sábado, noviembre 11, 2006
Zyclon B
La mujer que no me ama
y a quien visito con insistencia
pero sin ningún resultado
suele bostezar como un gorila.
Bate sus mandíbulas
igual que un depredador,
muestra sus caninos
como espitas de Zyclon B
y arruga los ojos claros
con los que no me escruta,
ni siquiera para asombrarse
de los canos alambres
que brotaron en mi barba,
como margaritas heladas.
Aquella que como un gorila bosteza
y que no me repara
ni haciéndome consulta
con sus ojos claros
parece que quiere amedrentarme
cuando se cansa de mis cuitas.
Y me pasa que confundo sus gruñidos
con sus bostezos y no sé cuándo la aburro
y cuándo la enfurezco.
No la educaron, efectivamente,
en el colegio trinatario de Surrey
ni en un valle de Hampton Court,
ni amarraron sus pequeñas caderas
de nueve años
a una silla de respaldo esponjoso
para que su precioso trasero
no se moviera ni una pulgada
mientras con sus deditos decapitaba crustáceos
en la cena de navidad del círculo católico.
A veces es cruel y desconsiderada conmigo.
Y si mi conversación inane se solaza un tanto
no duda en fingir que se quedó dormida;
o bien le da vueltas a las manecillas de su reloj
como si yo no supiera que es electrónico y de tres esferas.
Como un gorila de lomo plateado
bosteza la mujer que no me ama
y cuando lo hace yo repaso
sus treinta y seis piezas dentales
y aspiro el ácido de los jugos
que digieren lentamente
nuestro almuerzo.
Es entonces
cuando más pequeña me parece,
cuando la observo diminuta
y en mis manos
como arrebujada en un abrigo de foame,
como un niño dormido
en el asiento de un coche
a quien tomo en brazos,
beso en la frente despejada
y subo de puntillas a casa
para acostarlo en su camita
rodeado de unicornios, elefantitos,
hipopótamos rosados y cálidos gorilas de plateados lomos.
No me ama, es cierto,
pero yo tampoco la perseguía
por tan delicados motivos.
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1 comentario:
Qué final. Sí.
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