
Y me pasa que confundo sus gruñidos
con sus bostezos y no sé cuándo la aburro
y cuándo la enfurezco.
No la educaron, efectivamente,
en el colegio trinatario de Surrey
ni en un valle de Hampton Court,
ni amarraron sus pequeñas caderas
de nueve años
a una silla de respaldo esponjoso
para que su precioso trasero
no se moviera ni una pulgada
mientras con sus deditos decapitaba crustáceos
en la cena de navidad del círculo católico.

A veces es cruel y desconsiderada conmigo.
Y si mi conversación inane se solaza un tanto
no duda en fingir que se quedó dormida;
o bien le da vueltas a las manecillas de su reloj
como si yo no supiera que es electrónico y de tres esferas.

Como un gorila de lomo plateado
bosteza la mujer que no me ama
y cuando lo hace yo repaso
sus treinta y seis piezas dentales
y aspiro el ácido de los jugos
que digieren lentamente
nuestro almuerzo.
Es entonces
cuando más pequeña me parece,
cuando la observo diminuta
y en mis manos
como arrebujada en un abrigo de foame,
como un niño dormido
en el asiento de un coche
a quien tomo en brazos,
beso en la frente despejada
y subo de puntillas a casa
para acostarlo en su camita
rodeado de unicornios, elefantitos,
hipopótamos rosados y cálidos gorilas de plateados lomos.

No me ama, es cierto,
pero yo tampoco la perseguía
por tan delicados motivos.

jueves, noviembre 09, 2006

a un palmo


Por fin dio un respiro. Paró al menos durante día y medio y se decidió a entrar alguna serie transitable sobre la lengua de piedra. Apenas suficiente para un baño. Algún corcho y pocos pinchos se animaron en la orilla. Dos tabloneros y mi retrofish remontamos algo más de cien metros. En la playa pegaba una insólita calima de noviembre. Sobre el arrecife rompían tímidamente las derechas, agrupadas en pequeños montones que lo mismo se deshacían en dos labios que, para nuestra sorpresa, te ofrecían un cálido hueco de agua clara donde sólo un nose bien grueso podía abrirse brecha. Mi oldschool se zampó unas cuantas, con los timones a un palmo de la roca.
El pronóstico dice que ni hablar este fin de semana. Recomendación para padres aburridos: lleven a sus críos a ver El laberinto del fauno y luego háblenles de por qué nos jodieron tanto por intentar ser iguales. No obstante, es cierto que en el surf también hay aristocracia. No me comparen un thruster con mi bienamado.

nómadas


La vida sedentaria puede matarte.
Lo he leído en una revista
mientras esperaba para cortarme el pelo.
Aparecerán trombos en mis piernas,
un ictus estrangulará mi bulbo raquídeo
y se quedará paralizada
la mitad menos conformista
de mi anatomía.

Aterrado,
he vuelto corriendo a casa,
he arrancado un trozo de sylestone de la encimera,
me he roto las uñas hasta convertirlo en un hacha de piedra,
he robado un travesaño de la valla de un jardín,
lo he pulido con el filo del hacha
y he salido lejos, muy lejos
del puesto de control de la urbanización donde vivo
en busca de grandes manadas de herbívoros.

martes, noviembre 07, 2006

va para una semana




En Cádiz, cuando silba tan fuerte como estos días, se atascan las urgencias en el hospital. Se acatarran las ancianitas. Crujen los huesos de los abuelos. Se les descompone la tripita a los niños. Los hombres llegan tarde a casa y beben demasiado. Las mujeres los miran diciendo para qué me casé contigo. Ellos dan asco, no se duchan, derraman el vaso de hoy en la misma camisa de ayer, se relamen viendo pasar a las jovencitas que vigilan los balcones no vaya a ser que se caiga una maceta. Ellas no se lavan la cabeza, esconden la ropa sucia, se olvidan de comprar el pan, se mueren de aburrimiento viendo series de dibujos animados, mandan mensajes de texto a una ruleta de contactos.

Cuando silba tan fuerte en Cádiz y la lluvia traza diagonales contra la ventana del tren, me fabrico un exilio. Y recuerdo, por ejemplo, aquella mañana de septiembre en Portugal. El mar rompía limpio como un abanico. En una bolsa de plástico, un par de bocadillos. Da igual que suba la marea y los escollos cierren la playa durante horas. Almorzaremos aquí. Dormiremos la siesta sobre la arena caliente. Esperaremos a la bajamar. Tendremos la playa para nosotros solos. Es tan simple.
Sigue soplando. Va para una semana.

no era una mujer delicada

Me hacía escuchar canciones de Black Sabbath.
Le gustaba reproducir peces tropicales en un acuario.
Apenas leyó un libro en su vida.
No sonreía demasiado.
Creo que me amaba.
Un día tomó mi bolígrafo
y escribió un poema en mi cuaderno:

Para no sentarme a orinar
dieciséis veces al día
he decidido dejar de beber.
Otros tienen mejores motivos
pero yo pienso agarrarme al mío
como si me fuera la vida.

Me lo devolvió, dejó que leyera sobre su hombro
y me pidió que continuara,
como si hubiera dejado a medias un autodefinido.
Le prometí que lo convertiría en un relato,
uno bueno con cosas que suceden dentro de un lavabo
y muchas botellas rotas.
Pero dejé pasar los días,
lo fui olvidando, también a ella.

Hoy, en un antiguo bloc sin cubiertas,
sus versos han aparecido en un círculo rojo.
Ya no quiero escribir relatos,
quizá porque cuando lo intento
siempre me parecen vagos e interesados,
como si me mereciera un céntimo por cada línea.
Pero las letras de su delgada caligrafía,
como huesecillos de un pájaro caído,
se me han vuelto recibos de la luz,
deudas de juego, préstamos desamortizados.
Y por eso he buscado en una caja un álbum de Black Sabbath,
y he comprado una pequeña pecera donde bucea un pez rojo,
y me he sentado en el suelo con un cuaderno nuevo,
esperando –y nunca ocurre- que todo lo que he perdido,
todo cuanto dejé que de mí se desprendiera
comience a desfilar delante de mi nariz
con esa brillante iluminación
que sólo tienen los recuerdos
cuando el protagonista cierra los ojos
y mamá prepara una tarta de chocolate.
Para los que se sintieron
los bebés más tristes del jardín de infancia
escribo esta ensimismada correspondencia.
Por fin tendréis, pequeñines,
alguien con quien jugar
a vuestro antojo.

espina dorsal


Sopla levante desde hace días. Surforecast asegura que no parará en una semana. Hoy ha roto a llover al fin, quizá se lleve el viento. Desapacible, incómodo. Ya hace meses desde aquella tarde. Suaves lascas de poniente levantaban estos rizos que parecían huesos o molduras desde el acantilado, ¿te acuerdas? Vuelven ahora en congelado pasmo, grabados, esculpidos. Lejanos.

mundonuevo

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra.
Recuerda que el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Huidobro