miércoles, noviembre 22, 2006

A veinte minutos de aquí hay una venta donde cocinan arroz con cualquier cosa. Jabalí, conejo, ciervo, pichón, pato. Mi mujer y yo solemos pedir una cazuela de arroz con pato, pero lo cierto es que todos los guisos tienen el mismo aspecto marrón y meloso, y sólo se diferencian por el tamaño de los huesecitos que, después de cada cucharada, tienes que escupir en la servilleta. Por dos euros más te sirven una jarrita de vino joven. Como hay que conducir un buen trecho, acordamos hacer turnos, de manera que una vez bebe ella y otra vez bebo yo. Cuando volvemos a casa invariablemente reproducimos la misma escena: el que ha bebido duerme la siesta; el conductor lo contempla.
El domingo le tocaba beber a ella. El arroz estaba particularmente sabroso y denso. Disfrutábamos. Nos reíamos.

Por eso tiré la servilleta al suelo y no dije nada cuando descubrí una uña rosada y blanda entre los restos de un cartílago que no conseguía masticar.

3 comentarios:

Lara dijo...

Y será verdad...

Anónimo dijo...

yo no conduzco (bueno, sí, pero no). En cambio, sí duermo siesta. Perfecto, perfecto; qué manera de perderse el descubrimiento de las uñas.

Pablo Gutiérrez dijo...

Será verdad, señorita: venta El Quinto, carretera de las salinas. Absténgase domingos, porque normalmente no se cabe. Absténgase también los de estómago delicado, porque se suele comer hasta que no cabe.